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Crisis económica
Crisis económica

Gobernantes y estadistas

Un estadista trasciende, conduce, contribuye decisivamente a superar limitaciones y retos. En cambio, un gobernante simple solo atina a seguir la corriente, a dejarse llevar. Con el paso del tiempo su recuerdo se diluye en el olvido.

Poniendo un ejemplo, ante el desafío inmenso de la Alemania nazi de Hitler, Winston Churchill guió a su pueblo, lo condujo entre sangre y lágrimas, en vez de flores y besos, con el fin de evitar la tragedia que hubiera supuesto la derrota.

Estadistas ha habido y hay pocos. Gobernantes, muchos.

En su libro Orden mundial, Henry Kissinger afirma que: “Los estadistas siempre se encuentran ante el dilema de que, cuando su margen de acción es grande, tienen un mínimo de conocimientos. Cuando ya han recabado conocimientos suficientes es probable que haya desaparecido su margen para emprender una acción decisiva.”

Es probable que esa aseveración de Kissinger encaje más bien en la figura de un gobernante mediocre, envuelto en sus propias miserias, siempre en duda, vacilante, medroso, temeroso, condicionado por el temor paralizante del costo político de cualquier reforma, como si consintiera en que su paso por el poder fuera vano.

El manual del buen gobernante iluminado por el soplo de estadista, debería destacar la importancia de hacer a fondo las reformas fundamentales desde el principio de la gestión. Y si por algún motivo entendible no se pudiera, en todo caso hacerlas aun fuere tarde.

Mauricio Macri, en Argentina, prefirió el término medio, lo que en América Latina se conoce como “gradualismo”, con tal de mitigar el costo político. Su perspectiva no era su actual gestión de gobierno sino la próxima, una eventual reelección. La crisis estalló en sus manos y el pueblo argentino la está sufriendo.

En cambio, Joaquín Balaguer, en la década del 90, lo entendió a la perfección. Con la crisis política a punto de desplazarlo del gobierno, casi ya envuelto en llamas, dejó de pensar en el “próximo período” y se aplicó a realizar reformas políticas y económicas fundamentales que permitieron que se alejara el torbellino de la falta de gobernabilidad, lo cual dio oportunidad a que la economía siguiera creciendo, ya por decenios.

La consecuencia fue que Balaguer recuperó la posibilidad de que se reconociese su legado. No se hundió para siempre en el pantano de la política pequeña. El porvenir dirá si lo logró, pero los años transcurridos dan la impresión de que sí, aun fuere entre verdes y maduras.

Cuando Danilo Medina asumió el mando, tenía a su favor una vasta experiencia por haber sido primer ministro, en la práctica, en los primeros gobiernos de Leonel Fernández, pero se dejó deducir por el encanto de gobernar sin hacer lo necesario, con su mente puesta en permanecer otro período, aunque no hiciera lo que nunca se había hecho, como prometió. Ahí perdió la oportunidad de reafirmarse, de cara a la posteridad.

Ya en su segundo período enfrenta una situación compleja, delicada, más espinosa aún por la certeza de que sigue pensando en buscar la manera de continuar. Eso lo convierte en blanco predilecto de todos los dardos y lo empuja hacia un precipicio en que se verá obligado a responder y dar cuenta de hechos pasados y pesados, entre los cuales figura por derecho propio el caso de Punta Catalina.

Hay atenuantes que pudieran operar a su favor, sobre todo si asimila la enseñanza de Joaquín Balaguer, se olvida del próximo período y acomete con decisión las reformas que el país requiere en materia fiscal, monetaria, crediticia, eléctrica, migración, recursos naturales, medio ambiente e infraestructura, dirigidas a transformar la sociedad.

Esa es una tabla de salvación que está colocada lejos, en el océano, a la cual podría aferrarse, aunque cada día que transcurre se aleja más.

Es muy probable que los áulicos sigan diciéndole que la salvación (para ellos mismos) es continuar en el poder más allá del 2020. El costo de esa aventura podría resultar aterrador y desestabilizador.

El siguiente pensamiento del propio Kissinger puede entenderse como un complemento del anterior. “Es responsabilidad de los estadistas resolver la complejidad, y no limitarse a contemplarla. Para los dirigentes incapaces de elegir entre opciones, la circunspección se convierte en simple excusa de la inacción.”

El ensimismamiento es fundamental para los pensadores y filósofos, no así para los gobernantes.

Se aproximan tiempos difíciles, de decisiones que pudieran resultar erradas o afortunadas.

En el ambiente se percibe que no hay espacio ni disposición para aceptar imposiciones pseudo constitucionales, viciadas de legitimidad, por muy agudos que fueren los argumentos de los juristas contratados para cambiar las percepciones, ni las del tinglado de soporte que los acompaña.

Insistir en eso, sería colocar una espoleta dentro de un arsenal de pólvora; equivaldría a una provocación temeraria.

Los espíritus se encuentran soliviantados por las conexiones no exploradas ni investigadas del caso Odebrecht y la deriva incierta que sigue la República Dominicana en contraste con el resto del continente.

Lo inteligente sería no azuzar a los demonios. Cualquier intento de modificar el acuerdo de convivencia social, pudiera degenerar en calamidades de proporciones incontrolables, destructivas, en inestabilidad y ¡quién sabe!

A Joaquín Balaguer se le cita para cualquier bellaquería. La lección que dejó en los 90 es para tenerla muy en cuenta.

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