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Redes Sociales

De jueves a jueves: una pausa de gratitud

He confirmado en lo que hago a Miguel de Unamuno: “El escritor sólo puede interesar a la humanidad cuando en sus obras se interesa por la humanidad”. A esos lectores les debo la fortuna de tenerles y de tropezarme con mis trabajos compartidos en las redes sociales.

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De jueves a jueves: una pausa de gratitud

Cada jueves llega esta columna con mi firma. Las pocas ocasiones que he faltado en publicarla me debo preparar para los reclamos de ciertos lectores. Algunos me dicen que la omisión les trastorna su rutina. Escribir no es un oficio llevadero. Se precisa de un estado de ánimo imperturbable, condición privilegiada cuando se vive en un medio provocado por tantos apremios.

Pierde tiempo quien busque en esta columna alguna erudición. Si ese es su interés me permito referirlo a la ilustrada vecindad de autores de este diario cuya estatura no alcanzo ni empinándome. Este espacio me fue cedido para vaciar en él mi libertad. En ese ejercicio no he añadido más esfuerzo que dejar fluir lo que pienso y siento.

Pudiera escribir ideas abstractas o conceptos teóricos del Derecho, del pensamiento social y de la teoría política. Si esa hubiera sido mi elección la tomaría en serio y no dudo que terminaría citado en una que otra investigación académica, o quizás elogiado por un puñado de dos o tres diletantes. Reconozco que ese es un trabajo para los que se han curtido en las exploraciones del saber; yo apenas soy un pensador repentista y experimental.

Esta no es una columna periodística, ni siquiera un trabajo de referencia académica, es un muro urbano donde pinto los grafitis de las realidades cotidianas. Como escritor social aspiro a darle ímpetu al grito reprimido de la gente. Por eso mis posiciones no son necesariamente objetivas; nacen de la contradicción implícita que se disimula en las apariencias políticamente correctas. No soy neutral: más que analizar, critico; antes que teorizar, interpreto. En ese oficio no busco agrados, propinas ni méritos. Tampoco me siento más ni mejor que nadie.

Mi expresión, de fuerte tañido, es mordiente. Escribo en la justa forma que demanda lo que denuncio. No me acompleja la opinión de los que me califican de amotinador, contradictor o insurrecto. La tolero convencido de que vivimos en una sociedad de lenguaje pálido, en la que para hablar hay que mirar a todos los lados y para escribir repasar una y otra vez las colindancias. Me tienen sin cuidado esas aprensiones.

No tengo que decir que por la desnudez de mis juicios me han negado estrados y oportunidades. He cosechado legítimamente muchos desafectos; no los he necesitado, al contrario, afirmo mis convicciones en cada exclusión gratuita o alusión desdeñosa. En una sociedad autocensurada, de opiniones prestadas, rendidas o dobladas, es herético usar nombres propios. Siempre late la prejuiciosa presunción de que uno anda buscando algo. Pocos conciben otros valores de realización más allá del capital, el poder o el aplauso. No me imagino escribir sobre temas abstractos. Me sentiría un alienígena pontificando sobre la naturaleza humana. Vivo en un mundo real lleno de carencias y desafiado por grandes urgencias. Prefiero moverme en la dimensión cóncava de la realidad, donde nacen los intereses, se arman los tratos y se definen las agendas del poder. Es ahí donde me siento fuerte y embisto.

Aquí al parecer hay que escribir sobre Trujillo, la gesta de abril o los doce años de Balaguer para ganar cierta atención literaria o hacer un nombre fuera del país para merecer un asiento en el pontificio areópago del pensamiento. Escribir sobre estructuras de poder, privilegios, desigualdad o corrupción pública y sobre todo empresarial es suicida. Me declaro sospechoso de ese “vicio” y como tal nunca espero acreditar otra distinción que no sea la “ojeriza”. No me siento héroe ni mártir por eso, creo que es como debe funcionar una comunicación responsable. Tampoco me asumo como un villano ideológico acosado por el resentimiento o la paranoia. Soy un hombre del sistema que lucha con el sistema para mejorar el sistema.

He ganado, en cambio, afectos incontables de gente corriente. Ignorarlo sería una falsa modestia. He sido reconocido y llamado en la calle por lectores para recibir su tibia expresión solidaria. He tenido escasos motivos tan estimulantes como escuchar de un cajero bancario, un estudiante universitario o un despachador la declaración de su lealtad con un espontáneo: “Lo leo siempre”. He confirmado en lo que hago a Miguel de Unamuno: “El escritor sólo puede interesar a la humanidad cuando en sus obras se interesa por la humanidad”. A esos lectores les debo la fortuna de tenerles y de tropezarme con mis trabajos compartidos en las redes sociales. Ese es mi premio; no aspiro a más. Me debo a ustedes. Gracias del alma.

TEMAS -

Abogado, académico, ensayista, novelista y editor.