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El rumor no tiene sujeto

El rumor existe desde que el hombre aprendió a hablar. Es la manera más primitiva de difundir noticias falsas o modificadas, según la imaginación de quien las difunde; existe mucho antes de la invención de la escritura y, naturalmente, de los primeros escritos sobre piedra, papiro o cualquier otro soporte para transmitir información...

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El rumor no tiene sujeto

Cuando era niño, al inicio del último año de la dictadura de Trujillo, escuché decir en casa de mi abuelo materno que en una tienda que se encontraba a pocas casas de la suya, en la esquina que forman en el ángulo sudeste las calles del Conde y la Hostos, se decía que en esa tienda desaparecían adolescentes en la flor de la juventud.

Desaparecían tan pronto penetraban en el probador a medirse la ropa que les gustaba y deseaban comprarse. Se comentaba también que las secuestraban y las vendían al harem de un sultán del lejano Oriente. Un rumor digno de un cuento de Las mil y una noches que parecía tener éxito, pues ninguna muchacha quería entrar sola en el referido establecimiento y, como era de esperarse, ese almacén de prêt-à-porter no sobrevivió al rumor.

El rumor existe desde que el hombre aprendió a hablar. Es la manera más primitiva de difundir noticias falsas o modificadas, según la imaginación de quien las difunde; existe mucho antes de la invención de la escritura y, naturalmente, de los primeros escritos sobre piedra, papiro o cualquier otro soporte para transmitir información pasando por la invención de la imprenta, del libro, la fotografía, del sistema offset, del cine y de otras invenciones del siglo XIX derivadas de la electricidad hasta alcanzar su máxima expresión en la Era digital y las incontrolables redes sociales que están al alcance del ciudadano de a pie y que gracias a ellas hemos podido enfrentar psicológicamente mejor la pandemia que azota el mundo desde los primeros días de 2021, pero al mismo tiempo difunde informaciones falsas a la velocidad inaudita de los Fake news o, como se decía antes, de la pólvora. Rumores falsos que pueden arruinar una reputación o desatar, por ejemplo, la desconfianza general en algunas de las primeras vacunas que han sido fabricadas para combatir la mortífera pandemia que hoy recorre el mundo.

Sobre el rumor que destruyó la reputación de aquella tienda de las calles El Conde y Hostos, en los días finales de la dictadura de Trujillo me pregunto hoy, tantos años después si no se debió a que sus propietarios o algún familiar de estos era exiliado o tal vez opositor silente del régimen y que entonces se resumía en una demoledora palabra: “desafecto”.

Se me ocurre lo que precede porque antes de que Hitler tomara el poder en Alemania y ocupara otros países europeos, se difundían rumores de este género a propósito de los judíos para desacreditarlos. Cuando el Estado entiende que el descrédito no funciona si es difundido por vía oficial entonces recurre al rumor que, por no tener sujeto, como una bola de nieve, se irá haciendo cada vez mayor al pasar de boca en boca y de oreja en oreja anónimas. Hoy día diríamos, de un ordenador a otro, de un smartphone, de una tablett a otra convirtiéndose en un demoledor de reputaciones y difusor de noticias falsas que son tan nocivas como el propio COVID-19 que tantas vidas ha segado en menos de dos años.

Las autovías de la información son propicias para la difusión del rumor que, por lo general, es falso e inverificable por carecer de sujeto.

Los meses pre o postelectorales son muy propicios a la propagación de rumores o fake news. Los “pre” denostando a uno o varios candidatos; los “post” anunciando posibles gabinetes ministeriales, acuerdos políticos con candidatos desafortunados. El rumor en busca de credibilidad ha llegado incluso a darle categoría de “Declaración” a su propia fabulación, a su falsedad con la finalidad de que sea tomado en serio. Si alguien con acceso a los servicios de inteligencia de que dispone el Estado da categoría de verdad a lo que circula en las redes sociales no es necesario verificación ni prueba alguna para que la bola de nieve se haga enorme.

El rumor se alimenta del rumor. Es más antiguo que los poemas épicos de Homero. El rumor es leyenda que también alimenta los mitos. Desde los tiempos más remotos se ha difundido con una rapidez increíble. No tuvo necesidad de las señales de humo, ni del telégrafo, como tampoco del teléfono ni de la radio ni la televisión para mantener su eficacia y llegar a todos los oídos de una comunidad. Aunque el correo electrónico y el WhatsApp tienen sujeto, el rumor ha logrado servirse de estas rápidas vías para propagarse. El rumor se fortalece y enriquece cada vez que el que lo difunde hace su aporte personal para que el receptor acepte el “mensaje” al menos como posible, verosímil.

Cada mañana, al abrir el correo electrónico podemos encontrar una serie de notificaciones de redes de información política que pertenecen más al dominio del rumor que a la información. Los políticos le temen al rumor porque no tiene partida de nacimiento, aparece como esos personajes que, de repente, se introducen en nuestros sueños y no sabemos cómo van a reaccionar. De la pesadilla podemos despertarnos e interrumpirla, pero del rumor no podemos defendernos y ponerle freno es casi imposible. Por esta razón, para los políticos, no hay mayor pesadilla que un rumor desfavorable, más aún si está on on line.

Diplomático. Escritor; ensayista. Academia Dominicana de la Lengua, de número. Premio Feria del Libro 2019.