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Cuba: Los extremos se tocan

La llamada “lucha de los pueblos irredentos” entronizó la lucha contra el capitalismo. No fue sólo que el fin justificaba los medios, fue peor, el medio era el fin en sí mismo. Por ello, para “salvar la revolución”, están dispuestos a encarcelar y matar al pueblo que dicen defender.

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Cuba: Los extremos se tocan

Contrario a como se ha afirmado, no se abre una era en Cuba sin los Castro. Más bien, continúa la era del castrismo sin ellos al frente. En otras palabras, no solo no se visualizan cambios en Cuba con la entrada de Miguel Diaz-Canel, sino que la entrada de Diaz-Canel garantiza que no habrá cambios.

De lo contrario, no hubiera accedido a sus nuevas funciones.

Cuba ilusionó al mundo con su revolución. Enfrentarse a los EEUU en plena guerra fría revivió el mito de David y Goliat. En la década del 60 la Revolución Cubana trajo una impronta de esperanza. La ilusión de justicia y humanismo era percibida detrás del fusil. Alguien le había plantado cara al imperio. Alguien hacía respetar su suelo y su soberanía. Todos querían imitar el coraje de los barbudos y bajar de su Sierra Maestra con un arma y un crucifijo.

La realidad se comprendía en aquel entonces a través del concepto revolución, como sinónimo de comienzo absoluto. Junto a ella nacía el hombre nuevo, que en esencia no es una idea comunista. Es renacentista y burguesa. La idea de que el ser humano es capaz de hacerse a sí mismo. Por lo que la revolución era filosofía. De esta forma la propuesta política de Karl Marx era posible con la propuesta revolucionaria de Martin Heidegger.

Esa construcción existencialista sostiene que el ser humano es capaz de deshacerse, liberarse, desligarse de su propia historia e inventarse una nueva historia a partir de la nada. Heidegger sustenta la esencia filosófica de la transformación ontológica.

Mas adelante, la “izquierda caviar” asumió el discurso como estatus. La fobia anticapitalista fue expresión patológica del despecho. Nadie podía ver los aciertos y desaciertos de los extremos.

La llamada “lucha de los pueblos irredentos” entronizó la lucha contra el capitalismo. No fue sólo que el fin justificaba los medios, fue peor, el medio era el fin en sí mismo. Por ello, para “salvar la revolución”, están dispuesto a encarcelar y matar al pueblo que dicen defender.

Y por supuesto, esa historia no se entiende sin su contraportada en el otro extremo. La ceguera de una extrema derecha igualmente viciada, atrasada, autárquica, jurásica, pobre, corta de visión, ausente de inspiración que ha llenado de muerte y horror los pueblos del Medio Oriente en defensa de la democracia. Ambos extremos se apoyan y sustentan el pasado. El “hombre viejo” para intentar “ser nuevo” tiene que emigrar y reinventarse en otras playas. Ambos extremos sustentan las limitaciones de la condición humana y sus miserias en todo el planeta.

Los hechos pusieron en evidencia la génesis real de la revolución de la extrema izquierda y los golpes salvadores de extrema derecha. Nacieron viejos, obsoletos, anquilosados, autoritarios, patriarcales, ortodoxos, violentos y violadores, invasivos e invasores, postergados y postrados entre dinosaurios.

Los ideales del 60 se transformaron en obsesión, persecución y destrucción del aparato productivo y de las instituciones democráticas: estaban tan comprometidos en la libertad de los pueblos que imponían una sola voluntad, la suya. Estaban tan comprometidos con la democracia, que popularizaron los dictadores, los de izquierda era los dictadores buenos -salvadores-, los de derecha, los dictadores malos – tiranos -. Estaban tan comprometidos en distribuir las riquezas, que nadie se ocupó de crearlas.

Hoy Cuba es un museo, no por sus carros y vetustos edificios, sino porque está anclada en el pasado. Cuba no tiene ideología, la ideología tiene a Cuba; y lo que fue una visión, hoy es obsesión: mejor matar y encarcelar, que dejar de tener la razón.

El mito del “hombre nuevo” no es posible sin libertad, sin autodeterminación personal y colectiva. Lo espiritual crea lo material. No viceversa. Esa es la esencia del espíritu renacentista.

Como señalara el presidente Barack Obama, parafraseando a Einstein: “Hay una historia complicada entre EE. UU. y Cuba... no podemos continuar haciendo lo mismo que hemos hecho durante 50 años y esperar un resultado diferente”.

Eso explica ambos extremos. Uno destruye por la libertad y la democracia, el otro, por la igualdad y la equidad.

Associate MIT-Harvard Public Disputes Program. Universidad de Harvard.

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