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El usurpador necesario

Los usurpadores necesarios son numerosos. Hay quienes “saben de letras”, como se manifiesta popularmente el hecho de saber leer y escribir. Eso, sin embargo, no quiere decir que tienen capacidad para escribir en las publicaciones periódicas donde, se supone, hay un consejo de personas que sirve de filtro para mantener el nivel que exige toda publicación que se considere seria.

Se trata, en realidad, de la novela por entrega de Gaston Leroux publicada en el periódico Le Matin de París en 1907 y cuyo título original es Le Fauteuil hanté [El sillón encantado]. Aunque no tenga la intención de analizar esta obra modelo de la novela popular francesa de principios de siglo, la traigo a colación por su actualidad.

Se trata de una novela policiaca que se desarrolla en el ámbito de la Academia Francesa. El lugar donde se reúnen los 40 inmortales del genio de la lengua francesa. Como es de rigor, a la muerte de uno de esos inmortales hay que sustituirlo. Su sillón no puede permanecer vacío durante mucho tiempo. Tres postulantes, el autor de Voyage autour de ma cabine, el poeta de Parfums tragiques y el erudito compilador de una Histoire de la musique murieron trágicamente. Los dos primeros al pronunciar su discurso de recepción a la Academia, el tercero la víspera de la ceremonia.

Leroux, igualmente autor de El Fantasma de la Ópera y otras 29 novelas por entrega entre 1907 y 1927, maneja con humor y con el suspenso que le exigía mantener al lector ávido de lo que iba a suceder al día siguiente, introduce como candidato a lo que los parisinos habían comenzado a llamar el “sillón encantado” a un oscuro anticuario autor de El Arte de enmarcar. Los títulos de las obras que hemos citado hasta ahora revelan la ironía del novelista y, al mismo tiempo, transforman El sillón hechizado en una solemne burla a la reconocida institución francesa fundada por el cardenal de Richelieu en el siglo XVII.

Monsieur Lalouette, como es costumbre entre los postulantes a la Academia, inicia las visitas de rigor. La noticia del nuevo candidato se expande en toda Francia y Navarra. Alguien, finalmente, había tenido el valor de enfrentar el “sillón hechizado”. No es necesario contar la novela. No hay que revelar lo que pasaba, lo que impedía que Monseñor d’Abbeville fuera reemplazado en la Academia Francesa. Pero, sin que lo que sigue afecte el suspenso de la novela, Lalouette fue aceptado para reemplazar al difunto inmortal Monseñor d’Abbeville.

Sin embargo, había un inconveniente que el futuro inmortal debía revelar al secretario perpetuo de la prestigiosa institución, no quería pronunciar su discurso de recepción sin quitarse esa carga de su conciencia. Al secretario perpetuo de la Academia nada parecía preocuparle. Sin esperar, Lalouette le dijo como quien se deshace de una pesada carga: “¡No sé ni leer ni escribir!” Pero la respuesta del Secretario, como era de esperarse, fue: “¿Pero tiene usted buena salud?”

La actualidad de El sillón encantado es sorprendente. Saber leer, escribir, no es necesario. Un académico francés que no sabía ni leer ni escribir, en 1907, podría parecernos una exageración, una venganza hacia los 40 inmortales del Instituto de Francia. Pero lo que se puede colegir de esta obra es cómo las circunstancias permiten que se abran las puertas al individuo que es todo lo que no es un académico.

Los usurpadores necesarios son numerosos. Hay quienes “saben de letras”, como se manifiesta popularmente el hecho de saber leer y escribir. Eso, sin embargo, no quiere decir que tienen capacidad para escribir en las publicaciones periódicas donde, se supone, hay un consejo de personas que sirve de filtro para mantener el nivel que exige toda publicación que se considere seria.

Habría que imputarles a esas personas, a esos “filtros”, una suerte de pereza intelectual, al publicar sin haber leído muchos de los artículos que a diario invaden los periódicos. Podría decirse que, como Monsieur Lalouette, son usurpadores necesarios. Escribir exige esfuerzo, pero escribir no es sólo colocar palabras una tras otra, no es respetar la ortografía, escribir es fundamentalmente respetar la sintaxis. Después se puede decir todo cuanto el autor quiera.

A principios de siglo, en la época en que Gaston Leroux publicó su Sillón encantado, ni siquiera la maquinilla de escribir estaba al alcance de todo el mundo. Publicar, aun a cuenta de autor, era una empresa difícil. Existían exigencias mínimas. Hoy, en cambio, fabricar un objeto con todos los elementos que caracterizan al libro está al alcance del más común de los mortales. Quien posea una computadora, un buen programa de publicación y una impresora adecuada puede hacerlo sin necesidad de apegarse el más mínimo criterio de lo que debe ser una novela, por ejemplo. El resto, por suerte, no es literatura.

Sin embargo, volviendo a la pereza intelectual que domina en los medios de comunicación, no se toma en cuenta el valor que pueda tener una colección de poemas, una antología personal de cuentos, una obra de teatro, una novela, etc. para que a esa impresionante bibliografía de analfabetos de nuevo tipo se le abran las puertas del mundo intelectual dominicano creando una pléyade de usurpadores que, contrariamente al personaje de El sillón encantado de Gaston Leroux no son necesarios, sino impuestos por la desidia de quienes dirigen la cultura. Esto sería irrelevante si los “polizones” de la cultura no fueran tomados en serio.

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Diplomático. Escritor; ensayista. Academia Dominicana de la Lengua, de número. Premio Feria del Libro 2019.