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Motoconcho
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De un motoconchista enamorado

Perdóneme, pero es que usted deja en espera cualquier motivo. Mi único pasajero es su recuerdo. ¿Cuántas veces la he sentido detrás de mí sin tenerla? La sospecho conmigo en un vagabundeo por el barrio entero: desde la esquina de doña Tile hasta la parada del taller del cojo.

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De un motoconchista enamorado

No me juzgue, Nereyda, por la forma de sudar la vida. Es cierto que no salgo de un empeño; que cuando le coge con llover no hay dinero y que estos motores chinos se encaprichan con los problemas. Lo único que me convence es verla entrar y salir de la cooperativa. Tan exacta como el sol, tan limpia como el día, tan tibia como la mañana. A ese minuto se rinde cualquier brío. Paso el turno a quien lo quiera con tal de no perderme su andar; y es que en cada pisada se mueve el cielo y presiento el eco de una tambora que se enreda en su nerviosa cintura. Si pudiera montarme sobre ella como se acomoda mi tío Fellito en su mula y darle un solo paseo de bachata debajo del aguacero. ¡Ay!, sus pasos, Nereyda, no solo los cuento: los respiro, los acompaso y aun en el griterío de la esquina los escucho más claro que el pregón de la camioneta que compra hierro viejo. En ese glorioso momento soy apenas un penco que deja rendidos sus sueños a la voluntad de sus caprichos. Usted, Nereyda, me derrite, me inquieta, me enloquece.

Epedito y Chago me dicen que ni por pena usted me daría amores. Me llaman pendejo dizque por aspirarla. Me preguntan si nunca he tenido un espejo. Mire, señorita, la gente habla sin saber. Deme una esperancita para probarle lo que valen sus deseos en un motor sin freno.

No me la pierdo desde que se desmonta del minibús de Pedro Brand hasta la misma puerta de la cooperativa, como mandada por Dios. Puesta ahí todos los días como perfuma la mañana el café de doña Clara. Envidio a Papín, el guachimán de la puerta, ese moreno tan feo a quien le regala esa sonrisa sin una maldita razón y para mí, Nereyda, ni el fracatán de una mirada. Vivo en sus trenzas, me calco en sus pisadas y duermo una siestecita en la esquina húmeda de sus labios. Quisiera correr para abrirle las puertas, esa y todas, pero me quedo tieso sobre el motor, como cuando suben la bandera en la escuelita de Los Brache. Mi miedo me roba valor hasta para tirarle un buen piropo, de esos decentes que enseña Peñaló, el director del liceo.

Ese perfumito suyo me emborracha. Huele a lluvia inesperada, a paseo de domingo, a té de canela, a vaselina de la buena. Perdóneme, pero es que usted deja en espera cualquier motivo. Mi único pasajero es su recuerdo. ¿Cuántas veces la he sentido detrás de mí sin tenerla? La sospecho conmigo en un vagabundeo por el barrio entero: desde la esquina de doña Tile hasta la parada del taller del cojo. Cuando pienso en sus manos sobre mi cintura, le juro que todo se calla, hasta las vibraciones de mi Supergato.

Los pasajeros me reclaman mi ausencia, pero es que después de verla todo pierde sentido; me siento aturdido, Nereyda. Apenas encuentro paz para imaginarla. Vivo tejiendo vainas en mi mente por si algún día puedo merecerla. Le prometo que dejaré esta montura, compraré un Sonata con la ayuda del licenciado Freddy, el director de su cooperativa, y me haré Uber como saber que hay Dios en el cielo. Y es que ningún sueño loable, señorita, puede rodar sin su permiso. Dígame que sí y seré hombre nuevo.

La rubia postiza de la banca de Loteka está que no me suelta. Hasta me fía tripletas con tal de que como hombre la ofenda; me agarra las manos para que la apriete detrás de la caseta. Le he dicho que tengo vida solo para usted; entonces se pone como loca y amenaza con tirarle ácido del diablo.

Ay, Nereyda, le daría todos los muchachos que quisiera; si el primero sale varón, le pondría Memelo, como mi mejor amigo, un maestro fino del concho. Perdió la mente por usted. La montó hace un año, de la cooperativa hasta el Laboratorio Amadita, y desde entonces es un sambá; la tiene en su cabeza como ciclón apresado. Se fue a Los Mina para olvidarla y me dejó aquí con este tormento de amarla sin usted saberlo, de desearla sin usted sentirlo, de soñarla sin usted vivirlo. Dígame que sí y brincaré el universo”.

P.D. El licenciado me ayudó a hacer esta carta a cambio de un delíveri diario durante toda la cuarentena.

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Abogado, académico, ensayista, novelista y editor.