Compartir
Secciones
Podcasts
Última Hora
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Crucigrama
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Versión Impresa
versión impresa
Redes Sociales

El país de mañana

Según nos imaginemos un mañana cortoplacista o al final de nuestra esperanza de vida, nos empoderamos para forjarnos un mañana hecho a la medida.

Nuestro país está en transición constante y en busca de una identidad. Tiene la que le atribuyen los de fuera, que a razón de varios millones nos visitan cada año. Y la que otros extranjeros nos atribuyen, sin haber puesto un pie en la República. Obviamente, la verdadera identidad es la que nos atribuimos nosotros mismos y proyectamos o dejamos de proyectar a nuestro entorno.

Nuestro país, al final de los años 50, pasó de ser un país aislado, olvidado y en autarquía durante casi cinco siglos, a uno que cinco décadas después lo visitan cinco millones de turistas de los cinco continentes. Una visión de corto plazo de la historia o una proyección que no abarque al menos cinco lustros, (25 años), daría una imagen desenfocada de quienes somos o de lo que podremos ser. Sufriríamos de eso que se me ocurre llamar “miopía identitaria”.

Hoy en día, percibo tres Repúblicas Dominicanas que coexisten disputándose el forjar la identidad que podríamos tener en unos cincuenta años.

Está ese nuevo país, esencialmente costero que se desarrolla hacia el Este, elitista, cosmopolita, abierto al mundo y que hace cincuenta años era todavía un sueño de cuentos de hadas, “en la cabeza de Miolán”.

Está esa megalópolis que es el Gran Santo Domingo, que sirve de bisagra entre el sur empobrecido y haitianizado y el Este próspero de los megaproyectos turísticos propiedad de extranjeros.

La tercera y no menos importante, está esa tierra adentro, que los del Santo Domingo capitalino solían llamar “el interior”, en la cual no solo se incluía al país rural y campesino, que hoy aparenta ser minoría, sino sobre todo el Cibao pujante y tradicional, alma y corazón de la identidad nacional desde que llegó Colón.

Los que de visita piensen en una identidad nacional africana, según el contacto fugaz habido en territorio playero, para encajarnos en el estereotipo de isla del Caribe, quedan sorprendidos de la hospitalidad de los nativos, que es propio de la “dominicanidad” antillana y no típica de otros “caribeños”.

Santo Domingo busca modelos de desarrollo urbano para una población de origen rural, de escasa educación y desraizada.

Es donde más distorsionada se ve la imagen de lo dominicano, que importa de fuera valores que, a guisa de modernidad, no percibe que ya tiene dentro.

Queda “el interior”, que durante más de cinco siglos ha ido forjando los rasgos de una dominicanidad auténtica que debe poco a los vaivenes de invasores, ocupantes o visitantes de reciente cuño. Ese interior y no las costas, es la síntesis del alma nacional, sobre la cual se puede fundamentar un País de mañana.

Sabemos ya que la población dominicana tiene ADN compuesto de un 39% europeo, 49% africano y un 4% indígena, que no está homogéneamente distribuido en las distintas regiones del país.

Lingüísticamente hay evidencia que tenemos unos 15 adjetivos para describir los rasgos raciales de esa gama cromática de nuestro pueblo. Por ser una isla olvidada, abandonada y pobre por casi cinco siglos, pudimos mantener un español arcaico y tradiciones hispánicas que cesaron hace más de dos siglos en el resto del mundo hispanohablante. La ocupación y posterior separación de los vecinos, que desde un estado rebelde y paria nos obligó a crear nuestro propio estado soberano, se malinterpreta en el siglo 21, como si ambos estados representaran a un mismo pueblo que tienen un mismo origen e identidad.

La sociedad dominicana, que hoy es diversa e incluyente racialmente, es el resultado de una evolución histórica y cultural que no tiene mucho en común con la mayoría de los habitantes del archipiélago de las Antillas. Es por ello que se distingue por el respeto a la idiosincrasia y cultura de sus vecinos, para que, a la vez, se respete nuestra manera de ser y convivir.

Nuestro territorio fue tradicionalmente tierra de libertad y cimarronaje, para muchos esclavos de franceses e ingleses caribeños.

En el lado español de la Isla, la esclavitud nunca fue clave de su economía ni tampoco impregnó la sociedad criolla de racismo a la anglosajona. Por ende, la sociedad dominicana es pionera en las Américas en crear una síntesis y una integración racial autóctona, sobre una base cultural que tiene cinco siglos evolucionando. Es por ello que no encajamos en la idiosincrasia de las poblaciones que, arrancadas de su África ancestral, hoy tienen en las islas del Caribe, Brasil o EE. UU. su nueva patria.

Es el caso particularmente de Haití, donde se funda un estado racista de negros, nacido en la violencia, para vengar el crimen de lesa humanidad que significó la esclavitud que impusieron los blancos franceses. Quienes buscan imponer a la fuerza los valores culturales del pueblo haitiano sobre la cultura e idiosincrasia dominicana, irrespetan a ambos pueblos. Es por eso que los dominicanos queremos que los haitianos florezcan y se desarrollen en su territorio, para preservar nuestra propia cultura e identidad dominicana en el territorio que también conquistamos con sangre. Los dominicanos podemos lograr una isla más próspera, si los poderes imperiales que siempre la han ocupado e influenciado, aceptan que los dominicanos y haitianos trabajemos “juntos, pero no revueltos”. La negritud e identidad afroamericana quizás sean valores más relevantes en aquellas sociedades donde la esclavitud jugó un papel más importante que en República Dominicana.

Nuestro país de hoy es diferente a sus vecinos y se adapta al mundo globalizado gracias a su diferencia y diversidad en el País de mañana.

TEMAS -