Compartir
Secciones
Podcasts
Última Hora
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Crucigrama
Herramientas
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Versión Impresa
versión impresa
Redes Sociales
Salarios
Salarios

El salario y la productividad

Las autoridades han tendido a apreciar el peso dominicano por razones políticas, vendiendo la idea de arquetipo de estabilidad. Pero sucede que frente al espejismo de ese tipo de estabilidad resalta el hecho de que las cuentas fiscales y monetarias son desordenadas, desequilibradas y se fundamentan en la acumulación de déficit, deudas y pasivos con el exterior.

El salario real es bajo; se desplomó después de la crisis cambiaria y bancaria, y recientemente empezó a subir moderadamente, pero se mantiene aún lejos de lo deseable.

En el estudio “Explicando la brecha entre el salario real y la productividad laboral”, de fecha julio 2017, publicado en la página web del Banco Central, se ofrecen algunas cifras que se prestan a la reflexión.

Por ejemplo, la productividad laboral creció 2.5 % en promedio para el período de 1997-2016. Más que se duplicó para explotación de minas y canteras (índice de 495.8 en 2016 versus 100 en 1996), administración pública y defensa (285.6), así como transporte y comunicaciones (232.9). Sin embargo, menos que se duplicó en la industria manufacturera (182.3); comercio, 151.8; agropecuaria (149.2); hoteles, bares y restaurantes (145.6). Y en otros servicios fue de solo 106.5.

En sentido general, hay alta productividad en algunos sectores y baja en otros.

La exuberancia en el sector de minería se explica por la fuerte inversión de capital en la explotación de oro, pero es una actividad de generación de pocos empleos. En cuanto a la administración pública habría que afinar la cifra, teniendo en cuenta la baja calidad de las prestaciones. Por su parte, transporte y comunicaciones se han beneficiado de inversiones de alta tecnología.

Según esos datos, es relativamente bajo el incremento de la productividad en sectores importantes como el industrial, comercio, agropecuaria y hotelero, lo cual apunta al funcionamiento inapropiado de algunas políticas públicas.

Pero, lo que más llama la atención es que el sector otros servicios se mantuvo estancado desde 1996 hasta 2016. Y es en ese sector donde se registran aumentos notables en el empleo, obviamente, de baja calidad.

Si se toman las cifras del ingreso real en el mercado formal, con base 100 para el año 2000, se tiene que para minas y canteras el índice en 2016 fue de 94.6 y en administración pública, 107.0. En transporte y comunicaciones, el índice fue 83.7; industria, 90.8; agropecuaria, 67.8; hoteles, bares y restaurantes, 62.4. y otros servicios, 70.4.

De ahí se desprende que los aumentos de la productividad laboral no son seguidos por incrementos proporcionales en el ingreso real. Algo ocurre que impide que así sea.

Hay que buscar las razones y remover los obstáculos que traban la correspondencia entre productividad e ingresos reales.

Se trata tanto de reivindicar la necesidad de que los salarios sean dignos, como también de fortalecer la demanda agregada, las finanzas públicas y la distribución del ingreso.

Entre las razones, consta que el aparato productivo está sometido a una fuerte tensión.

Por un lado, la existencia de un código laboral que no se ha adaptado a las necesidades de un mundo penetrado por el avance tecnológico, que exige flexibilidad tanto en la distribución de las horas de trabajo como también en la concepción de la cesantía.

Por otro, el ejercicio de una política monetaria cuya meta recurrente es mantener apreciado el tipo de cambio.

Tal tensión provoca la tendencia en las empresas a comprimir el salario para evitar que se dispare el pasivo laboral y mejorar la rentabilidad afectada por la restricción cambiaria.

Dicha tensión también las induce a insertarse en el sector informal, con la desventaja de que una alta proporción de trabajadores queda sin protección social, lo cual se robustece con una política inmigratoria laxa que incrementa la oferta de mano de obra indocumentada.

Una de las consecuencias es la expulsión de mano de obra dominicana al exterior que sale en busca de oportunidades, con lo cual se crea un problema creciente de desnacionalización y se expande el camino al ingreso masivo de remesas, que a su vez aprecia el tipo de cambio y quita dinamismo a las exportaciones.

Las remesas son un maná maldito, producto de la fragmentación y huida de la familia dominicana al exterior, cuyo efecto más dramático es la transferencia paulatina de nuestra nacionalidad a los inmigrantes ilegales.

Las autoridades han tendido a apreciar el peso dominicano por razones políticas, vendiendo la idea de arquetipo de estabilidad. Pero sucede que frente al espejismo de ese tipo de estabilidad resalta el hecho de que las cuentas fiscales y monetarias son desordenadas, desequilibradas y se fundamentan en la acumulación de déficit, deudas y pasivos con el exterior.

Se trata pues de una economía cuyo producto crece con dinamismo, pero acumula problemas formidables que repercuten sobre el mercado laboral, la sostenibilidad fiscal y los flujos de ahorro e inversión, y en el largo plazo tienden a la disrupción traumática del flujo económico.

TEMAS -

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.