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Historia, dolarización, desnacionalización e instituciones

En la adolescencia la imaginación se dispara cuando se empieza a leer, o a escuchar, la historia de las grandes batallas que marcaron el signo de una época. Por ejemplo, las de Alejandro Magno, Napoleón Bonaparte o Simón Bolívar.

El adolescente se emociona al darse cuenta del esfuerzo épico tan grandioso, la bravura, el coraje y hasta los ideales que estuvieron detrás de esos acontecimientos (más tarde repara que muchos de esos episodios constituyeron formidables luchas por el poder y la gloria).

Luego, al entrar en la lectura reposada de la historia patria, aprende sobre aquellas figuras que mantuvieron viva la idea de crear y sostener una nación soberana e independiente. Y también conoce de la destreza y bravura de los guerreros que alumbraron la separación o independencia nacional.

Entre los primeros, el adolescente empieza a percibir la grandeza del ideal enarbolado por Juan Pablo Duarte, su confianza absoluta en que el país tendría que mantenerse libre e independiente por encima de cualquier consideración o interés. Su grandeza estriba en no haber desmayado nunca en la convicción de que la nación ya estaba formada y su destino era mantenerse soberana y republicana.

Entre los segundos, comienza a distinguir la visión estratégica y táctica que adornó a Pedro Santana. Su acierto dirigiendo las tropas. Liderazgo profundo. Y la condición que fue ganando de sostenedor, por las armas, de la patria recién nacida, hasta el punto de que, quizás, sin su espada y dirección no hubiera sido posible alcanzar la proeza.

Idea y acción. Lástima que no hubieran confluido en un solo líder, sino en individuos distintos. Uno con radical verticalidad acerca de la necesidad imperiosa de no sucumbir en la materialización del proyecto nacional. El otro con dudas acerca de su viabilidad.

Al final, el proyecto de Duarte se impuso, mientras los laureles acumulados por Santana se diluyeron en el instante en que firmó la anexión a España, porque no tenía fe en que la nación y el Estado recién surgidos pudieran auto gestionarse.

Desde el comienzo, en 1844, hasta nuestros días, han sido muchas las amenazas que han agobiado la nación, pero todas han sido enfrentadas, neutralizadas o resueltas.

Las de mayor peligro han sido y son de carácter interno, pues tienen el potencial de socavar los cimientos y provocar el derrumbe de lo que tanto trabajo y lucha ha costado construir.

Una nación soberana gestiona por sí misma la justicia, las leyes y el gobierno. Y junto con eso, otras instituciones importantes como la moneda.

Trasquilar la soberanía por la duda de que una de esas instancias no pueda ser manejada adecuadamente por los propios dominicanos, equivale a justificar el intento anexionista de Pedro Santana.

Estados Unidos pudo salir de la recesión de 1929 con mucho apuro, gracias entre otras cosas a la posesión de moneda propia, cuya paridad sobrevaluada afectaba el desempeño económico. Modificó la paridad con el oro y dio garantías a los depositantes; es decir, ejerció atributos soberanos que le facilitaron dejar atrás la gran recesión mundial. De otra manera, las penurias hubieran sido más prolongadas.

Europa ha creado una moneda común, el euro, que responde a los intereses de los países asociados.

Hace poco un prestigioso profesional y amigo, Juan Lladó, escribió un artículo en que se refería a otro mío, cuyo tema fue la recapitalización del Banco Central. Su propuesta es que, en vez de recapitalizar al organismo monetario, se le pase a retiro y se introduzca el dólar como moneda de circulación.

Este fue un tema de intensas discusiones a principios del milenio. La dolarización tiene sus ventajas y desventajas. Sin embargo, el mantenimiento de moneda propia no constituye un problema actual.

En todo caso, el debate se concreta en manejarla con prudencia y reducir los costos superfluos de la preservación de la estabilidad; o, en dolarizar.

Si sustituyéramos la moneda dominicana por otra, en razón de una supuesta incompetencia de los encargados de emitirla, o de la falta de control de los costos asociados a su mantenimiento, tal vez mañana tendríamos que sustituir la justicia para que instancias internacionales la tutelen.

O, suplantar al legislativo para que otros dispongan las normas, o la defensa para que entes extraños nos protejan, o la dirección de impuestos para que una nueva caja los administre, o, simplemente poner al país bajo el paraguas de otra bandera.

En ese momento habremos dejado de ser nación y se habría tirado al zafacón de la historia los desvelos, esfuerzos, heroísmo de los que forjaron la patria. Y puesto en entredicho el destino de todos.

Plantear la dolarización en las actuales circunstancias en que se atraviesa por un proceso acelerado de desnacionalización que está teniendo lugar por la invasión pacífica, masiva, irregular, de los vecinos haitianos, es extremadamente peligroso, sensitivo y delicado.

Aparte de que no existe evidencia clara de que los países dolarizados muestren mejor desempeño económico que los que no lo son.

Hay que reconocer que una característica de nuestras instituciones, es que son débiles. Pero no solo la moneda está afectada por esa realidad. La tarea es fortalecerlas y consolidarlas, no sustituirlas por la tutela o símbolos foráneos.

Hacia ese objetivo deben canalizarse todos los esfuerzos.

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