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Cuando la historia nos culpa

Soy asmático y, como tal, alérgico casi a todo. El polvo y los ácaros me activan la rinitis. Hace unos días, en compañía de mi madre, una anciana de 90 años, abrí un desvencijado baúl que atesoraba viejas pertenencias de mi padre, quien murió a los 76 años en el 2002. Vaciamos sus enseres. Entre la desordenada pila de cosas divisé un extraño libro: Correspondencia del Presidente Heureaux, Tomo I, 1882, una selección de las cartas de Ulises Heureaux (Lilís) ordenadas y anotadas por el historiador Juan Daniel Balcácer y publicadas por la Editora Universitaria de la UASD en 1987. El libro compendia las cartas del primer año de su primer gobierno (1882-1884) con el apoyo de su mentor, el general Gregorio Luperón, caudillo indiscutible del Partido Azul y primera espada de la guerra restauradora.

Empecé a hojearlo sin muchas ganas y con la idea casi concluyente de donarlo. Sin embargo, cuando estacioné la mirada en una carta enviada por Lilís al general Gregorio Luperón, las intenciones variaron. Me sedujo la cercanía de esa relación, pero también el estilo franco del caudillo. Así, lo que nació como una curiosidad devino en un arrebato. Tan ansioso que no pude pausar la lectura. Poco me faltó para terminar la obra si no fuera por la humedad nasal que, ya gelatinosa, se escurría por mis labios. Y tuve que tomarme un antialérgico.

En las veintisiete cartas leídas advertí un patrón de expresión: las ayudas económicas. En muchas Lilís prometía remesar dinero para gestiones de Estado y particulares; en otras, sus remitentes le pedían favores. No pocas veces me reía por la forma cruda pero campechana con la que el gobernante objetaba algunas peticiones, como la que usó en la carta dirigida a Casimiro de Moya en la que le escribió:

“... le hemos proporcionado de nuestro peculio $100, he sentido mucho que el gobierno nada haya podido hacer por él, solo pagarle sus gastos, pero usted mejor que nadie conoce la situación de nuestra Hacienda y no debemos de ninguna manera dejar de atender los gastos ordinarios para distraer fondos para otras atenciones, yo le suplico de hacer sus esfuerzos y despersuadir (sic) a los demás que se propongan venir exclusivamente a pedirle al Gobierno que los mejore de suerte o que les atienda el bolsillo...”.

En otras cartas, el general Lilís no reparaba en confesar su fastidio por esas presiones. Sin embargo, tal queja contrastaba con las importantes sumas prometidas a favor de otros motivos. Pero en todo el epistolario se destaca la manera caprichosa y compulsiva con la que el presidente disponía de fondos públicos para asuntos de interés político y personal. Y eso, que todavía no había despuntado en él aquel ominoso dictador que llevó al colapso las finanzas públicas en sus posteriores gobiernos (1887-1899).

Al dejar la lectura quedé enredado en una breña oscura de pensamientos. Los más desconcertantes nacieron de la comparación entre la realidad traslucida en esas cartas y la que vivimos hoy. 137 años después, el Estado dominicano sigue amamantando una carga parasitaria de lactantes sin más razón que el activismo político. No dejé de incomodarme por entender esas cartas en el contexto de los tiempos y concluir que pocas cosas han cambiado: solo las formas y las proporciones. Seguimos atados a los mismos estándares de cultura política. Su historia se ha petrificado.

Pensar que Lilís tiene más vigencia que cualquier político de hoy es para sobrecogerse. No es una valoración prejuiciosa ni subjetiva, la historia es cruelmente concluyente y nos culpa. Veamos:

a) Fraudes: Lilís, después de su primer gobierno, ayudó a ganar a Francisco Gregorio Billini con un fraude electoral al llenar de votos apócrifos las urnas; luego de la renuncia de Billini por las manipulaciones y tramas del propio Lilís, éste gana las elecciones de 1887 a través de otro fraude que llevó a su oponente, Casimiro de Moya, a organizar una revuelta en el Cibao.

b) Traiciones: Luego de haber ganado las elecciones de 1887 con el apoyo del general Gregorio Luperón, dos años después lo destierra al extranjero.

c) Reelección: Lilís sometió al Congreso una reforma constitucional para aumentar a cuatro años el mandato y lograr que las elecciones se hicieran de forma indirecta a través de colegios electorales, en sustitución del voto universal. Fue aprobada.

d) Transfuguismo y botellas: abultó por amiguismos y compadrazgos la burocracia pública e incorporó en su gobierno, por conveniencias políticas, a destacados miembros del Partido Rojo, su rival.

e) Deuda pública: endeudó al país hasta la bancarrota con emisiones de moneda sin respaldo.

f) Queridas: En sus gobiernos las amantes y queridas tenían una atención privilegiada.

Juzgue usted.

He leído las publicaciones del detalle del nepotismo del actual gobierno de Medina y la revelación de los sueldos de padres, hijos, esposas, primos, cuñados, amigos, empleados y queridas de funcionarios. Recordé las cartas de Lilís. Mi decepción no esperó respuestas cuando comparé esto con aquello y concluí que metros, autovías, torres, revolución digital y gobierno electrónico son apenas la nueva tramoya del mismo drama, con igual libreto de traiciones, corrupciones, reelecciones, transfuguismos, deuda, dispendio y chapeadoras... Esa fachosa modernidad sirve menos que las famosas papeletas de Lilís, despreciadas en su momento hasta por los campesinos. Ya lo escribí y ahora lo repito: la idea no es el progreso... es el desarrollo. Los dejo con el mimo humectante del crecimiento económico. ¡Feliz orgasmo!

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Abogado, académico, ensayista, novelista y editor.