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Corrupción
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Deje esa vaina así, señor procurador

No tengo nada personal en contra de Jean Alain Rodríguez. Esa valoración puede resultar inverosímil en un medio poblado de prejuicios gratuitos. De hecho, una de las argucias más socorridas para descalificar a quien reclama es imputarle intereses ajenos o motivos subjetivos. Ni una cosa ni la otra.

He escrito una veintena de artículos sobre Odebrecht. Si no he sido el articulista dominicano que más ha tratado el tema, estoy entre los primeros. Lo puedo probar. Y no se trata de una obsesión compulsiva sino de un ejercicio de asombro, si se quiere, ante la forma tan intemperante como se ha conducido judicialmente el caso.

Es obvio que cuando el investigador de un expediente de esa complejidad no honra su cometido con una gestión de igual talla se abre una vigilancia consistente y cercana. De eso se trata. Sobre todo cuando el caso concierne a actores políticos activos y en su instrucción se revela una intención política para aguar sus efectos y desdibujar sus alcances. Mientras ese condicionamiento persista, seguiré escribiendo de forma recurrente y en tonos cada vez más altos. Se tendrán que acostumbrar o callarme. Eso sí, les dará trabajo.

Cuando a principios de 2016 en Brasil se desata la ola de detenciones en contra de ejecutivos de Odebrecht con ocasión de Lava Jato, Joao Santana y su séptima esposa, Mónica Moura, residían plácidamente en la República Dominicana asesorando por segunda vez la campaña del presidente Danilo Medina. En pleno desarrollo tuvieron que abandonar el país para guardar prisión en una cárcel de Curitiba mientras se instruía su proceso. A partir de ese hecho, Danilo Medina entra en pánico. Se disipa la euforia del mítico 62 % que tanto le obsesionaba. En medio de una crisis electoral, los ánimos se desploman, la gala del triunfo languidece y todo el Gobierno se recoge en un silencio monástico.

Consciente de que lo que se estaba batiendo en Brasil no era un caldito, Medina cambia de procurador: busca a un muchacho leal, de su intimidad y sin apetitos políticos. Desde su discurso del 16 agosto de 2016 hasta los primeros meses de 2017, en el Palacio el “tema Brasil” era un tabú que solo prendía en el lenguaje de las miradas. Durante ese tramo le tocó a José Ramón Peralta, un malísimo comunicador, contener el alud de la prensa y torear sus inquisiciones con salidas memorablemente fantoches, como aquella de diciembre de 2016 cuando creyó disiparla al decir que era Navidad y que el pueblo “estaba en comida”.

En diciembre de 2016 empieza a enardecer un ánimo extraño de irritación social que hace más plomizo el cuadro. Lo lógico era suponer que esta indignación, como toda expresión febril, se evaporara en las festividades navideñas de 2016, pero fue justamente en ese asueto cuando tomó su máximo ímpetu hasta alcanzar su vuelo más alto en la primera Marcha Verde del 22 de enero de 2017. A partir de entonces, en el Palacio se perdió el habla.

Las cosas en Brasil se fueron complicando y, antes de que sus ventoleras causaran mayores estragos, el presidente entendió que no había más elección que salvar su pellejo ante amenazas cada vez más inminentes de comprometerlo personalmente. Dejó correr las investigaciones locales a ritmo de bolero hasta que los cielos cariocas se despejaran; mientras, fue cerrando algunas puertas: Punta Catalina y un acuerdo relámpago con Odebrecht. En la primera, nombra a una comisión muy parecida a sus deseos y afectos para que, con algunos reparos creíbles, «certificara» la licitación; en la otra, ordena al procurador convenir un acuerdo con Odebrecht que le permitiera avanzar el proyecto de Punta Catalina y de paso sacarla de la escena procesal: obvio, no se corría igual riesgo con Odebrecht defendiéndose como imputada que testificando a favor del Ministerio Público en aquellas acusaciones que este selectivamente promoviera según las directrices del Palacio. Era un fastidio tenerla adentro: mejor como aliada que como acusada. Esa fue la premisa política del acuerdo.

Con la presentación de la acusación, el Gobierno respiró y la Procuraduría se dio por descargada; entonces los apuros del Palacio perdieron rigidez, el presidente rescató el habla y los ánimos reeleccionistas prendieron con renovada efusión. Pero algo no cuadraba: más del cincuenta por ciento de los montos confesados por Odebrecht como sobornos se realizaron entre 2012 y 2014, periodo omitido en las investigaciones. La Procuraduría creyó estafar a un colectivo de tarados pretendiendo salvas y honores por haber llevado a cabo, según su reciente declaración, la investigación “más seria y amplia de la historia”. No conforme con ese desatino, el procurador, indignado por la mezquindad de negarle tal mérito, acusó de estar al lado de los acusados a quien no compartía ese juicio. Obvio, se trata de una ilusión enajenada.

Es a propósito de la reciente revelación periodística de los sobornos por Punta Catalina que el procurador se “entera” de que la obra más costosa de la historia motivó pagos por sobornos de Odebrecht y promete investigar con la misma “transparencia y responsabilidad” que la primera (o única) acusación.

Es el momento de rogarle con encarecimiento a Jean Alain que se ahorre la pantomima, porque, si el parámetro fue lo que hizo con el expediente de los primeros sobornos, lo aconsejable es que no mueva un dedo y deje las cosas tal como están. Un referente tan siniestro como el que él invoca es la garantía de que la impunidad será la ineludible sentencia de este “nuevo” descubrimiento.

La Procuraduría nunca hizo motu proprio una investigación; simplemente documentó la delación de Odebrecht, a quien sacó de madrugada de la acusación para evitar que declarara más de lo que debía; no hizo nada relevante que añadiera valor a lo que la constructora había “aportado”. A diferencia de los ministerios públicos latinoamericanos, no recogió en la fuente declaraciones de testigos, no suscribió un acuerdo de cooperación judicial con Brasil, no designó equipos conjuntos de investigación, no conminó a la acusada a mayores colaboraciones y sacó del expediente a su entera discreción a quienes quería.

Jean Alain no puede seguir haciendo más daño. En su desempeño ha primado como dogma personal la lealtad política al presidente sobre la búsqueda de la verdad. Un papel obstructivo, pérfido y antihistórico. Ha perdido todo sentido de valor propio. Se dio por completo a Medina. Nunca ha comprendido que ya con Odebrecht no puede vindicarse aunque en su convicción delirante persista el autoengaño. Si su determinación es voluntariamente suicida que no arrastre a una nación. Es quimérico estar bien con Dios y con el diablo. Le pido que siga trabajando en lo que realmente ha sido bueno: en la modernización de los procesos, en los programas comunitarios y de mejoramiento carcelario, en sus recientes desmontes de máquinas tragamonedas, pero que, por el bien de todos, deje tranquila a Odebrecht. Que suelte esa vaina...

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Abogado, académico, ensayista, novelista y editor.