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Familia y enfermedad mental: un motivo para la acción

Pero, en verdad las enfermedades mentales graves aunque se pueden llegar a controlar, no siempre se curan y tienen una evolución larga y compleja.

Se habla habitualmente en tono acusatorio contra las familias de las personas con enfermedad mental que deambulan por las calles. Se cree que si estas personas han llegado a ese estado es por irresponsabilidad y descuido de sus parientes más cercanos. Sin embargo, la realidad suele ser muy distinta.

La Organización Mundial de la Salud en su Informe Sobre la Salud en el Mundo 2001 reconoce el impacto que tiene la enfermedad mental sobre quien la padece y sobre la familia. Explica que los cuidados de una persona con esta condición conllevan una enorme carga emocional, psicológica, social y económica. La carga es tan enorme, apuntan los expertos, que la familia por sí misma no da abasto.

¿Cómo reacciona la familia ante los primeros síntomas de una enfermedad mental grave en uno de sus miembros? Toda ella, con poca o ninguna información sobre este tipo de padecimiento, se desorienta y se llena de miedo y angustia.

Es desgarrador el desconcierto que sufre una madre, un padre o un hermano cuando ese pariente que hasta el momento mostraba una conducta normal, de pronto decide quedarse en cama todo el tiempo, alejarse de los amigos y amigas, abandonar el trabajo, los estudios o cambiar de carrera sin ton ni son. Que de repente sale con extravagancias y temas sin sentido: que si prepara viaje para la galaxia a que pertenece, que si Dios le ha encomendado una gran misión, o que si los vecinos están atentando contra su vida.

Perturbados y enfrentados a esta nueva y desafiante situación para la que nadie suele estar preparado, afloran la culpa y las acusaciones: “¿qué hicimos mal?”.

La vergüenza conlleva al aislamiento del enfermo mental y de la familia. En los barrios marginados, muchas veces los convierten en objeto de rechazo y burla, y hasta puede aparecer gente desalmada que abusa sexualmente de ellos.

Sin una idea clara sobre la naturaleza de la enfermedad, la familia suele buscar ayuda médica procurando una respuesta propia de las enfermedades agudas: pastillas o inyecciones que devuelvan de inmediato el anterior comportamiento del pariente.

Pero, en verdad las enfermedades mentales graves aunque se pueden llegar a controlar, no siempre se curan y tienen una evolución larga y compleja. Hay períodos en que desaparecen los síntomas. Pero pueden surgir de nuevo en las llamadas crisis, porque se saltaron una o dos dosis del medicamento indicado, porque el organismo responde mal y se necesita reajustar la dosis o cambiarla, o por la ocurrencia de eventos estresantes. Todo esto lleva a la familia, que a veces confunde el control de los síntomas con la curación de la enfermedad, a perder la confianza en el tratamiento o en el médico.

La familia vive en permanente zozobra, ya que en cualquier momento puede venir una crisis, violenta, y sin tener dónde acudir porque se carece de servicios de salud mental en la red pública las 24 horas del día.

Ese comportamiento violento del enfermo a veces es provocado torpemente. Por carecer de informaciones y entrenamiento, le llevan la contraria al enfermo, enfrentan directamente sus delirios o hacen comentarios críticos mordaces sobre su conducta.

Se sabe que en las personas con esquizofrenia aparecen intentos de suicidio en un 30% y la consumación del acto en un 10%. Casi en 50% de los casos se complica la situación con la adicción a sustancias tóxicas: lo que exige una sobrevigilancia.

El familiar enfermo absorbe la atención al punto que el cuidador, que generalmente es la madre, abandona su propia vida. La economía familiar se deteriora, ya que el individuo queda excluido de la vida productiva convirtiéndose en una carga.

Con los años, la familia sigue sin recibir informaciones en un programa de psicoeducación. Este desconocimiento hace que se confunda el comportamiento que genera la enfermedad en el individuo con una simple actuación de mala voluntad o indisciplina. El proceso de adaptación al mundo delirante del enfermo drena a la familia y genera hostilidad hacia el enfermo o, por el contrario, crea una actitud de sobreprotección. Ambas situaciones perjudiciales para la buena evolución de la enfermedad.

Con el paso de los años el núcleo familiar se desintegra, por la muerte de la madre o porque sus miembros emigran o se mudan. Entonces es cuando la persona enferma sale a la calle a vagar sin rumbo.

Es verdad que hay familias desaprensivas que desatienden a sus parientes enfermos, pero son una minoría en comparación con quienes sí se ocupan más allá de sus propios límites.

¿Qué más decir para que el drama de estas familias se haga visible a los ojos de los planificadores de los servicios de salud de República Dominicana?

Se trata de un grupo vulnerable que por la intensidad de su sufrimiento es propenso a padecer trastornos y problemas psicosociales. Merece que se le priorice y se le ofrezcan servicios de salud mental diseñados, de manera especial, para dar respuesta a sus necesidades.

El autor es médico psiquiatra y presidente de la Fundación en Apoyo a las Personas con Enfermedad Mental

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