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Juan Pablo Duarte
Juan Pablo Duarte

Duarte hoy en la Plaza de la Bandera

Pero, ¡cuidado!, todavía no lo hemos perdido todo; a pesar

de su lejanía, el referente de Duarte es tan portentoso que sigue inspirando motivos de gloria cuando la nación pasa como hoy por un trance aciago. En cada prueba se fortalece nuestro carácter democrático y la convicción de que no podemos seguir de espaldas a deberes tan altos, esos que en su momento entendió y asumió Duarte como proyecto de vida.

No sé si el nombre de Juan Pablo Duarte todavía provoque alguna inspiración. Si así fuera, razones habría para respirar esperanza, pero, aparte de una tediosa lección histórica, dudo que quede alguna memoria vivencial del patricio. Y es que cuando el sentido de nación pierde latidos en la conciencia de los pueblos no hay motivación que convoque a sinceras devociones.

Más que una mención honorable del pasado, el Duarte de hoy es excusa, poema y atavío retórico. Su recuerdo está atado a una moneda devaluada, a un feriado de playa, a un pretexto oficial para inflar presupuestos publicitarios o rematar un largo discurso. Hoy 27 de febrero pudiera ser uno de esos días aburridos, pesados y cansados. De evocaciones vacías, apelaciones abstractas y mentiras envasadas en finos libretos.

Duarte perdió encarnación en la dominicanidad contemporánea. Las razones para borrarlo de nuestras vivencias sobrepujan los esfuerzos para rescatar su ejemplo. Su vida fue la negación de nuestro modelo de éxito: un idealista sin “cuartos”, ni estirpe, ni ambiciones. Su discurso libertario hoy fuese estigmatizado de populista; su propuesta, desdeñada como locura, y su sacrificio como una vida desadaptada, más cuando las generaciones emergidas de su martirio se han levantado sobre la herencia de viejos autoritarismos, despreciando la tibia cobija de su ideario.

A casi dos siglos de su empresa libertaria no ha bastado la inmolación de tantas vidas, ni la resistencia en tiempos de apuros patrios, ni las voces silenciadas con el gatillo del miedo. Vivimos un presente de glorias caídas y sombras cansadas.

Duarte no interpreta adecuadamente la cultura en la que su sueño de nación quedó ahogado de adicciones consumistas, enajenaciones hedonistas y sumisiones gratuitas. Una sociedad tricolor, y no por los tonos de su bandera, sino por los submundos enredados en sus vísceras: los de arriba, los del medio y el gran sedimento, existencias tan superpuestas como desconectadas, cada una con su propia visión de futuro. Una nación marcada por el fracaso planificado de los que la dominan, donde cualquiera vende su decoro por una borrachera y su libertad por un “buen polvo”. Esa masa apretujada en los calabozos del infortunio todavía busca la luz de una independencia pendiente.

Pero, ¡cuidado!, todavía no lo hemos perdido todo; a pesar de su lejanía, el referente de Duarte es tan portentoso que sigue inspirando motivos de gloria cuando la nación pasa como hoy por un trance aciago. En cada prueba se fortalece nuestro carácter democrático y la convicción de que no podemos seguir de espaldas a deberes tan altos, esos que en su momento entendió y asumió Duarte como proyecto de vida.

Podrán etiquetarla de mil maneras o combatirla con las armas de todos los prejuicios, pero esa juventud que se ha apoderado de las calles en estos días abre espacio a la esperanza. Es una indignación creativa, consciente y ordenada. Claro, no faltarán los mismos teóricos que la denostarán con argumentos ya consabidos: que son movimientos emotivos, invertebrados, acéfalos, esnobistas y sin propuestas. Lo que no podrán desconocer es que esta indignación social resguarda el celo institucional que la sociedad política ha perdido. La juventud no está dispuesta a transigir con su futuro y reprocha los desafueros de un viejo sistema agotado sin capacidad para producir cambios. El gran significado de esta indignación reside en la comprensión, por parte de las generaciones que asoman, de que el sistema ha perdido sus coordenadas frente a una clase política degradada que ha privilegiado sus intereses antes que el bienestar común. En esa depredación se está comiendo su futuro de un bocado.

A diferencia de la juventud chilena, que con un nivel incomparable de educación provocó protestas violentas y caóticas, la nuestra ha mostrado su músculo sin tirar una piedra. Y es que, a pesar de habérsele violado —de forma irresponsable, dolosa e impune— la decisión de votar, esa juventud desechó la provocación del caos para confirmar con protestas civilizadas que aprecia la vida democrática. De manera que quienes advierten propósitos sediciosos en estas manifestaciones son los que por omisión quieren que el estado de cosas actual se mantenga igual. Esos son los que proponen acuerdos de aposento y entendimientos entre cúpulas.

Hoy hay una nueva convocatoria a la gloriosa Plaza de la Bandera, convertida en estos días en madriguera del sentimiento ciudadano; debemos acudir con nuestra familia para dejar impresas las huellas de nuestra presencia en un encuentro con la historia para rescatar a ese Duarte desdibujado en el olvido y la postración. Allá nos vemos.

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Abogado, académico, ensayista, novelista y editor.