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Cuando la pelea deja ver los panties

La salida de Leonel de esa cosa llamada PLD era un designio inexorable: se iba a dar y se dio con o sin fraude. La convivencia entre los dos líderes era imposible. Además, había un relato muy tóxico de agravios.

En esta semana se inició el duelo. Por fin los gladiadores abandonaron la pesada armadura y descubrieron sus músculos. Tiraron al suelo sus embusteras noblezas y pelearon como plebeyos. La lucha fue ruda y sangrienta. Danilo y Leonel intentaron en un solo día consumir el odio de una vida, olvidando que esto apenas comienza.

La embestida vino de Leonel en desagravio de una trampa cuya verdad está en manos de una junta suspicaz. En un arrebato de audacia dejó su flemática retórica para asestar el golpe. Renunció del PLD, se llevó a sus leales y en el mismo acto anunció su candidatura por un partido reciclado y con otro nombre. Todo fue armado con más prisa que la candidatura que lo derrotó.

La gente esperaba a un Leonel pacífico y conceptuoso, pero el hombre, ya herido, venía virado. Habló con dolor como sangrando cada palabra. No dejó dudas de su determinación, mucho menos de su encono, por eso más que la razón habló el corazón. Vimos a un Leonel encrespado desafiando sin artificios a su enemigo, a quien, sin mencionarlo, llamó por sus mejores nombres: rencoroso, vengativo, acosador y dañino. Hizo una historia de sus luchas en la que la ingratitud descolló como precio del “desprendimiento”. Una idea obstinada subyacía en todo el relato: el desprecio infame a su liderazgo. Ese trato era suficiente para validar lo que hizo.

Es la primera derrota de Leonel. Le tomará lo que le resta de carrera para superar el trauma. Con una vida política realizada no iba a aceptar que un improvisado sin historia, voz ni brillo lo dejara en el piso. Jamás. Nunca pronunció el nombre del opositor; no era necesario: en su psiquis Gonzalo apenas llenaba de pasada una neurona. La salida de Leonel de esa cosa llamada PLD era un designio inexorable: se iba a dar y se dio con o sin fraude. La convivencia entre los dos líderes era imposible. Además, había un relato muy tóxico de agravios.

Al día siguiente Danilo preparó su arena: un maltrecho club deportivo de escasas butacas: el pabellón de karate; un lugar emblemático. Allí improvisó una asamblea de dirigentes. La concurrencia era tan pobre que las cámaras no se atrevieron a recorrer otros ángulos. Era un pretexto para darle ambientación al objetivo real de la convocatoria: responderle a Leonel a la altura de sus provocaciones. Lo hizo con rabia, rencor y saña. Gonzalo era apenas un mime en el apresurado montaje. Me pareció ver a un papá defender la travesura de su hijo en el parque del barrio como para que todos se enteraran. El momento era glorioso y deseado por toda una vida. Danilo se creció; no necesitó de libretos, teleprónter ni audiovisuales. Para replicarle a Leonel le bastaban las ganas y las tenía de sobra. Fue un orgasmo retórico. Habló de sus altruismos partidarios, de su insistida humildad y de ser una persona que no agravia a sus enemigos. Se definió como un hombre sencillo, contrario a Leonel, quien según él no puede vivir sin la presidencia. Llegó un momento extático en el que detonaron las emociones más escondidas cuando afirmó que su delito era haberlo hecho mejor que él. Se desnudó sin recato, pero dio en el clavo. Y es que es ahí donde se aloja la raíz de este desencuentro; donde germinan los odios más venenosos. No se trata de visiones, ideas o concepciones distintas. En el fondo es una lucha ciega, amarga y arrogante de egos. De probar y sentir quién convoca más méritos; quién provoca más aplausos; quién causa más lealtades; quién se siente más grande.

Al hablar de Gonzalo, el presidente se enterneció. Lo recomendó como “hombre bueno”. Y es que hay una simbiosis de oscuras complicidades entre estos hombres. Danilo sabe que dejará muchas huellas en la escena y que solo Gonzalo puede deshacerlas. Gonzalo es consciente de que ha arriesgado mucho por cuenta de su líder; por eso su lealtad está por encima de la vida y la muerte. A Gonzalo le halaga ser usado como muñeco de ventrílocuo. Danilo lo defenderá con las garras del alma para evitarse el trance que le aguarda si cualquier otro gobierno decide actuar responsablemente. Por eso sus instintos le jugaron una trastada al cierre del discurso cuando dijo: “yo gano las elecciones”. ¿Y Gonzalo?

Esta batalla es una lucha sorda de orgullos; el de Leonel: posado, impenetrable y obstinado; el de Danilo: desconfiado, intrigante y rencoroso. Mientras afirma que Leonel consintió en darle la oportunidad porque iba a ser un gobierno de tránsito, Danilo ve en Gonzalo un puente para asegurar su retorno seguro e impune. La “sangre nueva” resultó una estafa; un plan, no para facilitar el relevo definitivo, sino para conseguir la habilitación constitucional y cumplir con el sueño de su vida: tener los tres periodos de Leonel o uno más; aunque pudiera transarse por otro logro no menos apetecible: evitar que Leonel vuelva. Tiene en reserva todas las de ganar con aquella memorable premonición del juez Castaños Guzmán sobre su unción divina en tanto elegido de Jehová. Leonel debe estar prevenido sobre las maldiciones de ese conjuro; sospecho que por eso anda con su Biblia y la lectura como amuleto del Salmo 23: Jehová es mi pastor, nada me faltará...

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Abogado, académico, ensayista, novelista y editor.