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Reelección
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Indefinidamente en el juego

Esa inaceptabilidad aflora en tres reformas constitucionales en sólo 13 años. Todas ellas para permitir la permanencia o el eventual retorno al poder del presidente de turno.

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Indefinidamente en el juego

Tras muchos años en la presidencia, la codicia de poder de Balaguer condujo a la crisis política del 1994. Esa crisis se resolvió con una reforma constitucional que recortó el período del mandatario, prohibió la reelección consecutiva y abrió las puertas a un nuevo liderazgo político. En 1996 Leonel Fernández llegó a la presidencia. Aunque sus escritos contra la reelección le precedían, pronto descubrió que cuatro años no es nada. Y comenzó a abogar por el modelo americano.

En el 2000 Hipólito Mejía llegó a presidencia. Comenzó calificando la reelección como una maldición, pero pronto descubrió que cuatro años no es nada. Como la constitución ya prohibía la reelección consecutiva, adquirió una reforma para introducir el modelo presidencial americano de “hasta dos periodos consecutivos y nunca jamás”. Y como un presagio, el modelo americano comienza con la competencia entre el ex presidente que abogó por el modelo y el presidente que promovió la reforma.

En 2004 Leonel Fernández ganó las elecciones y regresó al poder. Aunque había defendido el límite de dos, aprovecha la reforma del 2002 para optar por un segundo período consecutivo. Que era su tercero. Entonces, enfrentado al mandato constitucional que le obligaba a la jubilación automática, en el 2010 adquirió una reforma para eliminar el “nunca jamás”. Y para acelerar un eventual retorno, en la reforma que lo hace posible, se prohibe la reelección consecutiva.

En el 2012 Danilo Medina enfrentó al ex presidente Mejía, quien había quedaba jubilado por la reforma del 2002 y reactivado por la del 2010. Medina no solo había comparada la reelección con “tragarse un tiburón podrido” sino que había sugerido que para él “un periodo y nunca jamás” era suficiente. Pero como sus antecesores, ya en Palacio, pronto descubrieron que cuatro años no es nada. Y como la reelección ya estaba prohibida, imitando al Presidente Mejía adquirió una reforma para restablecer el modelo presidencial de “hasta dos periodos consecutivos y nunca jamás”. Ahora, tras ganar un segundo período consecutivo, el Presidente Medina enfrenta la misma jubilación automática que el Presidente Fernández enfrento antes de la reforma del 2010.

Al interior de un sistema presidencialista, el poder personal del presidente es tan grande que la institucionalización del Estado pasa por la institucionalización de la presidencia. Esta a su vez pasa por la institucionalización de una alternabilidad predecible que permita corregir desviaciones, desarrollar nuevos líderes introducir nuevas ideas, equilibrar las prioridades, consolidar las instituciones y dar fluidez a la vida política. Y finalmente, la institucionalización de la alternabilidad pasa por la jubilación de los presidentes.

Empero, el poder es adictivo y el continuismo contagioso. Y para “permanecer en el palo” más allá de lo razonable, un presidente deja de hacer muchas cosas debidas y hacer tantas cosas indebidas, que bajarse de allí le da miedo. Y sea por adicción, contagio o miedo, a muchos gobernantes la jubilación presidencial les resulta teóricamente necesaria pero prácticamente inaceptable.

Esa inaceptabilidad aflora en tres reformas constitucionales en sólo 13 años. Todas ellas para permitir la permanencia o el eventual retorno al poder del presidente de turno. Y todas ellas apoyadas por líderes y partidos que ayer convocaban a la lucha contra el continuismo y ahora manejan la constitución y las leyes como discursos que se escriben, reescriben o ignoran, una y otra vez, para legitimar el “vuelve y vuelve”.

Necesario es entender el punto. No se trata del tigueraje dominicano. Se trata de la naturaleza del poder. Por ejemplo, Clinton y Obama, han confesado que le hubiese gustado continuar o retornar al poder. Y aunque reconocen que tal cosa causaría muchísimo daños, nadie sabe si encontrada alguna rendija lo hubiesen intentado. Fernández, Mejía y Medina también conocen los daños. Pero aquí, con la bendición de las altas cortes, presidentes y congresistas pueden utilizar el poder delegado para proponer y aprobar reformas constitucionales en su propio beneficio; ex presidentes pueden ser reactivados por cambios constitucionales ocurridos después de dejar el poder; las reformas constitucionales son política y económicamente baratas; y el borrón siempre se impone.

En esas condiciones, a la mayoría de los presidentes les resulta cuesta arriba vencer la tentación de maniobrar para continuar indefinidamente en el juego.

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