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Hamilton y la protección a la industria naciente

«En contraste, cuando incluimos la paralela conmoción económica de la época –la revolución industrial, la expansión del comercio global, el crecimiento de los bancos y el mercado de acciones– Hamilton fue un profeta americano sin comparación. Ningún otro padre fundador cabalgó ambas revoluciones –ni siquiera Franklin estuvo cerca– y ese sentido se fundamenta la novedad y grandeza de Hamilton. Él fue el apóstol visionario del futuro económico de América, estableciendo una visión que muchos encontraron cautivadora, otros desestabilizadora, pero que finalmente prevalecería.» Ron Chernow, Alexander Hamilton, 2005

Alexander Hamilton es un interesante personaje de la historia norteamericana. Sus diversos roles como militar, abogado, economista y funcionario público en un momento clave para el surgimiento y consolidación de la nación norteamericana contribuyeron a definir el perfil de una nación que con el tiempo se convertiría en la principal potencia económica y militar del planeta, así como un ejemplo funcional de una sociedad democrática, aunque no perfecta. Hamilton mantuvo relaciones conflictivas con algunos de los padres fundadores, como fueron los casos de George Washington, Thomas Jefferson y John Adams. En el gobierno del primero, sin embargo, se desempeñó en el cargo de secretario del Tesoro, y se le atribuye el establecimiento del sistema monetario de Estados Unidos.

La controversial vida de Hamilton ha sido llevada –con gran éxito– a los escenarios de Broadway, Londres, San Francisco y Chicago, entre otros, en un musical que lleva su nombre y ha recibido los principales galardones del teatro, tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido. Al tener, esta semana, la oportunidad de ver dicho musical no pude evitar una reflexión sobre una contribución de Hamilton en el campo económico (no necesariamente tenía que aparecer en el Musical) que con frecuencia se le atribuye a Friedrich List –un economista de la escuela historicista alemana de la primera mitad del siglo XIX– sobre el argumento de la protección a la industria naciente.

La idea de Hamilton –al igual que otros economistas en épocas posteriores– era la de imponer impuestos a las importaciones de bienes manufacturados que eran producidos localmente y eliminar los impuestos a los insumos que intervienen en la producción doméstica. Como es obvio, estos planteamientos se corresponden con el modelo de sustitución de importaciones que Latinoamérica implementó en un gran tramo del siglo XIX con unos resultados que pudieran considerarse como negativos en cuanto al objetivo de lograr una estructura industrial eficiente y con vocación exportadora.

Si bien la lógica del argumento –a prima facie– luce atractiva, ya que se estaría dando protección a la industria en una etapa crucial para su despegue, en realidad lo que ocurre –y ha ocurrido– es que se crea un sector industrial altamente dependiente de la protección, como ha sido argumentado en otras ocasiones. Dado que los recursos en la economía son limitados, la protección a la industria naciente se convierte en un sesgo anti exportador. Esto es, mientras más recursos se dedican a la industria protegida para el mercado local, menos recursos pueden ser dedicados a la industria exportadora.

Ciertamente, hay una contraposición entre la industria exportadora y la industria sustitutiva de importaciones, en el sentido de que la protección asume que la industria local no puede competir exitosamente en los mercados internacionales, y es difícil imaginar que una industria local pueda aprender a competir internacionalmente aislándola de los mercados externos. Se trataría de un ejercicio tan fútil como pretender que es posible aprender a nadar solo con clases teóricas de natación...

La literatura económica recoge
–ampliamente– el debate sobre la intervención del Estado en los procesos de industrialización, con argumentos razonables en ambas direcciones. Pero hay dos razones, entre otras, que apuntan hacia una limitada intervención del Estado en dichos procesos. La primera, todo proceso de intervención estatal puede ser analizado desde la perspectiva de la economía política; lo que significa que los grupos de intereses se organizan alrededor del objetivo de lograr los mayores niveles de renta como resultado de la intervención estatal en la economía. Esos grupos de intereses luego se convierten en un obstáculo casi insalvable para llevar a cabo reformas significativas a la estructura productiva de un país. Una segunda razón –conectada a la primera– es que la selección de ‘ganadores’ (sectores a ser beneficiados por las políticas de protección) se distorsiona por los interesados ya enquistados en la estructura de poder político. De ahí, la socorrida sentencia de que los gobiernos son malos eligiendo ‘ganadores’, pero los ‘ganadores’ son buenos eligiendo gobiernos.

Ahora bien, situemos este debate en un mundo tan globalizado como el presente. Si se buscara revertir, mediante políticas proteccionistas, los procesos de apertura comercial, que se han verificado en las últimas décadas, tendríamos una economía global altamente fragmentada, con efectos desastrosos para el bienestar en las economías domésticas. Eso es, precisamente, lo que se quiere evitar cuando desde distintos escenarios se advierte de los efectos devastadores de una guerra comercial, como la que amenaza a la economía global en estos momentos. De manera que, si cada país recurre a políticas proteccionistas, se estaría fomentando una guerra comercial que solo conduciría a un resultado generalizado de perdedores.

En su época, las ideas de Hamilton resultaron muy controversiales –y posteriormente también, como se ha podido notar– hasta el punto de que en un duelo a pistolas con el vicepresidente Aaron Burr, a orillas del río Hudson, Hamilton pierde la vida en 1804... Sus planteamientos sobre la protección a la industria naciente siguen siendo objeto de un gran debate, tal como lo fueron a finales del siglo XVIII... Sin dudas, recrear su vida en un exitoso musical ha sido un homenaje muy merecido.

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