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Dictadura de partido

La dominicana es pues una democracia de caricatura. El peledé necesita mantener su actual dictadura de partido para reproducirse cada cuatro años en el poder y así asegurarse impunidad y evitar el riesgo de tener que rendir cuenta ante una justicia independiente.

No está en discusión la baja calidad de la democracia dominicana. Para comprender la dimensión de sus distorsiones, es necesario explicar cómo llegamos al punto en que nos encontramos. Nos concentraremos en la “era del peledé”, que lleva casi 16 años ininterrumpidos en el poder y es el principal responsable de su estado de situación actual.

De su primera experiencia de gobierno (1996-2000) y su derrota en las elecciones, la alta dirigencia del peledé, al pasar balance, no identificó la causa de ésta en la impunidad que brindaron a reformistas o haber copiado muchos de sus métodos de corrupción o su abandono de la “liberación nacional” por la “privatización neoliberal”, sino que su conclusión fue que no habían hecho suficiente acopio económico en su paso por el Estado.

Por esa razón, a su retorno al poder en el 2004, el peledé implementa un agresivo esquema de acumulación que tiene por objetivo convertirlo, a través del enriquecimiento ilícito de su cúpula dirigencial, en un partido económicamente autónomo.

Se impulsaron grandes inversiones en obras públicas –un ejemplo fue la construcción del Metro de Santo Domingo – y en los años subsiguientes se produjo el maridaje ya conocido con la empresa Odebrecht y un acelerado proceso de endeudamiento público que llega hasta hoy.

Esa estrategia de acumulación originaria desarrollada por el peledé a partir principalmente de 2004, solo tenía posibilidad de permanencia en el tiempo si se garantizaba el control de los poderes del Estado, pues solo así lo acumulado por vía de la corrupción podía ser protegido con impunidad.

De 2006 a 2010, el peledé, utilizando a sus anchas todos los resortes del poder, terminó haciéndose del Congreso, de los ayuntamientos y de los otros poderes del Estado. El peledé, de un partido gobernante, pasó a ser un Partido Estado en la medida que alcanzó el control y subordinación a sus intereses del conjunto de poderes y órganos del Estado. El Comité Político se convierte en un suprapoder, extra constitucional, colocado por encima de los poderes formales del Estado.

Desde el 2008, con la reelección de Leonel Fernández, el peledé inicia otro ciclo. Al control de los poderes del Estado, se le sumó un proyecto continuista de poder que se proclamó debía durar por lo menos hasta el 2044. Se trataba de subordinar los poderes del Estado, ya no solo por un interés puntual o coyuntural, sino que en la cúpula peledeista tomó cuerpo la necesidad de mantenerse de forma indefinida en el poder, utilizando para ello los recursos del Estado y las políticas de asistencia social para crear una lealtad clientelar que le facilite cada 4 años legalizar formalmente su permanencia en el poder en procesos electorales viciados. En este momento, y en la medida en que los poderes públicos quedaron supeditados a la continuidad del peledé en el poder, en el país quedó instaurada una dictadura de partido.

En nuestro país, la modalidad de dictadura de partido impuesta por el peledé se desarrolla bajo el manto formal de una democracia representativa, con separación de poderes, existencia de una Constitución de la República y elecciones cada 4 años, medios de comunicación y partidos políticos de oposición.

El quid de esta dictadura de partido está en la concentración por el peledé de los poderes del Estado y la subsecuente supresión de la separación de poderes y de su independencia; el sometimiento de los órganos electorales; la eliminación de toda forma de disidencia a su interior; en la compra de lealtades políticas por vía clientelar; la manipulación permanente de la opinión publica a través de un aparato oficial con medios de comunicación y “bocinas” pagadas; comprando, doblegando o aplastando los partidos de oposición.

Es decir, en la República Dominicana, la modalidad de dictadura no tiene su matriz en la voluntad particular de un hombre, sino en el control corporativo que tiene el peledé del poder del Estado puesto al servicio de su continuidad en el poder. Ahora bien, ese control del poder termina beneficiando a quien tiene el control coyuntural de ese partido que por el carácter presidencialista del régimen político dominicano viene a ser el titular del Poder Ejecutivo. Por eso, la lucha de facciones en ese partido, no es por programas políticos o por un proyecto de país sino por qué facción se alza con la presidencia de la República, lo que la hará beneficiaria de gobernar apoyándose en un partido que ejerce el control absoluto del poder, incluyendo la posibilidad de modificar la Constitución a su antojo para reelegirse una y otra vez.

La dominicana es pues una democracia de caricatura. El peledé necesita mantener su actual dictadura de partido para reproducirse cada cuatro años en el poder y así asegurarse impunidad y evitar el riesgo de tener que rendir cuenta ante una justicia independiente.

Es claro que mientras el peledé gobierne, no hay posibilidad alguna de avanzar hacia el fortalecimiento de las instituciones democráticas y hacer valer el imperio de la ley. O dicho de mejor modo: hacer un verdadero cambio democrático, tiene como primera condición sacar al peledé del poder.

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Guillermo Moreno es abogado y político. Presidente de Alianza País.