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Epidemias
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Crisis y epidemia en Santo Domingo: la disentería de 1677

La ciudad de Santo Domingo, en tanto que sede arzobispal, del gobierno y la real audiencia era, para la segunda mitad del siglo XVII, el núcleo urbano más importante de toda la isla Española. Se trataba, en muchos aspectos, de un centro social, político y económico en el que malvivían, pendientes de las remesas del situado, soldados, mercaderes, funcionarios, cabildantes, eclesiásticos, dueños de ingenios y hacendados -cuyas unidades productivas se asentaban, por lo general, en los distintos partidos aledaños (Nigua, Jaina y Ozama, entre otros)- mezclados todos con el pueblo llano y los esclavos. Eje de la vida espiritual, las actividades educativas (Universidades de Santiago de la Paz y Santo Tomás de Aquino) y el comercio, su población estaba compuesta, en primer lugar, por un puñado de familias nobles (Blancos: criollos y/o peninsulares) segmento que acaparaba las posiciones de poder y gobierno y a cuyos miembros se les diferenciaba del resto dispensándoles el tratamiento de “don” o “doña”; a estos seguían los blancos pobres (Pecheros peninsulares y familias o individuos canarios venidos a menos) que se desempeñaban ora como artesanos, labradores, modestos propietarios o simples pobladores, ora como criados, mayordomos, capataces y/o sobrestantes al servicio de alguna de las familias de la elite; luego se ubicaban los pardos, mulatos y mestizos (Cuya movilidad social se vio severamente limitada por las políticas de limpieza de sangre) y, finalmente, asomaban los esclavos (Negros bozales o criollos) instalados en la base de la pirámide social, a pesar de constituir el grupo más numeroso.

Pues bien, en ese Santo Domingo colonial y sincrético de los siglos XVI-XVIII, como en tantas otras sociedades preindustriales, las epidemias eran entendidas como procesos naturales -e incluso como castigos divinos- que se repetían cíclica y regularmente. Así, el remedio pasaba casi siempre por procurar el auxilio de Dios, mediante rezos, procesiones, penitencia, misas y muestras de devoción. Y, si bien es cierto que la Española fue escenario de distintos brotes infecciosos a lo largo de la Edad Moderna, no lo es menos que se trata de eventos de escasa trascendencia literaria, que no han logrado despertar el interés de la historiografía local, aún cuando ofrecen al investigador un enfoque excepcional sobre las características de la vida cotidiana en la pequeña sociedad insular de antaño.

De cualquier forma, es importante aclarar que la escasez palmaria de datos se levanta como un tremendo obstáculo frente a cualquiera que pretenda arrojar luz sobre el tema. De hecho, el trabajo de José Luis Sáez, La epidemia de viruelas en Santo Domingo, 1666-1674, publicado en el núm. 193 de la revista Clío, correspondiente al primer semestre del año 2017, aparece como el único intento académico que se dedica exclusivamente al tema.

Por lo que se refiere a la metodología empleada: el análisis y vaciado sistemático de los registros parroquiales en una base de datos, hay que notar que se inscribe dentro de la corriente de la demografía histórica y arroja, como resultado final, una serie temporal (Construida a base de bautizos y defunciones) que comprueba la aparición de una fugaz crisis demográfica durante el verano de 1677.

De manera que, el objetivo del presente trabajo, será describir –en términos cuantitativos y a través de la estadística descriptiva– una emergencia epidémica que se produjo en Santo Domingo durante el periodo antes aludido. En ese sentido, dos han sido las fuentes que nos han permitido abundar acerca de la epidemia de disentería –enfermedad que afecta a los intestinos, asociada comúnmente a las malas condiciones sanitarias y estimulada por la humedad y el calor– que azotó la ciudad de Santo Domingo en julio del año 1677. Fueron consultados, en primera instancia, los libros sacramentales del sagrario de la catedral dominicopolitana, en particular el tercer libro de bautismos y el primero de entierros, que abarcan de 1673 a 1680 i y de 1666 a 1701,ii respectivamente, en el último de los cuales hemos verificado que en el repetido mes se produjo una cantidad inusual de muertes, mismas que arrancaron en la postrera semana de junio (15 decesos) y se extendieron durante todo julio en que fallecieron 109 personas.

Se trata, sin más, de partidas escuetas, que no brindan suficiente información vital. Es verdad que se registran, eso sí, el nombre del difunto, la fecha del óbito, la condición social (únicamente para los esclavos o mulatos libres) la franja etaria (Solo especificada en el caso de los menores), el nombre del propietario del esclavo en cuestión y la fecha. En el caso de las defunciones, fueron todas asentadas por un mismo sacerdote, cuya firma sobresale al concluir el mes.

