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Danilo Medina: ¿un matrimonio cansado?

Ese presidente temeroso y permisivo no despierta ni odios. Su palabra pesa menos que una pluma y sus promesas son golpes sin tañidos. Se le hizo tarde para encantar...

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Danilo Medina: ¿un matrimonio cansado?

El Gobierno me recuerda a un matrimonio mantenido por la costumbre. Una relación sin misterios y abatida por la inapetencia. El presidente apenas habla, convencido de que callado es más llevadero. Él sabe que cada palabra puede ser avergonzada por los hechos y ya le fastidia tapar más verdades. Es el mismo silencio que domina en una relación quebrada por la infidelidad. Cada uno por su lado, y ambos rendidos a la desidia sin ganas ni para aborrecerse. Es que no hay manera de sorprender cuando se intuye lo que se va a decir o a hacer y sin manera de evitar la sospecha. Este Gobierno, tan predecible como la rutina, perdió encanto. Cuando un matrimonio anda así, pocas cosas salen bien. En ocasiones brotan episódicos arrebatos que perecen en la intención. Eso fue lo que pasó hace unos días cuando queriendo dar una sorpresa el ministro Administrativo anunció con tambores los cambios que se darían en el gabinete. Una manera inteligente de sacudirse del sopor y renovar expectativas. Era el momento certero para dar un golpe de efecto sacando del circo a viejos animales. De hecho, yo había tomado del refrigerador un blend californiano para agasajar la salida de algunos vejestorios. El descorche iba por cuenta de Euclides Gutiérrez Félix y las copas tenían nombres propios. La gente está harta de esa rutina pública montada sobre una tramoya ajada y armada de desganos, nalgas flácidas, papadas opresivas, tintes capilares, barrigas mórbidas y otras marcas folklóricas del sedentarismo burocrático. Pero era mucho esperar de un gobierno pálido. Así, la historia terminó como la noche de aniversario de un matrimonio monótono: callada y soñolienta, sin más apuro que irse a dormir. Los espectaculares cambios no pasaron de nombramientos menudos. El de más relevancia fue el de INDOTEL (entidad que en los gobiernos de Medina ha batido un récord en cantidad de titulares); las demás fueron designaciones politiqueras, la mayoría en el abultado servicio exterior compartido con la franquicia de Vargas Maldonado en el negocio aquel llamado “gobierno compartido”. Y como matrimonio agotado las únicas novedades las resumen el decreto histórico con el que se nombró a un hombre preso y el que lo destituyó en un tiempo Guinness. Además de la destemplanza con que se maneja el Estado, estos anémicos decretos desnudaron una verdad cada día más clara: ¡Danilo Medina no tiene valor ni para remover a un ministro! Es tan así que a los pocos que destituye los nombra como asesores del Poder Ejecutivo en cualquier rubro o los lleva a otro puesto, por eso la nómina pública revienta el gasto y espanta el presupuesto. El presidente tiene miedo político; le perturban los disgustos porque pueden desatar develamientos peligrosos en un gobierno que amontona cadáveres tapados. Este era el momento para sacudirse de viejos lastres y al menos vender la ilusión de que en un segundo mandato traería a otra gente. Pero el Gobierno está trabado por sus propios miedos y el presidente no quiere crispar el ambiente político, más cuando en la selva se vuelven a escuchar los lejanos rugidos del león.

Así las cosas, ¿qué esperar de un gobierno tan fuertemente atado a su propia complicidad? ¿Es esa la voluntad que mereceremos frente a problemas tan complejos como la impunidad, el endeudamiento, la presión migratoria y la corrupción? Hay un correlato inédito en estos decretos y es el que nos narra la descomposición imperante, tan grave que hasta los nombramientos más menudos salen embarrados, pero también da cuenta de la celosa vigilancia ciudadana, esa que obligó a dar marcha atrás a la designación de gente empañada.

La imagen del hombre virginal, sensible y solidario se diluyó como se evaporan las pasiones primerizas de los mejores años; lo penoso es que el presidente jura que todavía provoca; lo peor: ostenta con ese delirio sin escuchar el ruido de las murmuraciones.

El discurso del pasado 27 de febrero fue un poema sin color ni vida, ese que en una relación dormida solo despierta ojerizas; una confesión de amor oliente a motel y tatuada con la marca labial de la perfidia.

Ese presidente temeroso y permisivo no despierta ni odios. Su palabra pesa menos que una pluma y sus promesas son golpes sin tañidos. Se le hizo tarde para encantar. La gente empieza a contar el tiempo que le queda con el deseo de que se acorte y nada más.

Cada día se le hará más costoso lustrar las apariencias, como vender el ensueño de un matrimonio calladamente arruinado. Es que no hay gesto facial más doloroso que fingir la sonrisa cuando el corazón murmura por dentro. Este gobierno se agotó antes de comenzar de nuevo.

joseluistaveras2003@yahoo.com

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