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El fanatismo ideológico

Los latinoamericanos vivimos inventando utopías, mientras mostramos un “buenismo” moral al mundo para despojarnos de nuestras propias ambigüedades. Es por ello, que alabamos los autoritarismos de izquierda y satanizamos los de derecha.

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El fanatismo ideológico

Me comentaba un reconocido intelectual de izquierda, en una actividad a la que fuimos invitados por la Fundación Friedrich Ebert, que le apenaba que algunos de los dirigentes de su misma visión ideológica atacaban abiertamente el gobierno de la República Dominicana por el caso Odebrecht, pero no lo hacían contra el gobierno de Venezuela por el mismo caso.

La negación de un determinado mal o del mal en sentido general es una conducta innata. Es una forma un tanto ingenua y primitiva, inconsciente o calculada, de soportar la realidad. La primera víctima de esta negación es la persona en sí misma con la consecuencia inmediata de la incapacidad de pensar. En efecto, el fanático no piensa, reacomoda sus prejuicios.

El 16 de diciembre de 1951, Bertrand Russell publicó para la New York Times Magazine un artículo titulado “The best answer to fanaticism: Liberalism”. Al final de este artículo, Russell exponía un decálogo que, según él, todo profesor debería enseñar a sus alumnos.

El decálogo –al que Russell se refirió como mandamientos– no es una enseñanza completa en sí, pero presenta los pasos necesarios que toda persona ha de dar para encontrarse con la razón y alejarse de todo tipo de supersticiones y creencias sin fundamento.

No estés absolutamente seguro de nada.

No creas conveniente actuar ocultando pruebas, pues las pruebas terminan por salir a la luz.

Nunca intentes oponerte al raciocinio, pues seguramente lo conseguirás. Decían las primeras tres.

Y el resumen de las otras siete, podríamos expresarla del siguiente modo “cuando encuentres oposición, aunque provenga de tu esposa o de tus hijos, trata de superarla por medio de la razón y no de la autoridad, pues una victoria que dependa de la autoridad es irreal e ilusoria... no utilices la fuerza para suprimir las ideas que crees perniciosas, pues si lo haces, ellas te suprimirán a ti... muéstrate escrupuloso en la verdad, aunque la verdad sea incómoda, pues más incómoda es cuando tratas de ocultarla.”

Los latinoamericanos vivimos inventando utopías, mientras mostramos un “buenismo” moral al mundo para despojarnos de nuestras propias ambigüedades. Es por ello, que alabamos los autoritarismos de izquierda y satanizamos los de derecha.

Para erigir estas ilusiones nos consolamos con la fábula marxista o rousseauniana de que el mal no es nuestra responsabilidad, sino que es fruto de una sociedad “corrupta” que nos mantiene encadenados y que basta con hacer la revolución para cambiar la sociedad y erradicar el mal definitivamente de la faz de la tierra.

Y así morimos todos, provocando más injusticias con nuestras “revoluciones” que el mal que se desea extinguir con ellas. Confundimos los medios con los fines y de esta forma la ideología deja de ser un medio y termina en un fin en sí misma. Lo importante ya no es mejorar la vida de la gente, sino salvar la revolución, aunque muera la gente. Lo importante ya no es la libertad para hacer la revolución, sino suprimir la libertad para imponer y mantener la revolución.

Cualquier similitud con la Venezuela de Maduro y los EE.UU. de Trump, no es coincidencia. Son ejemplos.

Así es como la historia nos enseña a mirar con mucha cautela las revoluciones morales pues todas terminan siendo fascistas. Independientemente de la auténtica necesidad de cambios profundos en la ética, la transparencia y la rendición de cuentas en la función pública. La democracia no empieza cuando “lleguen los puros” a salvarnos de “los impuros”.

Por eso, “si uno se detiene a pensar en la historia de las naciones – afirma Tony Judt – que maximizaron las virtudes de lo que nosotros asociamos con la democracia, se da cuenta de que primero vino la constitucionalidad, el Estado de derecho y la separación de poder. La democracia casi siempre llegó de ultimo”, porque al perderse el Estado de derecho, la separación de poder y la constitucionalidad no se llega a la democracia... o se pierde la que había.

Nelson Espinal Baez. Associate MIT – Harvard Public Disputes Program, Universidad de Harvard.

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