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El héroe discreto

El Dr. Acosta, como el personaje de la novela de Vargas Llosa es un héroe discreto que nunca pasó factura al Estado por haber arriesgado su vida y la de su familia por el simple hecho de haberse atrevido a participar en un complot que terminaría con la vida y régimen de Trujillo.

El 12 de diciembre del pasado año el Listín Diario reseñaba: “Murió Rafael Acosta, uno de los implicados en complot a Trujillo” y ampliaba en el cuerpo de la información: “Al doctor Rafael Antonio Acosta nunca le interesó decir públicamente que formó parte del complot que derrocó la dictadura de Trujillo, porque quería dejar sepultado el recuerdo de la presión psicológica que sufrió el 30 de mayo de 1961 al saber que estaban buscando a los culpables casa por casa”. Nada más cierto, porque Pilito, como le decía mi padre y algunos amigos de su natal San Juan de la Maguana, nunca pasó factura por su participación en la parte política del complot que dio al traste con el dictador Trujillo y, unos meses después, con las tres décadas de su dictadura.

El Dr. Acosta, como el personaje de la novela de Vargas Llosa es un héroe discreto que nunca pasó factura al Estado por haber arriesgado su vida y la de su familia por el simple hecho de haberse atrevido a participar en un complot que terminaría con la vida y régimen de Trujillo cuyo grupo de acción, como todos sabemos, tuvo éxito lo cual desencadenó una masacre. De ese grupo sólo sobrevivió Antonio Imbert Barreras.

Recuerdo, siendo un niño de ocho años, cuando mi padre, Máximo Piña Puello, me contó que su mejor amigo durante la infancia y adolescencia incluidos sus estudios en la Facultad de Derecho en la Universidad de Santo Domingo en donde fueron condiscípulos de Ramfis Trujillo, pero también de Ángel Severo Cabral el que se tomó la libertad de arriesgase a incluir a Pilito, ocho después de haber terminado sus estudios, en el complot para eliminar a Trujillo. Mientras, mi padre trotaba por todo el país haciendo de funcionario judicial y Pilito ejercía la profesión de abogado porque su familia paterna era considerada “desafecta” al régimen, particularmente su hermano Miguel Ángel Ramírez Alcántara uno de los exiliados a quien Trujillo más le temía.

Lo cierto es que cuando mi padre me contó sobre la participación de su mejor amigo de infancia en el complot contra Trujillo. Simplemente no le creí. Para mí, con apenas ocho años, los complotados eran súper héroes y los complotados eran únicamente los del grupo de acción, aunque con los años y cierta cultura política comprendí que en un complot había una parte política y otra de acción. Al margen de lo que me contó mi padre, nunca la pregunté a Pilito sobre su participación en la trama contra Trujillo hasta que leí la obra de Eduardo García Michel 30 de mayo, Trujillo ajusticiado un fabuloso estudio en que demuestra que el complot no fue únicamente la obra de los del grupo de acción sino de un grupo numeroso entre los que figuraba, además de Severo Cabral, Pilito quien debía, junto a su ex condiscípulo, redactar la proclama que debía ser leída por radio y televisión si la segunda parte del complot hubiera tenido éxito.

Es sabido que la palabra impresa puede tener la fuerza de la verdad. De modo que me convencí de lo que me había contado mi padre sobre su gran amigo de infancia. En una de mis visitas a su oficina de abogado, en la avenida Francia, finalmente le hablé a Pilito del 30 de mayo, que mi padre me lo había dicho en 1961 que él era uno de los complotados, pero que no le había creído hasta que leí el libro de García Michel. Se limitó a sonreír, pero no me contó nada sobre su participación en la trama ni los seis meses de angustia esperando que los agentes del SIM le fueran busca ni del temor a que su esposa e hijos fueran maltratados e incluso asesinados como sucedió con muchos familiares de los del grupo de acción entre el 1 de junio y el 19 de noviembre de 1961.

En los años posteriores a la caída de la dictadura de Trujillo se dedico a su profesión de abogado y a ganar prestigio entre los profesionales del Derecho. Nunca, fuera de trabajos que atañen a su profesión, obtuvo un cargo en el Consejo de Estado ni cuando su compañero Severo Cabral fue ministro de Interior durante el gobierno de facto presidido primero por Emilio de los Santos y luego por Reid Cabral. Rafael Acosta era una persona exageradamente discreta a quien sólo le preocupaba su prestigio como un profesional del Derecho honesto a carta cabal.

Rafael Acosta era como un hermano para mi padre. Yo crecí oyendo hablar a mi padre de sus grandes amigos Víctor Fleury (Cabuya), Rafael Acosta (Pilito).

Tuve una estrecha relación con Pilito a tal punto que una anécdota que me contara sobre su infancia figura en mi novela La reina de Santomé en el capítulo “La muerte de un bibliópata” a propósito del suicidio del poeta sanjuanero Otilio Méndez Abreu.

Estuvo asistiendo a su oficina mientras la salud se lo permitió. Recibió un homenaje de la Fundación 30 de mayo hace ya algunos años y poco después de ese homenaje se le hizo un reportaje en el Listín Diario sobre su participación en la trama que dio al traste con la dictadura de Trujillo. Sólo la obra de García Michel, el homenaje de la fundación 30 de mayo y el reportaje del Listín Diario lograron que Rafael Acosta hablara de su participación en el complot contra Trujillo y su dictadura. Los detalles de su participación y el temor a represalias del SIM y que las fieras de la dictadura agonizante se abatieran contra los suyos, es el gran secreto de este héroe discreto que nos dejó el 11 de noviembre de 2019.

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Diplomático. Escritor; ensayista. Academia Dominicana de la Lengua, de número. Premio Feria del Libro 2019.