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Haití: ¿circo negro?

Hay una diferencia sustancial entre reaccionar y responder. La reacción es una determinación emotiva y repentista provocada por las circunstancias; la respuesta es, en cambio, una solución racional a un problema concreto. Una es decisión emotiva; la otra, resultado de la reflexión. Lo que últimamente hizo el Gobierno con el apremio inmigratorio haitiano fue una típica reacción. Reforzar militarmente la frontera no es respuesta, es una acción aislada a un problema complejo manejado con dejadez histórica.

La seguridad fronteriza nunca debió ser un reclamo de hoy, más cuando disipamos décadas ociosas sin poder establecer estándares mínimos de seguridad y protección. El pomposo dispositivo de reforzamiento fue un sensual strip-tease, un golpe de efecto populista para desactivar presiones. Esta medida debió ser un operativo rutinario en la gestión fronteriza. Pero la idea nunca ha sido resolver, sino impresionar, remediar y, como siempre, camuflar. Con este barato espectáculo Danilo Medina espera salvas de gloria. Ya en otros tiempos y gobiernos vivimos los mismos trances con parecidas reacciones demagógicas. Tramas retóricas de todo cuño para fabricar percepciones fantasiosas. Se nos ha hecho tarde. Seguimos pendientes de respuestas. Pretender un descargo por estos amagos es ilusorio; el Gobierno no puede seguir tejiendo con retazos su política exterior frente a Haití. El problema nos desborda y está asumiendo ribetes peligrosamente irreversibles.

Haití y su inmigración ilegal debe ser el primer tema de la política exterior dominicana. Esa nación perdió interés en las agendas globales. La comunidad internacional, siempre escurridiza, no siente culpa ni constreñimiento. Los gobiernos dominicanos, por su parte, han jugado al avestruz como si esa carga no pesara sobre nuestro futuro. Una actitud omisa que han aprovechado las potencias del hemisferio para desentenderse. Quien tiene que resguardarse de su propia desidia es el Estado dominicano, obligado por las circunstancias a una política exterior proactiva, defensiva y visionaria. Pero ha preferido jugar a la demagogia circense con un tema nada divertido.

Lo menos que podíamos esperar del eufemístico “gobierno compartido” con el PRD era una propuesta de sólidas bases sobre las relaciones con Haití y un plan de defensa internacional defendido uniformemente en los principales foros mundiales. Pero quizás era mucho pedirle a un gobierno atado a la cultura del empleo, donde el servicio exterior, convertido en plaza laboral, opera como una agencia burocrática para cargos políticos. En su promiscua nómina, el Ministerio de Relaciones Exteriores mezcla intelectuales, diplomáticos de carrera, becados, activistas, amantes oficiales, gente de farándula, negociantes y un surtido diverso de vagos. El servicio exterior dominicano ha sido una verdadera ignominia, usado como negocio para las alianzas políticas y donde consulados se cotizan, se certifica la trampa y se trafica hasta el alma. Justamente los consulados más apetecidos, después de los de las grandes ciudades americanas y europeas, son los acreditados en poblados haitianos, convertidos en santuarios de la prostitución fronteriza, esa afrenta que nos abochorna para legalizar el contrabando, el tráfico de personas, droga, prófugos y armas. La dimensión del problema migratorio impone la creación de una unidad en la Cancillería dominicana, especializada en asuntos haitianos y soportada por expertos.

Haití es el ejemplo más exitoso del caos como negocio. La frontera está controlada por mafias binacionales. Los volúmenes del tráfico no registrado son incuantificables. El comercio oficiosamente controlado maneja en promedio cerca de mil doscientos millones de dólares en importaciones haitianas de productos dominicanos, siendo ese país nuestro segundo socio comercial. El problema haitiano está en manos de los gobiernos, pero a ninguno le importa; perdieron dominio, interés y motivos. Los episódicos cierres de fronteras son chantajes o presiones extorsivas de algún lado cuando las mafias quieren imponer su mando o mejorar rentabilidades. La frontera no es una línea de soberanía, es un corredor de negocios.

El problema haitiano es más que frontera, deportaciones, regularización de indocumentados o proclamas patrióticas; es sobrevivencia, futuro y legado. Haití es inviable y esa condición irremisiblemente nos arrastra. La República Dominicana no es solución, por eso el país debe abanderarse y liderar el reclamo por el rescate internacional de Haití para que el mundo entienda que nuestra pobreza no sustenta la miseria haitiana, que no podemos absorber el drama haitiano, que nos bastan nuestros propios problemas.

Necesitamos una inteligencia serena para manejarnos sin fanatismos ni provocaciones. El mejor aliado de la injerencia externa es una situación de violencia para “legitimar” cualquier imposición bajo el pretexto de violación a los derechos humanos, tratos xenófobos o prejuicios raciales. Muchos Estados y gobiernos desearían un cuadro parecido; sería su mejor entrada. Y es que cuando no se tiene el interés de actuar, como lo ha demostrado la comunidad internacional, cualquier incidente es valedero. De hecho, laten oscuros intereses que procuran precipitar en ambos lados acciones de fuerza y violencia a través de instigaciones siniestras. Seguirles el juego es necio. En ausencia de un plan internacional que involucre activa y sostenidamente a las principales naciones del hemisferio, el deterioro de las condiciones de vida en Haití devendrá en catastrófico. Este tema, arrimado por años, se nos ha hecho grande. El Gobierno debe asumir sin pantomimas ni acrobacias una responsabilidad histórica impunemente abandonada. Dejemos el circo ¡Ahora o nunca!

joseluistaveras2003@yahoo.com

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