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Con trago en mano...

En sociedades económicas más maduras organizadas, los colegios empresariales hablan de otra manera: trabajan en planificación, formulación y monitoreo de políticas económicas y sociales, cuentan con sofisticados observatorios y centros de investigación, sus estudios y datos son consultados por los gobiernos.

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Con trago en mano...

A menudo observo las declaraciones de nuestros líderes políticos y empresariales. Noto, como detalle ordinariamente inadvertido, que la mayor parte de sus pronunciamientos se producen en pasillos o en ambientes sociales o festivos. Esa costumbre no discrimina el rigor ni la pertinencia de los temas. Generalmente son reacciones a abordamientos improvisados de la prensa. Las respuestas suelen ser destempladas. La intención implícita parece ser declarar por declarar. Pocos comprenden que no siempre hay que decir algo y que la prudencia nunca será una mala consorte. No me negaría a celebrar las buenas declaraciones públicas sin considerar a los voceros, pero en una cultura tan bufona esa pretensión muere en la espera.

Con una copa de vino en una recepción, en medio del bullicio de una feria, en el recio ambiente de una inauguración se ven los hombres que dirigen el Estado y la economía improvisando propuestas a problemas serios. He visto a funcionarios hablando con la soñolencia estropajosa de los tragos. Y no es que deban ser inaccesibles; es que cada tema tiene su rango, momento y escenario. Los tópicos de relieve e interés públicos se tratan en conferencias de prensa convocadas para anunciar posiciones o decisiones ya deliberadas y no como pareceres sueltos de funcionarios y burócratas ávidos muchas veces de nombradías.

Puedo intuir lo que van a decir, y no por presumir de dotaciones clarividentes, es que muchos cargan con un repertorio de clichés que como caja de herramientas lo usan indistintamente para responder a cualquier pregunta. Son conceptos abstractos envasados en fórmulas genéricas. La apelación a esos discursos es tan manida que ver en los medios a sus ponentes es suficiente para asociarlos con sus mejores clichés. Parecen robots programados.

De todos los discursillos el que más me sulfura es el de los dirigentes empresariales. ¡Qué retórica tan pobre! Muchos de los conceptos contenidos en sus cantinelas han perdido sustancia y fuerza expresiva por la corrosión de su uso, pero aún más por la ausencia de compromisos relevantes y concretos o por la inconsistencia entre la palabra y las determinaciones. No soporto el “debemos hacer”, esa mención acéfala sin responsables, coordenadas ni estrategias. Declaraciones sueltas de intenciones desvertebradas.

Estoy seguro de que me bastaría con sugerir algunos de los enlatados más ajados para que asomen a la memoria de los que me leen los nombres y rostros de sus discursantes. Mencionemos algunos: “Crear condiciones de competitividad”, “concertar planes de desarrollo inclusivos”, “propiciar la calidad del gasto”, “lograr una inserción competitiva en un mercado globalizado”, “procurar una reforma fiscal integral basada en planes de desarrollo”... bla, bla, bla.

El lenguaje abstracto y neutral es el idioma oficial del estatu quo. La tolerancia a esa retórica de cumplidos y protocolos formales ha vestido mis emotividades de distintos tonos: desde la risa, el aburrimiento hasta el hastío.

En los pasillos, el liderazgo público y privado ha hablado de todo: salarios, endeudamiento externo, presupuesto, gasto público, política fiscal, corrupción, seguridad ciudadana y fronteriza; sin embargo, para citar algunos casos, apenas se conocen las sombras de sus intenciones en las ya caducas reforma fiscal y alza salarial.

En sociedades económicas más maduras y organizadas, los colegios empresariales hablan de otra manera: trabajan en la planificación, formulación y monitoreo de políticas económicas y sociales, cuentan con sofisticados observatorios y centros de investigación, sus estudios y datos son consultados por los gobiernos, destinan altos presupuestos para presentar propuestas regulatorias vinculadas a la organización, trasparencia y eficiencia de su sector. Esa dimensión perdida de nuestras entidades empresariales, que son más grupos de intereses que de representación, es suplantada por organismos internacionales, que sustentan programas desconectados, en algunos casos, de nuestra realidad o trasplantando agendas regulatorias, ideológicas y de intereses corporativos.

Los pasillos, como corredores de paso, proponen prisa e irreflexión. En nuestro medio, son, sin embargo, tribunas del vedetismo público. Peor es tolerar las declaraciones fantoches de los funcionarios que hacen de la gestión pública una ocupación frívola y deportiva. Hablan con autoridad hasta de lo que no saben. Se asumen expertos en todo. Por eso la noticia en la República Dominicana es el producto más caro y escaso. Recuerdo al periodista francés Paul Masson cuando dijo: “Los funcionarios son como los libros de una biblioteca: los situados en los lugares más altos suelen ser los más inútiles”.

joseluistaveras2003@yahoo.com

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