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Horacianas institucionales

Siempre ha sido vencida la tiranía; pero el pueblo ha quedado defraudado en sus esperanzas, burlado en sus aspiraciones, escarnecido por la inutilidad de sus esfuerzos y de sus sacrificios.

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Horacianas institucionales

Oiga usted, a quien tanto le gusta hablar de instituciones, ¿cuál es la situación? -pregunta Abimbaíto. Le responden:

–Hay actualmente un profundo malestar en la República al cual urge que se ponga eficaz remedio.

–¿Qué? ¿Malestar? No sabía.

–Hay miseria económica; pero más que de pan el pueblo tiene hambre de libertad, de justicia, de instituciones libres y de leyes buenas; porque está cansado de sufrir el régimen tradicional del gobierno personal, autoritario, en el cual la voluntad y el capricho del mandatario anulan la ley, y despojan al ciudadano de sus derechos, y deslustran el honor y el nombre de la República.

–Diantres, siga. Me está gustando.

–Desde hace algunos años la consciencia nacional clama por un régimen nuevo. Se han sucedido sangrientas luchas en las cuales de un lado estaba la Revolución persiguiendo el ideal de esa reforma radical que colmara las justas aspiraciones del pueblo, y del otro la tiranía, es decir, el gobierno personal, autoritario, que opone al voto libre el voto “de orden de autoridad”, que convierte al erario nacional en patrimonio privado, y aplica sus fondos a usos distintos de los que el bien público requiere.

–Si señor. Pienso lo mismo. -dice Abimbaíto. -Usted, con esa chiva, ¿cómo se llama?

–Siempre ha sido vencida la tiranía; pero el pueblo ha quedado defraudado en sus esperanzas, burlado en sus aspiraciones, escarnecido por la inutilidad de sus esfuerzos y de sus sacrificios.

–Al pueblo lo burlan los políticos, con sus demagogias. Venden siempre lo mismo: que las cosas van a ser distintas y terminan iguales. -exclama Abimbaíto y le susurran:

–Mientras no se realice esa reforma radical que el pueblo quiere y pide con insistencia, no habrá verdadero orden jurídico y se dificultará una paz estable y fecunda: porque cuando el ciudadano no se sienta herido en sus derechos ni perjudicado en sus intereses legítimos, vivirá siempre en la incertidumbre de los agravios que en el día de mañana podría inferirle la omnipotente autoridad que, cuanto más protege contra la ley y justicia a los que están a su servicio, más amenazante es para los demás: es decir, para la mayoría de los dominicanos, que es el pueblo, para cuya protección y bienestar debieran darse las leyes y funcionar las instituciones.

–Este hombre de la chiva (barba) habla bien. -piensa Abimbaíto y escucha una voz que dice:

–Para poner término definitivamente a tan gravísimo mal, no hay, no puede haber más que un medio: la reforma general de nuestra organización política, en el sentido principalmente de poner los derechos individuales fuera de la acción coercitiva de los gobernantes; de instituir la autonomía de los municipios y prepararla en las provincias o regiones; de hacer imposible toda influencia del poder en las operaciones electorales y en la sinceridad del voto; de hacer efectivas la independencia y la eficacia de la justicia represiva; de que todo funcionario público sea responsable y destituible por mal desempeño de sus funciones; de que la organización del gobierno, en resumen, corresponda a los fines de su institución, sin perder de vista las condiciones del medio.

–Caramba, pero habla como un estadista. -Quién es usted? -pregunta Abimbaíto, y la voz sigue:

–Hay otro punto importante en materias de reformas de urgente necesidad, que es la organización de la fuerza armada en sus dos formas de ejército y de policía. Ninguna de esas dos instituciones ha respondido a los fines de su creación. Ambas, por el contrario, a la vez que han sido cargas pesadas para el Tesoro público, y causa, motivo y pretexto para mala inversión de fondos nacionales, son uno de los factores más importantes de desorganización jurídica, de entorpecimiento de la acción de la justicia, y están muy lejos de ser defensores del orden, de la Constitución y de las leyes.

–Échele hilo al bollo, carajo. Usted es un tolete de hombre. -dice Abimbaíto, y le responden:

–Siendo, como es, el gobierno de la República esencialmente civil, la autoridad militar debe en todo caso estar subordinada a la civil, de la que es agente para fines determinados de bien público.

–Estoy de acuerdo con lo que ha dicho. Nada de eso se ha hecho a pesar de que los políticos viven hablando de reformas. -Abimbaíto reitera: ¿cómo se llama usted?

–Soy Horacio Vásquez y todo esto lo dije en 1915.

–¡Ah! Con razón, Horacio, por pensar así lo tienen olvidado y su casa de Tamboril cayéndose a pedazos sin que al Estado le duela.

TEMAS -

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.