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En honor a Emilio Cordero Michel

Quien por decenios fuera un ejemplo inigualable de entereza moral, honestidad, patriotismo, dedicación al trabajo y afanoso estudioso de la historia, ha partido hacia el misterio insondable.

Él, Emilio Cordero Michel, un valor nacional irrepetible, un ser superior como me lo ha expresado su amigo, el también historiador Roberto Cassá, acaba de marcharse en sigilo. Se ha ido al más allá.

La patria pierde a uno de sus grandes hombres.

Nuestra familia queda casi desnuda, sin su más alto y airoso emblema, estandarte de orgullo que seguirá desplegado por siempre en nuestros corazones y recuerdos.

No es anecdótico sino preocupante que se haya ido casi en pañales, con una carga material tan ligera y desvencijada que pone en entredicho a una sociedad cuyos grandes hombres parecen condenados a padecer rigores de miseria, mientras otros tantos sin escrúpulos gozan impertérritos las bolsas repletas producto del saqueo del cofre nacional.

Emilio, aunque a algunos no le pareciera así, fue siempre un espíritu juvenil, con hondo sentido del humor, desdibujado en el tiempo por las amarguras y hondas vicisitudes que marcaron con acíbar su vida.

Lo recuerdo allá en mi pueblo de Moca. Siendo ya un joven profesional, disfrutaba como un niño de las muchachadas y travesuras tremendas que llevaba a cabo en la campiña junto a sus primos, familiares y amigos cercanos.

En los últimos tiempos me recordaba entre sonrisas que por culpa mía, su tío, Octavio Fenelón (mi abuelo) le propinó una pela, la única que le dieron, porque estando en la finca del Corozo en Moca, cansado de mi necedad infantil que no le dejaba en paz, me propinó un cocotazo, ocurrido lo cual pegué un teatral y exagerado grito al cielo y el abuelo lo castigó de manera abrupta. En 1956 apresaron a mi padre por razones políticas y después le quitaron el exequátur de abogado, que era el dictado de una condena a pasar hambre. En esas circunstancias, Emilio, sin reparar en riesgos, colgó en su oficina su título de abogado para que pudiera seguir ejerciendo su profesión. Así era de consecuente, sin detenerse a estudiar conveniencias.

Su vida feliz y desenfadada experimentó un giro doloroso cuando en 1959 su hermano, José Cordero Michel, llegó al país formando parte de la gloriosa expedición del 14 de Junio que desembarcó en Maimón y entregó la vida en ofrenda por la libertad de su pueblo, luego de haber publicado un enjundioso estudio sobre la economía y sociedad dominicana.

Rumiando tristeza y dolor salió del país en misión diplomática, concedida como un triunfo aparente al régimen, y ya en el exterior presentó renuncia quedando en calidad de exiliado. De ahí en adelante su vocación crítica lo radicalizó. Abrazó la concepción marxista de la historia y trató de impulsarla en términos políticos a través de su incorporación al movimiento 14 de junio, cuyo líder era Manuel Tavares Justo.

En 1963, luego del derrocamiento del profesor Juan Bosch, secundó la decisión de acompañar al grupo de guerrilleros que subió a Las Manaclas para luchar por el restablecimiento de la constitucionalidad, sin estar plenamente convencido de la pertinencia de esa decisión y mucho menos de su perspectiva de éxito. Esclavo de su palabra y solidario con sus compañeros, ostentó la calidad de comisario político. Luego de días de penurias en la cordillera y de haber constatado que no había condiciones objetivas para la lucha, el grupo directivo, encabezado por Tavares Justo, adoptó la decisión de acogerse a las garantías anunciadas en la radio por el gobierno y bajar desarmados de la montaña.

Emilio recibió el encargo de sus compañeros de descender sin armas, solo portando banderas blancas, a modo de avanzada, acompañado de sus primos Leonte Schott Michel y Alfredo Peralta Michel, y de Juan Ramón Martínez (Monchi), a anunciar el propósito de acogerse a esas garantías.

Al llegar a un viejo camino de montaña fueron interceptados por una patrulla militar que se movilizaba en un vehículo, obligados a quitarse las botas y en ese ínterin, sin atender a las explicaciones formuladas, alguien de la patrulla los ametralló. Ahí cayeron Leonte, Alfredo y Juan Ramón, pero Emilio resultó sin heridas mientras intentaba quitarse las botas, gracias a que otro soldado reclamó el cese del fuego.

De ahí, atónito y conmovido ante aquel desenlace, y dolido por el destino de sus compañeros, fue conducido por la patrulla al campamento militar cuyo jefe era el oficial Ramiro Matos González. Allí fue despojado de sus escasas pertenencias, incluido un diario de montaña que no ha podido ser recuperado y que si apareciera podría constituir un relevante documento histórico, pues narra las peripecias de la guerrilla y el acontecer en aquellos días de angustia y frustración.

El grueso del grupo, con Manolo Tavares Justo a la cabeza, bajó un poco después, también sin armas; fue igualmente interceptado por patrullas del ejército, siendo objeto de un ametrallamiento alevoso, inmisericorde, cobarde y ruin.

Después de aquel enorme trauma, y una vez puesto en libertad, Emilio consagró sus energías a la educación en su condición de profesor de historia de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Dentro del movimiento renovador alentó la necesidad de mejorar el nivel estudiantil previo al ingreso a la universidad, mediante su pase por un instrumento de nivelación de conocimientos que era el Colegio Universitario. Llegó a consagrarse como un historiador de fuste. Quizás su obra más ponderada versa sobre la revolución haitiana y Santo Domingo, pero la más continua y que mayores satisfacciones le proporcionó fue la de maestro de generaciones.

Aquellos que recibieron en las aulas su perspectiva de la historia jamás olvidarán la rigurosidad y calidad de su enseñanza y mucho menos su verticalidad y honestidad absoluta.

El Archivo General de la Nación publicó en 2015 y 2016, en reconocimiento a sus aportes intelectuales, un tomo sobre sus Cátedras de historia social, económica y política y dos tomos relativos a sus variados Ensayos. La revista Clío de la Academia de la Historia en sus últimos tiempos estuvo bajo su competente y rigurosa dirección.

Fue una consciencia crítica, a veces ácida, incómoda, pero necesaria. Un esforzado trabajador impenitente, incansable, de juicios duros, implacables. Al mismo tiempo, un ser de fibras muy humanas, sutil y buen familiar.

Ahora, que ya no estará por siempre, quedará un vacío aterrador. En medio de la tristeza por su partida, siento el enorme peso de su ausencia. Por razones de edad, me doy cuenta de que a los familiares de mi generación y en particular a mi mismo, nos toca tomar el relevo. ¡Ay, Emilio, qué alto pusiste el listón! Sospecho que salvo que surgiera una inspiración que no advierto, ninguno de nosotros podrá hacerse digno acreedor del testigo que dejas tendido en el campo, porque no albergamos el talento ni el coraje en la dimensión que lo tuviste. Eso si, querido Emilión, como solía llamarte en privado o en familia, algún día en la inmensidad del universo quizás encontremos un pequeño rincón para contarte lo que vino después. Y espero que lo que pueda decirte te llene de orgullo. Hasta pronto, Quijote inconmensurable: que los vientos galácticos te sean favorables.

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