De la otra parte, se muestra el caso de las Cartas de Audiencia, alojadas en la sección Contratación, fondo Audiencia de Santo Domingo, del Archivo General de Indias, que han servido como fuente suplementaria para lograr identificar la etiología del brote. Es el caso de una solicitud de prebenda efectuada ante el Real Acuerdo, en agosto de dicho mes y año, por el clérigo presbítero Luis Mosquera Montiel, cura de la catedral “estudioso y de buena sangre por todos lados” advirtiendo que había “estado sirbiendo su curato con mucho trabajo y riesgo de la vida con la asistençia de los enfermos que an padeçido la epidemia de las diçenterias que aun dura.” iii

Volviendo sobre nuestros pasos tenemos que, de los fallecidos, 51 eran esclavos y 58 personas libres. Se cuentan, asimismo, 67 adultos (41 mujeres y 28 hombres) y 45 niños (Entre pequeños y recién nacidos, de distinta raza y condición social) cuyo sexo no se especifica. En cuanto a los oficios, encontramos nada más y nada menos que al gobernador y capitán general, junto a 1 soldado, 1 clérigo (Vecino de Santiago de los Caballeros) y 1 pertiguero. Otro dato importante es que sólo 8 de estos individuos otorgaron testamento. Mientras, a tres se les da el tratamiento de don y a 8 el de doña, de donde podemos inferir que se trataba de elementos que pertenecían al estamento noble o privilegiado.

De la lectura del libro de marras se desprende, además, que del total de enterramientos, 97 fueron efectuados en la Catedral, 6 en el Convento de Santo Domingo, 3 en Santa Clara, 1 en Regina Angelorum, 1 en la Iglesia de San Andrés y uno en su similar de la Merced. Al intentar aislar los principales focos infecciosos, encontramos que las casas mas afectadas fueron la de don Antonio de Heredia, en la cual fallecieron 3 personas, 2 en la de Gerónimo Tostado y 3 en la del capitán Lope de Morla. El caso de la familia Morla es revelador, en vista de que en casa de Cristóbal de Morla se anotaron dos decesos y que en cada uno de los hogares de Felipa de Morla y Jerónima de Morla se verificó una muerte.

Ahora bien, en el apartado relativo a los nacimientos, se consignan 10 varones y 5 hembras, de los cuales 11 eran libres y 4 esclavos. Por desgracia, carecemos de datos adicionales que nos ayuden a medir el alcance y la magnitud real del flagelo. La duración, empero, nos permite adelantar la especie de que, salvo el caso de la disminución de la fuerza laboral (Compuesta fundamentalmente por esclavos) el impacto social y económico debe haber sido limitado.

Ante sucesos como este, sería interesante también hurgar en los documentos y cartas evacuados por el cabildo, a fin de conocer las medidas de contención, si las hubo, para frenar el avance de la enfermedad. De acuerdo a las condiciones históricas de tiempo y espacio, las más recurrentes solían ser el establecimiento de controles de entrada a la ciudad, medidas extremas de higiene, confinamiento y asistencia de los enfermos y quema de la ropa de los fallecidos.

Como ya se ha escrito, destaca el caso del gobernador y maestre de campo Ignacio de Zayas Bazán, quien sustituyó a don Pedro de Carvajal y Cobos, y entró en posesión del título mediante real cédula dada en Madrid el 4 de junio de 1670, por el rey Carlos II y la reina gobernadora. iv Obtuvo la licencia reglamentaria, otorgada por la Casa de Contratación, a la vuelta de un mes y pasó a su destino junto a su esposa Constanza de Cuellar, su hija Catalina de Zayas y 7 criados. v Su muerte, registrada en el libro de referencia, reza “El Sr Presidente Ignacio de Sayas testamento ante Geronimo de Ledesma_15 Julio.” Fue reemplazado en el cargo por el sevillano Juan de Padilla Guardiola y Guzmán, oidor decano, quien notificó el deceso de su antecesor en carta al monarca del 15 de agosto de 1677 y quedó sirviendo la función de manera interina hasta que la corona proveyó al respecto, vi designando al maestre de campo Francisco de Segura Sandoval y Castilla.

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i
AHASD. Catedral Nuestra Señora de la Encarnación. Bautismos L. III (1673-1680)
ii AHASD. Catedral... Entierros, L. I (1666-1701)
iii AGI. Cartas de Audiencia. Santo Domingo 63, R. 3 N. 38
iv UTRERA, Fray Cipriano de. Noticias historicas de Santo Domingo, vol. I. Santo Domingo. Editora Taller, 1978. Pág. 13
v AGI. Ignacio de Zayas Bazan. Contratación 5437.N.1,R.62
vi AGI.Cartas de Audiencia. Santo Domingo 63. R. 3 N. 28

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