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El mundo al revés: la cualquierología como norma y quehacer existencial

Anunciémoslo con estridente y estentóreo clamor: ya nada es lo que parece ni mucho menos. Nunca en la historia conocida de la humanidad la apariencia estuvo tan desconectada de la esencia. Lo bueno es bueno... relativo o ‘asigún’, en el lenguaje campechano nuestro. Las deslealtades y nuevas adhesiones personales, políticas o ideológicas (si acaso todavía esta última noción existe) campean como trofeos o méritos exhibidos orgullosamente por sus ejecutantes. La desinformación, torrencial, estruendosa... o silenciosa, letal, ambas fatalmente persuasivas, con el gradiente efectivísimo de la instantaneidad digital constituyen el blasón insignia de la ‘posverdad’. Hemos inaugurado la era de la cualquierología

Tal vez no debieran estos arrevesados tiempos sorprendernos a los que por edad o alguna crianza nos restan resquicios de tradición y/o principios (¿¿¿???) debiendo haber previsto, o al menos visualizado, cuando iniciamos la deslumbrante carrera del avance tecnológico y científico -en progresión geométrica en el siglo XX y ahora despuntando en progresión exponencial- que todas las nuevas ‘extensiones’ que nos facilitan la vida de más en más, conllevarían inevitablemente nuevas, radicales formas contextualizadas de mirar el mundo, nuestras sociedades, valores y las maneras de relacionarnos. Las ciencias nos han conducido a extraordinarios nuevos planteamientos, deslindando conocimientos del universo, el mundo, la vida, que han desechado o puesto en los baúles del recuerdo seculares verdades y principios que eran aceptados universalmente. El cuerpo y la psiquis humanas son ahora una vastísima feria de novedades cada vez más sorprendentes. Hemos estado aprendiendo que aún transitamos una compleja etapa de desarrollo y descubrimiento y que el camino por recorrer, las revelaciones del conocimiento que nos aguardan son inmensurablemente mayores que lo que hasta ahora sabemos: en el decir de Isaac Newton, sólo los guijarros que hemos recogido en la orilla del inmenso, aún ignoto océano.

Signados por una nueva manera de mirar el mundo y la vida, el advenimiento del pensamiento complejo y las ciencias de la complejidad, por otra parte nos arrojan revolucionarias maneras de ensamblar el conocimiento y sus medios de indagarlo, ya no de manera lógica, lineal, disciplinar, matemática, sino por la interrelación, revulsión, interconexión en proceso de mayor comprensión de todo lo micro con lo macro, lo local con lo universal, lo ontano con lo cercano, que influye y hace emerger estos flujos de la dinámica del mundo, del universo, de la vida, y de nuestro quehacer social.

A nuestro eterno planteamiento ontológico ¿Qué soy? concurren hoy en tropelía miles de argumentaciones que se adosan como rémoras en disquisiciones parasitarias; docenas y docenas de visiones inmediatistas, fruto de la contemporaneidad, del consumo irreverente e indiscriminado de bienes y medios y del mal interpretado o mal llamado sentido epicúreo de la búsqueda del placer en franco remedo hedonista.

Conforme al nuevo esquema de la ‘cualquierología’ nada es absolutamente cierto... ni falso; nadie es completamente culpable, ni definitivamente inocente... sino todo lo contrario. Todo parece tener fecha de caducidad, principios y valores incluidos. Las antes consideradas malas o indeseadas antisociales actitudes, poseen ahora no sólo explicación, sino también su justificación. Los antihéroes son percibidos por una buena parte de las nuevas generaciones (y también con ventajosa malicia, por una parte de los ‘viejennials’) como modelos de triunfo, logro y ejemplo a seguir, en irrisoria manera de interpretarlos como los ‘Robin Hood’ contemporáneos que hurtan, despojan, engañan, promueven adictos, matan, no para dar los proventos de sus desmanes a los pobres y necesitados, sino para abultamiento de sus bolsillos y extensión de canonjías y favores a sus preferidos y adláteres. Lo feo y los feos son sólo maneras temporales de ver, oír y apreciar, al igual que lo hermoso. Los estudiantes de las escuelas son aprendientes blindados, munidos de privilegio cuando exhiben temperamentos reprobables, mas, difícilmente cuestionables por el maestro –perdón, quise decir el facilitador del aprendizaje- que ya no es una autoridad en el aula, sino un empleado u obrero enseñante, so pena de ser porfiado y denunciado como violador y profanador, del respeto, la individualidad y la autoestima de sus aprendientes que ahora es lastimada hasta con el pétalo de una rosa, con el apoyo y complicidad de padres y tutores. Los infantes de los vecinos no pueden ser ya objeto de una reconvención juiciosa y amistosa por nosotros ante un exceso, una travesura o un irrespeto de estos, sin que ello traiga un enfrentamiento inamistoso, o alejamiento de sus padres. La privacidad, el derecho a la intimidad y a la no exhibición infamante, son relatividades vulneradas con desenfado y sin mayor trascendencia. La pobreza con decoro es anatema indignificante. La riqueza y el boato ostentoso es un más fuerte, deseado ideal a perseguir. La cortesía, urbanidad y buenas maneras sólo se aplican caprichosamente. El servicio y la servicialidad ciudadana son términos que han metamorfoseado de virtud a utilitarismo... según me, o nos convenga.

Afortunadamente, frente a estas distorsionadoras corrientes que parecen barruntar un mundo al revés, algunas atalayas de humanos sapientes y lúcidos a través de sus actos y de medios formales de difusión de prensa, electrónicos y de redes digitales intentan mantener con sus líneas editoriales, artículos de fondo y comentarios la tónica de la ética y el sentido de lo correcto en estos tiempos cambiantes, sirviendo como fanales de luz orientadora en la humareda y niebla contaminantes de la cualquierología, estimulando el sentido de responsabilidad ciudadana, para que asumamos y empoderemos nuestro mejor destino como sociedad, país y nación. Por ventura, muchos jóvenes y adultos en consonancia con estos positivos llamados y estímulos no están – no estamos- preguntando por quién doblan las campanas, pues sabemos que no hay desgracias ni infortunios ajenos; todos nos tocan y afectan: A todos pues, nos corresponde mantener el sentido de lo apropiadamente ético: trabajar sin descanso, no en responder a la pregunta ¿hago las cosas correctamente? Sin antes dar respuesta a la pregunta vertebradoramente fundamental: ¿hago las cosas correctas?

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