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Crisis, políticas y reformas (3 de 3)

Contrario a lo que algunos afirman, no hay una relación de causalidad que indique que por el simple hecho de que un país tenga una presión tributaria más alta, sea más avanzado que otro; o viceversa, que por tenerla más baja, sea más atrasado.

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Crisis, políticas y reformas (3 de 3)

El autor del libro Crisis, políticas y reformas señala en su obra que existen cinco grandes retos que debe enfrentar el país: preservar la estabilidad macroeconómica, consolidar la inclusión social, transformar la estructura productiva, balancear el intercambio comercial y fortalecer la institucionalidad.

Agrega que, para enfrentar esos retos, es necesario incrementar tanto el ahorro nacional como la inversión. Y, dentro de esa perspectiva, sanear las finanzas estatales. En ese sentido, sostiene que “si el gobierno no tiene la capacidad de incrementar la presión tributaria, (el gasto) se hace a expensas de un menor gasto público en inversión de capital”.

Y, ciertamente, las finanzas públicas deben ser rehabilitadas y reorientadas. Uno de los problemas sigue siendo la baja calidad del gasto público, que tiende al dispendio. Mientras no se den señales contundentes de eliminación de esa fuente clientelar y se desmonte el gasto innecesario, será muy cuesta arriba convencer a la comunidad nacional de que acepte participar en una nueva reforma fiscal.

Por tanto, previo a cualquier acuerdo, habrá que devolver el sentido de legitimidad al gasto público. El pacto fiscal es ineludible, pero solo tendrá vocación de ser creído, primero, y segundo, no ser violado, si se estableciera sobre las bases aquí indicadas.

Contrario a lo que algunos afirman, no hay una relación de causalidad que indique que por el simple hecho de que un país tenga una presión tributaria más alta, sea más avanzado que otro; o viceversa, que por tenerla más baja, sea más atrasado. Si la presión tributaria fuera la que generara el desarrollo de los pueblos, sería muy fácil alcanzarlo mediante la simple coerción.

Mas bien pareciera ser lo contrario. En la medida en que los pueblos ganan mayor grado de desarrollo, la función pública adquiere calidad, se consolida el estado de derecho y la ciudadanía respalda esas conquistas accediendo a proveer mayores recursos para la preservación y mejoramiento de los progresos alcanzados. O sea, a mayor calidad del gasto, mayor presión tributaria. A menor calidad, menor presión.

Otra prioridad de políticas contenida en el libro, quizás la más importante dado el grado de atraso en que se encuentra la nación en esta materia, es la de desarrollo institucional.

En este asunto el autor se refiere a la necesidad de mejorar los indicadores de rendición de cuentas, estabilidad política, calidad de la regulación, estado de derecho, control de la corrupción. Y afirma que en los últimos 25 años se han hecho esfuerzos para transparentar la gestión pública y combatir la corrupción.

Desde mi óptica, esos esfuerzos han sido insuficientes, más bien ornamentales, asentados en la apariencia y en los aspectos formales. Ha faltado voluntad y limpieza de alma para fortalecer las instituciones y enfrentar con determinación y severidad al gran flagelo de la corrupción.

Es el propio autor quién, en intervenciones públicas anteriores, ha expresado que “la debilidad institucional es la que permite la penetración de los intereses particulares en el Estado, que impiden la toma de decisiones oportunas adecuadas, que fomentan la elevación de los costos de transacción al estimularse el tráfico de prebendas y el comportamiento corrupto dentro de la administración gubernamental. La incertidumbre y la inseguridad y las arbitrariedades que trae consigo es lo que crea la inseguridad en los actores económicos, imponiendo costos más elevados a la actividad económica y al funcionamiento de mercados abiertos”.

La gran tarea pendiente es fortalecer y dar independencia a las instituciones.

Y solo podrán ejecutarla aquellos que, mirándose en el espejo de países como Corea del Sur, lleguen al convencimiento de que el liderazgo, para ser legítimo y constructivo, tiene que poner la mira en el largo plazo y sepultar para siempre la visión centrada en la confección de redes tipo telaraña, creadas con el único propósito de alcanzar el poder y quedarse mientras puedan.

Ese proceder insano, daña la esperanza de cambio y progreso de este pueblo noble, que es el dominicano. Y condena a una parte importante de la población a vivir sumergida en la pobreza.

Esa es la transformación que se necesita, huérfana hasta ahora de un liderazgo que la asuma y la concrete.

El libro del ingeniero Temistocles Montás es un regalo para la reflexión; una invitación para discutir los grandes retos y desafíos de la nación en forma civilizada, dentro de la diversidad de criterios, con argumentos en vez de diatribas, sin descalificaciones previas.

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