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El difícil equilibrio social

Y, así las cosas, ese centro de equilibrio social que es la clase media va perdiendo su punto de apoyo, va perdiendo la fe en los políticos y en el futuro del país. Eso es lo que dicen las encuestas, nacionales e internacionales.

«Mejorar la percepción que tienen las personas de la equidad en los impuestos y de la eficacia redistributiva del gasto público será clave para cualquier reforma exitosa. Las clases medias no se prestarán ni contribuirán a un contrato social mejorado si los bienes que tienen en tan alta estima (como la protección de los derechos civiles, la educación, la policía y los servicios de salud) son suministrados deficientemente por el Estado (...). Al final, la responsabilidad recaerá fundamentalmente sobre los hombros de los dirigentes políticos y las instituciones democráticas de la región, que se enfrentan al desafío de replantear su contrato social». Ferreira, Francisco et al., La movilidad económica y el crecimiento de la clase media en América Latina, Banco Mundial, 2013

Es generalmente aceptado que una sociedad equilibrada necesita de una clase media vigorosa y numerosa, y que los mecanismos de movilidad social funcionen con cierta eficiencia, para que haya un sentido de progreso compartido, en donde las aspiraciones de los individuos puedan ser consideradas más que simples quimeras.

Nuestra sociedad es, en este sentido, una de las más rígidas de la región, con una movilidad social extremadamente baja, aun utilizando los umbrales menos exigentes a la hora de definir los niveles de ingresos necesarios para tipificar como clase media.

No es sorprendente, sin embargo, que esto sea así. La clase media dominicana carga con una exagerada presión tributaria. Si compra un vehículo tiene que pagar por encima del 40% del valor en impuestos; lo mismo cuando vaya a comprar combustible. Un pasaje aéreo también está gravado con una tasa superior al 40%. Si va a un restaurante lleva al gobierno como invitado invisible, pues cerca de un tercio del gasto total es retenido como impuesto. Encima de todo eso tiene que pagar un 25% de impuesto sobre la renta.

Pero, además, la clase media está afectada por otros tipos de gastos que son formas disfrazadas de impuestos; tal es el caso de los gastos que se originan por la mala calidad de la educación pública que hace obligatorio enviar a sus hijos a centros privados, desde la educación primaria hasta la universitaria. En tales casos, la tasa impositiva disfrazada es casi un 100%. Algo similar pasa con la salud, el transporte, el acceso a agua potable, los servicios de electricidad y la inseguridad ciudadana. Es como si la clase media estuviera pagando dos veces por los mismos servicios. Todo por nada.

Cuando se introducen todos estos factores dentro de la ecuación tributaria lo que resulta es una clase media apabullada por la estructura impositiva.

Cuando hemos dicho que la presión tributaria de dicha clase es superior al 30% -con servicios públicos que no compensan ni siquiera una pequeña proporción- muchos lectores me han enviado los cálculos de su propia presión con valores que superan el 40 y el 50%.

Por lo tanto, no debe causar sorpresa la forma en la que esa clase media -y la sociedad en general- está reaccionando ante los tantos escándalos de corrupción que constantemente se denuncian ante la opinión pública.

Muchos de esos escándalos tienen un componente de fraude impositivo que nunca es investigado. No importan los grandes montos ni lo obvio de las pruebas. Todo se queda como si fuéramos parte de una gran familia de mafiosos.

Y, así las cosas, ese centro de equilibrio social que es la clase media va perdiendo su punto de apoyo, va perdiendo la fe en los políticos y en el futuro del país. Eso es lo que dicen las encuestas, nacionales e internacionales.

Mientras tanto, el liderazgo político, derrotado por sus propias artimañas, se va transformando en una caricatura de sus tantas promesas fallidas... aunque sí se debe honrar la palabra empeñada de cómo repartir el pastel. Es una dinámica perniciosa para la gobernabilidad de la nación.

Por debajo de la clase media se encuentra el segmento más amplio de la población que, sin dudas, incluye los sectores más empobrecidos de la sociedad dominicana. Son ellos los que enfrentan el desafío diario de encontrar el sustento para sus familias.

Y son ellos, además, una fuente de fuertes tensiones sociales, pues cada vez más demandan del gobierno la provisión de servicios públicos de mejor calidad.

Por encima de la clase media se encuentran los grupos sociales que, de una forma u otra, han logrado acumular un patrimonio que los coloca en la cúspide de la pirámide social.

Estos grupos también son fuente de tensiones, pues los múltiples intereses que representan se reflejan en la arena del poder político como pugnas para conseguir o asegurar ventajas en los distintos mercados que operan; mientras que otros –una minoría- sólo aspiran a que se respete la equidad en las reglas del juego.

La clase media es, por tanto, el amortiguador entre los dos extremos de la desigualdad social. Su fortalecimiento reduce las tensiones sociales y alimenta la gobernabilidad política.

Pero una clase media atrofiada por las altas cargas impositivas y la mala calidad de los servicios públicos se convierte en un foco de inestabilidad política y social.

Y si a esto agregamos una gestión pública que en materia institucional y de favoritismos está situada entre las peores del mundo, sólo nos queda maravillarnos de que aún conservemos el precario equilibrio social que cimenta nuestra deficitaria democracia.

No es una situación que pueda mantenerse de manera indefinida en el tiempo. Debemos pasar de la contemplación... a la acción.

Pedrosilver31@gmail.com

@pedrosilver31

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