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El nuevo populismo

«América Latina ofrece un número de lecciones relacionadas con el populismo. La primera, y quizás la más importante, es que la excesiva desigualdad y corrupción son alimentos para los políticos populistas. Los populistas capitalizan las frustraciones de los ciudadanos y ofrecen un conjunto de políticas heterodoxas que están supuestas a ayudar a la “gente de abajo”. En este sentido, programas sociales comprensivos, bien diseñados, que promuevan la inclusión, ofrecen el más eficiente antídoto contra el populismo. Las grandes crisis que resultan en enormes devaluaciones requieren ajustes drásticos están también detrás del surgimiento de los movimientos populistas». Sebastian Edwards, On Latin American Populism, and Its Echoes around the World, Journal of Economic Perspectives —Volume 33, Number 4— Fall 2019

En un mundo que ha estado caracterizado por crecientes olas de protestas sociales y políticas – en una escalada de movimientos sociales que cuestionan el status quo y logran resultados muy concretos mediante las protestas pacíficas o violentas –, la gobernabilidad parece ser un objetivo cada vez más escurridizo. La caída de Evo Morales en Bolivia es un claro indicador de cómo la correlación de fuerzas en el poder político puede cambiar, en cuestión de días, cuando un presidente va agotando la capacidad de tolerancia de sus gobernados. Los gobiernos, en general, se muestran temerosos del alcance que esto movimientos pudieran tener en el corto y mediano plazo. Chile, Colombia, Ecuador y Brasil, por citar algunos, son casos, en nuestra región, que deben servir de alerta temprana para el resto de los países latinoamericanos.

Uno de los efectos que esto pudiera tener es condicionar la calidad de las políticas económicas y fertilizar el terreno para que el nuevo populismo, como lo define Edwards (2019), encuentre formas de propagarse. Este destacado economista chileno, profesor en UCLA, ha planteado que los economistas se refieren al populismo como el uso de “políticas insostenibles” con propósitos redistributivos. Edwards argumenta que tanto él como Dornbusch definieron el populismo «como un conjunto de políticas económicas dirigidas a la redistribución del ingreso mediante la implementación de políticas que violan la “buena economía”, incluyendo los principios de la restricción presupuestaria y la eficiencia».

Pero existen importantes diferencias entre el populismo clásico y el nuevo populismo, aunque ambos comparten el hecho de que se fundamentan en «líderes carismáticos con fuerte personalidad». Para Edwards, la mayoría de los casos de populismo clásico ocurrieron antes de los años 90, y se caracterizaron por terminar en una crisis cambiaria mayúscula, inflación fuera de control y una caída drástica en el salario real. Todo esto fue alimentado por una indisciplina fiscal financiada con la creación de dinero por parte del Banco Central, bajo el supuesto erróneo de que la emisión monetaria no era inflacionaria si la economía no estaba en pleno empleo.

En su ensayo, el profesor Edwards documenta 15 casos de populismo clásico, desde 1930 hasta 1990. Entre estos casos, se destacan los gobiernos de Getulio Vargas (1931-1945) en Brasil y de Juan Domingo Perón (1946-1955), más un breve período (1973-1974) en Argentina. Probablemente, de estos 15 casos el que ha tenido mayor impacto en la posteridad ha sido el caso de Juan Domingo Perón, quien todavía en el presente gravita decisivamente en la vida política de los argentinos. La visión populista del peronismo es responsable, en gran medida, del proceso de involución que ha sufrido la economía argentina en los últimos 70 años.

Las experiencias traumáticas – en la forma de graves crisis económicas – que se originaron en la subordinación de la política monetaria a la indisciplina fiscal fortalecieron la idea de que los bancos centrales fueran independientes y, por lo tanto, no financiaran los déficit del sector público. En este sentido, Edwards sostiene que el nuevo populismo «en lugar de depender de la creación de dinero por parte del Banco Central para la redistribución del ingreso, muchos de los nuevos populistas han enfatizado en controles gubernamentales intrusivos y restricciones como una manera de redirigir el ingreso hacia grupos particulares». Entre tales medidas, cita el control cambiario, la nacionalización de empresas extranjeras, la violación de contratos con inversionistas extranjeros, controles de precios, incremento de las tarifas a las importaciones, incremento de los impuestos a las exportaciones y la implementación de un sistema monetario ‘arcaico’.

En el nuevo populismo, de acuerdo con Edwards, se inscriben los casos de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner (2003-2015) en Argentina; Evo Morales (2006-2019) en Bolivia; Jair Bolsonaro (2019-presente) en Brasil; Rafael Correa (2007-2017) en Ecuador; Andrés López Obrador 2018-presente) en México; Daniel Ortega (2007-presente) en Nicaragua, y Hugo Chávez/Nicolás Maduro (1998-presente) en Venezuela. Una distinción entre estos episodios de nuevo populismo y los episodios del populismo clásico que se verificaron antes de los 90 es que las crisis no fueron, destaca el autor, «tan abruptas y espectaculares como en el pasado». Por el contrario, las crisis se fueron cocinando a fuego lento hasta desbordar el nivel de frustración de la ciudadanía.

Edwards deja bien claro que el populismo no es una creación latinoamericana, a pesar de que esta región muestra una experiencia populista que parece superar las de otras regiones en el mundo. Ni siquiera se trata, en el presente, de una realidad exclusiva de América Latina; en países como Estados Unidos y Rusia, y en la Unión Europea, se aprecia un resurgimiento del populismo con características propias de esos países.

El problema en nuestra región es que, en parte, los niveles de desigualdad y de corrupción están empujando a las sociedades a expresar sus frustraciones en una forma que abre amplios espacios para nuevas formas de populismos que, al final, son el preludio de nuevas frustraciones; un círculo vicioso difícil de romper.

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