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El cambio en tiempo de pandemia

En la situación que aflige en este momento a la población, no es permisible distracción alguna, ni mucho menos confusión de objetivos y roles. Si ocurriera, sería un delito de lesa patria.

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El cambio en tiempo de pandemia

Cuando los pueblos consienten en ser seducidos por la promesa del “cambio”, es porque sienten que lo que ha sido y todavía es, debió y pudo ser distinto.

A veces las cosas no ocurren como se espera, y aunque se alcance el poder no siempre es posible llevar a cabo el cambio de políticas prometido, por lo menos no en plenitud, porque el surgimiento de una crisis deja poco margen para materializar la acción diferenciadora.

Así, en 1978, Antonio Guzmán tuvo que enfrentar las devastaciones causadas por los ciclones David y Federico, la peste porcina, el alza en los precios del petróleo y el cierre del crédito externo de suplidores.

En 1982, a Salvador Jorge Blanco le estalló la crisis latinoamericana de la deuda, el cierre de los mercados financieros y la escalada de los precios del petróleo.

En 2003, Hipólito Mejía hubo de luchar contra los efectos del derribo de las torres gemelas en New York, la caída del turismo y el surgimiento de una crisis interna bancaria y cambiaria, incubada en períodos precedentes.

En 2008, Leonel Fernández se vio obligado a contener los efectos de una crisis financiera mundial sin parangón y de una recesión mundial.

A pesar de eso, siempre queda tiempo para poner un sello distintivo, para dejar una huella visible. Condicionados por las crisis, en esos períodos hubo renovación, reformas y fueron resueltos problemas fundamentales.

Ahora ha emergido la pandemia del coronavirus, acompañada por un choque económico de oferta y demanda a escala mundial.

Las principales fuentes de divisas y empleos del país están siendo mermadas (turismo, remesas, exportaciones, inversión extranjera), aunque se tiene el alivio de la caída en el precio del petróleo y el alza del oro, a todas luces insuficiente para compensarlas.

Ante la pandemia, las autoridades han reaccionado quizás con menos prontitud, radicalidad y efectividad de lo que hubiera sido ideal, pero con el paso de los días han desplegado medidas para enfrentar la amenaza en una carrera frenética de prueba y error. En su favor puede decirse que lo mismo ha sucedido en algunos países desarrollados

Una crisis es una oportunidad para resolver, poner de manifiesto la vocación de servicio, talento, don de mando; o, en vertiente negativa, exponer al desnudo lo que estaba oculto: indolencia, incompetencia, simulación y hasta cinismo.

Una crisis es también una oportunidad, quizás única, de sacar capital político al sufrimiento de tantos, si se es capaz de ejercer de mesías aun fuere apoyándose en los atributos de un Judas.

Trujillo aprovechó el ciclón de San Zenón, que causó miles de muertes, produjo pánico social y deterioró la infraestructura, para quedarse en el poder por 31 años. Y lo hizo en base a declarar la emergencia y utilizar los recursos del Estado al servicio de su propia causa.

Dado el afán de permanencia en el poder como característica histórica de nuestros gobernantes, es necesario evitar que el uso masivo de recursos públicos, incluyendo la propaganda mediática, pintados con color partidario, debilite la lucha contra la pandemia y ralentice la recuperación económica.

En la situación que aflige en este momento a la población, no es permisible distracción alguna, ni mucho menos confusión de objetivos y roles. Si ocurriera, sería un delito de lesa patria.

En la emergencia, los únicos colores que deberían ondear a los cuatro vientos como muestra de la determinación de resistir de nuestro pueblo, son los que adornan la bandera patria.

Lo que asoma es la vorágine macroeconómica, y bien podría resultar más compleja, complicada y costosa en sufrimiento humano, que la sanitaria.

Ante un panorama tan penoso, se requiere de unidad de propósitos, acción concertada entre el liderazgo nacional, colaboración, cooperación, solidaridad.

Los grandes retos vienen aparejados con la aparición de líderes sobresalientes que, en medio de la adversidad guían a su pueblo, con coraje, claridad, determinación y desprendimiento de intereses personales.

El cambio político vendrá o no vendrá. A cada cual tocará decidirlo en las elecciones generales venideras, a ser celebradas en terreno nivelado, sin trampas ni ventajas para nadie. A la sociedad corresponde exigir tales garantías y al organismo electoral velar porque así sea, para coronar con éxito su labor reivindicativa.

Este desafío será superado por nuestro pueblo. Y surgirá una sociedad más consciente y solidaria, cuya meta ha de ser abandonar la condición de fábrica de pobres para convertirse en dínamo de creación de empleos dignos y de riqueza productiva.

El cambio tiene que ser para eso, si es que fuere.

TEMAS -

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.