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El victimismo como categoría política

En nuestro país el hilo conductor del discurso político ha sido igualmente los “antis”: anti-trujillismo, anti-balaguerismo, anti-peledeísmo.

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El victimismo como categoría política

La historia de los pueblos no sólo la esculpen los que gobiernan, sino también los que aspiran a gobernar. Todo liderazgo ejerce un proceso pedagógico y empieza con la responsabilidad del ejercicio del liderazgo mismo.

Antes de continuar, no podemos confundir la responsabilidad con la culpa. Es decir, porque eres responsable como una postura de liderazgo ante la vida, no quiere decir que eres culpable. Estar al tanto del concepto de responsabilidad equivale a estar al tanto de la creación de tu ser y el bienestar de tu prójimo. Tu destino, tus sentimientos y si así fuere el caso, de tus sufrimientos. “Ser responsable significa ser el autor indiscutible de un evento o cosa” (Jean Paul Sartre).

Responsabilidad es un Nelson Mandela liderando y reconciliando a África del Sur después de 27 años de cárcel.

Responsabilidad es un Juan Pablo Duarte formando la Trinitaria y liderando la independencia de la República Dominicana.

Responsabilidad es un José Francisco Peña Gómez perdonando y tendiendo puentes en sus días de dolor y gloria como líder de masas.

La cultura de liderazgo responsable es común en los países desarrollados y poco común en los países en vía de desarrollo, donde el victimismo es lo usual.

El que se asume como víctima, no se cree capaz de construir cambios, las circunstancias son más grande que él. El victimismo es un discurso de no-poder para manipular e intentar asumir o mantener el poder. Por eso cuando ese no-poder tiene el poder real suele transformarse en abuso y autoritarismo.

Desde el victimismo no se analizan los problemas, se acomodan los prejuicios.

Desde el victimismo no se hace política con la gente, se manipula a la gente.

Desde el victimismo no se construye equidad, se perpetua la inequidad. Las viejas elites son sustituidas por las nuevas elites, las del partido.

Desde el victimismo no se producen los cambios, se justifica la incapacidad para producir cambios.

Desde el victimismo no se producen riquezas, se expropian.

El régimen cubano se ha escudado toda su vida en la excusa del embargo norteamericano para no asumir el fracaso de su fábrica de pobreza. Adolfo Hitler culpaba a los judíos de todos los males del pueblo alemán. Donald Trump culpa a todos de sus fracasos, menos a sus reactivas y superficiales acciones. Nicolás Maduro sigue culpando a los “pitiyanques” del colapso de Venezuela.

Lyndon. B. Johnson y su discurso para justificar la guerra de Vietnam fue una oda al victimismo: “Nos atacaron en noviembre pasado... nos bombardearon la noche de navidad el Hotel Brinks donde murieron personas inocentes... nos atacaron en el mes de febrero donde 14 norteamericanos murieron y 269 fueron seriamente heridos ...son estos apenas unos cuantos ejemplos de la campaña de terror y ataque.” (Johnson p. 486)

La mayoría de los discursos revolucionarios se sustentan en el victimismo para justificar e imponer su voluntad, arrasando todos los principios democráticos de multilateralismo, separación de poderes, constitucionalismo, derechos humanos e igualdad de todos ante la ley.

La elaboración del discurso es “nosotros versus ellos”, donde “nosotros” tenemos un representación positiva y salvadora mientras ellos son “el demonio mismo”. De esta forma, paradójicamente se transforma la guerra como el único medio para conseguir la paz. Así nacen los “anti”: antisemitismo, anticomunismo, anticapitalismo, entre muchos otros.

En nuestro país el hilo conductor del discurso político ha sido igualmente los “antis”: anti-trujillismo, anti-balaguerismo, anti-peledeismo. De la misma forma en que desde el poder hemos imitado lo peor de la cultura trujillista y neotrujillista —corrupción, rentismo, clientelismo, impunidad—, desde la oposición nos hemos percibidos como víctimas del poder, viendo los mismos fantasmas que veían nuestros padres y abuelos en los regímenes de entonces.

Desde el victimismo, gobernados y gobernantes, hemos perpetuado el no-poder para construir una auténtica democracia republicana, olvidándonos que el fin último de una autentica clase gobernante —y el liderazgo— es el abordaje directo de los problemas difíciles, problemas que a menudo requieren una evolución de los valores y la responsabilidad total para que el trabajo se realice.

Nelson Espinal Baez/ Associate MIT-Harvard Public Disputes Program, Universidad de Harvard.

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