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Hay que asegurar la convivencia

Si queremos transformar el país, la única salida es fulminar el clientelismo y consolidar los principios relevantes en la Constitución.

Filósofo, usted habla de la necesidad de que haya principios de convivencia, estables, duraderos. ¿A qué se refiere?

–En el pasado remoto, las sociedades acordaron regirse por un ente abstracto, llamado Estado, que fuese árbitro en disputas, brindase seguridad, justicia y cumpliese otros menesteres en calidad de servidores de todos.

Pero, ¿no es verdad que existe el peligro de que los servidores quieran convertirse en jefes y mandar para siempre?

–El peligro existe. Servir desde el Estado, da poder. Pueden producirse anomalías producto del afán de concentrar el poder para beneficio propio y de un pequeño grupo.

Y, ¿acaso el destino de la humanidad no es quedar a merced de los intereses de grupos?

–La permanencia en el mando puede terminar en dictadura y suplantar la democracia. Sin embargo, los mandatarios solo son servidores, no dueños de la cosa pública. El bien común siempre debería estar por encima del interés particular.

Hasta ahí le sigo, aunque no estoy seguro de si, según su interpretación, los intereses particulares tienen validez. Usted tiene tufo del antiguo comunismo.

–Mi alumno Abimbaíto, los intereses particulares son válidos en la medida en que no choquen con los del prójimo. El concierto representado en la comunidad prevalece sobre el individuo, en cuanto pudieran colidir.

Y, qué quiere usted recordar con eso.

–Es muy simple, que nadie, absolutamente nadie, puede pretender estar por encima del derecho del colectivo a ser gobernado de acuerdo con los criterios y principios, estables, sobre entendidos por la comunidad o consignados en su carta magna. Ese es el derecho fundamental; lo que dio origen al propio Estado.

¿Principios estables? Nunca hemos tenido tal cosa, salvo en la forma. Al contrario, lo que ha habido es modificaciones a la constitución con pretextos variados, conducentes a que se quede gobernando el que esté al mando.

–Mi alumno muy querido, el hecho de que no hayamos tenido principios estables no significa que no debamos implantarlos. Un derecho particular no puede imponerse sobre el derecho de todos a vivir en paz. En consecuencia, la carta magna no puede ser modificada ni interpretada con acomodo para hacer un traje a la medida de alguien en particular.

Usted es un quijote, ¿cuántas veces han modificado la constitución para hacerse, no uno, sino decenas de trajes a la medida? Y no ha pasado nada.

–Sí, se ha hecho, lindando en la ilegalidad o ilegitimidad. Aun así, no quisieras tú ser testigo de que en uno de esos intentos pasara algo. Sería una hecatombe. Hay que evitarlo.

Profesor, sus expresiones puede que sean hermosas, aparte de cándidas, pero hasta ahora no me ha aclarado nada.

–Vamos a ponerlo de otra manera, para que entiendas. Observa las sociedades exitosas, por ejemplo los Estados Unidos. Han tenido presidentes excelsos, empezando por George Washington.

Sé, profesor, que George Washington fue uno de los padres fundadores, héroe de guerra y buen gobernante.

–El legado más relevante que dejó fue cuando, en plena ola de popularidad, aclamado por su pueblo, decidió retirarse a la vida civil para dar inicio a la alternabilidad en el poder y profundizar la experiencia democrática.

Y no será que estaba cansado o carecía de ambición política.

–No. Más bien le sobraba ambición patriótica. Tenía visión, conciencia, amor a su patria y fuelle de estadista. Esos elementos son escasos en nuestro medio. Creó el precedente para diferenciar así la república de un régimen monárquico.

Es verdad, profesor Vitriólico, cuánta falta hace aquí un estadista. Sin embargo, de sus palabras pudiera deducirse que, por ejemplo, Alemania no es exitosa, puesto que allá está Ángela Merkel que no se apea del poder. Lleva varios períodos consecutivos en el mando.

–Abimbaíto, Alemania es muy exitosa y bien organizada. En cuanto a Ángela Merkel, tienes razón. Ha permanecido en el poder por muchos años, sujeta al escrutinio permanente del parlamento, integrado por gente con criterio propio, que responde a su constituyente. En esa nación el nivel de educación y bienestar hace imposible la compra de consciencias. Las instituciones funcionan.

Y, ¿aquí no?

–Aquí, es lo contrario. La ignorancia es profunda, al igual que la pobreza. Los “líderes” fomentan la miseria e ignorancia para poder comprar el voto, directa o indirectamente a través de concesiones populistas del Estado, disfrazadas de políticas sociales. Los programas de subsidios y los que no lo son, como las visitas sorpresas, se utilizan para fines políticos particulares. Es el caldo de cultivo que hace posible que las instituciones no funcionen. El afán clientelar y la centralización del poder lo distorsionan todo.

Usted dice eso como si en este país no hubiera Congreso, que es un contrapeso al Ejecutivo, o Justicia, ¿no es así?

–El Congreso es una costosa fábrica de pegar sellos y complacer cualquier iniciativa del Ejecutivo. Y la Justicia sabe hasta dónde llega, con un ministerio público politizado y jueces a la carta, con excepciones que llenan de orgullo a todos.

Entonces, de acuerdo a lo que usted dice, debemos rendirnos. Estamos destinados a morir como clientes de facciones políticas y a vivir sin instituciones y condenados al subdesarrollo.

–Si queremos transformar el país, la única salida es fulminar el clientelismo y consolidar los principios relevantes en la Constitución, con carácter de permanentes, inviolables. Cualquier intento de vulneración o modificación debería ser castigado con la pérdida de los derechos civiles, degradación cívica infamante, y, si no quedara más remedio, con la cárcel, pura y simple.

Filósofo, no sea tan iluso, la Constitución está tan llena de principios, que no caben más.

–Así es. Un buen comienzo sería no tocarla en los próximos 40 años, para dar la oportunidad de que esos principios dejaran de ser meras expresiones formales. Solo eso.

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