Compartir
Secciones
Podcasts
Última Hora
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Crucigrama
Herramientas
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Versión Impresa
versión impresa
Redes Sociales

El coraje del liderazgo

Ya habrá tiempo para las querellas y las confrontaciones. Hoy es la hora de la salud y la seguridad de nuestra población, para que esas querellas y confrontaciones puedan volver a escena por unos cauces institucionales que bien podrían quebrarse si no nos ponemos a la altura que las circunstancias demandan.

La mañana de ayer, martes 21 de abril, la prensa internacional reporta que el COVID-19 ha contagiado a 2,480,749 personas en todo el mundo. De ellAs, 170,507 han fallecido. En medio de la pandemia, la intelligentsia planetaria llena las páginas editoriales de los principales periódicos del mundo con especu- laciones de toda índole sobre sus consecuencias previsibles: desde apresurados pronósticos sobre el fin del capitalismo y predicciones sobre el retorno de la solidaridad internacional, o el incremento de la conciencia medioambiental; hasta las aprehensiones por el afianzamiento de la ola de racismo, discriminación, autoritarismo, xenofobia y populismo a escala planetaria.

En medio de tan contradictorios análisis, hay un elemento en el que los expertos están en rotundo acuerdo: las consecuencias económicas de esta crisis sanitaria global serán catastróficas.

En nuestro país, la crisis nos encuentra en medio de un complejo proceso electoral al que llegamos con la resaca del trauma de las elecciones municipales de febrero que, a su vez, sucedieron a un proceso de elecciones primarias que culminó con la división del Partido de la Liberación Dominicana, como resultado de las insalvables contradicciones políticas y pugnas de poder que a lo largo de los últimos años se venían escenificando en esa organización.

Súmese a lo anterior la circunstancia de un gobierno que llega al final de su segundo mandato con el agotamiento propio del ejercicio prolongado del poder y, por tanto, con las limitaciones que ello supone para la construcción de los acuerdos políticos que imponen las situaciones de crisis.

El escenario de la política nacional en medio del cual nos encuentra la crisis sanitaria es de un considerable nivel de crispación. Si este cuadro lo proyectamos a la hipótesis en la cual lleguemos al 16 de agosto sin haber elegido a las autoridades para el próximo período constitucional, las condiciones para una crisis político-institucional de imprevista magnitud estarían sólidamente planteadas.

¿A dónde podría conducirnos una crisis de esta naturaleza en medio de la tragedia de muerte, desolación y quiebra del sistema económico en que nos dejará la pandemia? Este es, a mi juicio, el gran problema a evitar.

Para evitarlo, el país necesita que su liderazgo político asuma con coraje la determinación de trabajar en común: Gobierno, oposición política, liderazgo social, empresarial, religioso y ciudadano, en el propósito de crear las condiciones para que el 5 de Julio tengamos elecciones.

Lo anterior requiere la adopción de una Agenda Nacional de Ejecución Común para el abordaje de la pandemia, que permita que todo el que tenga una idea, una mascarilla, un hospital, o la emoción de un aplauso que aportar, lo pueda hacer sin los obstáculos burocráticos a que conduce el trabajo sin coordinación.

Ahora es el momento para unirnos todos, como un solo país, en torno a ese propósito. Eso requiere, por supuesto, coraje. El coraje de atreverse a, en medio de un proceso electoral, dejar en segundo plano las aspiraciones de los candidatos, las querellas y altisonancias propias del debate electoral y privilegiar la necesidad de conversar, de ser capaces de poner en común todo lo que las circunstancias demanden para frenar el virus.

Ya habrá tiempo para las querellas y las confrontaciones. Hoy es la hora de la salud y la seguridad de nuestra población, para que esas querellas y confrontaciones puedan volver a escena por unos cauces institucionales que bien podrían quebrarse si no nos ponemos a la altura que las circunstancias demandan.

Quiero relatar un hecho para ilustrar lo que digo. Sucedió en Flandes, la noche del 24 de diciembre, en las trincheras anglo-alemanas de una Primera Guerra Mundial que entraba en su quinto mes. En condiciones directamente infernales por el viento glacial del invierno, por el hedor de los cadáveres insepultos de uno y otro ejército, los soldados alemanes empezaron a prender velas en los pequeños árboles de navidad que, para elevar la moral de la tropa, habían sido enviados al frente de batalla.

Poco después empezaron a cantar canciones de navidad. Se dice que empezaron con Noche de Paz. Se dice que del otro lado de las trincheras, los soldados ingleses fueron pasando del estupor, al tímido aplauso, al aplauso entusiasmado. Se dice que poco después empezaron a entonar las tradicionales de canciones navidad de su patria atrincherada. Los aplausos del lado alemán fueron la señal clave de aquella noche.

Cuentan que al final, miles de soldados de uno y otro frente, que venían de meses inyectados con el ansia del exterminio recíproco y que sabían que al día siguiente habrían de regresar a los rigores del combate y del invierno, cruzaron a la tierra de nadie que mediaba entre las trincheras, compartieron cigarrillos, se mostraron fotos de novias y familiares, se contaron historias sobre su procedencia y, entre bromas sobre el absurdo de la guerra, se abrazaron compartiendo nostalgias comunes.

En medio de un episodio sangriento que se prolongaría hasta noviembre de 1918, con un saldo de 8.5 millones de bajas militares, la noche del 24 de diciembre hubo una tregua para la empatía. El ansia de muerte y de combate, el honor, o los intereses de las banderas enfrentadas, podían esperar. La navidad, con su tradicional carga de buenas emociones bien se merecía esa tregua.

De igual modo, considero que en el país nos merecemos una tregua para que la solidaridad y la acción política de todo el liderazgo nacional encuentre un cauce común por el cual fluir. Evitemos, con nuestra omisión, agregar una crisis adicional a la que nos llegó sola con el virus.

TEMAS -