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La construcción del enemigo en política

No es de extrañar que las mayores atrocidades de la historia de la humanidad se hayan perpetrado ostensiblemente en nombre de causas justas.

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La construcción del enemigo en política

En una ocasión escuché a don Rafael Herrera decir “un líder político tiene cuatro grandes enemigos: el primero y más peligroso, sus familiares. El segundo, sus más cercanos colaboradores. El tercero, sus compañeros del partido. Y el cuarto, el menos peligroso, sus enemigos políticos.”

Tenemos la impresión de que todos los políticos necesitan un enemigo. Si no lo tienen, se lo inventan. Incluso su carrera parece depender y, en ocasiones, progresar o fracasar gracias a ellos. Son muchas las batallas que se han inventado contra el “enemigo externo” para justificar las debilidades internas.

Según expertos en psicología social, el proceso de creación de enemigos parece cumplir con una función importante: reducir nuestras tensiones mediante la atribución cruda e inconsciente a nuestros enemigos de aquellos rasgos que nos resultan intolerables de nosotros mismos, nuestra sombra.

En lo que tiene que ver al ámbito de lo colectivo – nación, raza, religión – el proceso de creación de enemigos adquiere proporciones míticas, dramáticas y trágicas. Las guerras y las persecuciones constituyen la expresión más terrible de esa sombra que es parte de nuestro legado instintivo tribal.

No es de extrañar que las mayores atrocidades de la historia de la humanidad se hayan perpetrado ostensiblemente en nombre de causas justas. Pero la sombra se proyecta en la figura del oponente y llega a convertirlo en infiel, cabeza de turco, inhumano, terrorista, eje del mal o chivo expiatorio de nuestras propias culpas. Así se justifican los peores crímenes.

El enfrentamiento con nuestros enemigos cumple pues con una función redentora. Como afirma el sociólogo y antropólogo cultural Ernest Becker: “Si hay algo que nos han enseñado las guerras de nuestra época es que el enemigo cumple con la función ritual de redimirnos del mal. Por eso todas las guerras son consideradas “guerras santas”, en el doble sentido de constituir, por una parte, una forma de librar el mundo de la maldad y, por la otra, una revelación de nuestro propio destino, una prueba de que Dios está de nuestra parte”.

De esta forma derrochamos una enorme cantidad de recursos humanos y materiales tratando de mantener vigente la figura del enemigo. Desde Vladimir Putin hasta Donald Trump, desde Kim Jong-un hasta Nicolás Maduro hipotecan el futuro de generaciones en este proceso, mientras el mundo parece estar esperando una era de cooperación constructiva para resolver los problemas reales de nuestro tiempo: la contaminación ecológica, el calentamiento global, la extinción de numerosas especies, el hambre y la pobreza de gran parte de la humanidad.

En el conflicto Estados Unidos – Corea del Norte ambas partes son blanco de sus proyecciones. Sencillamente ambos son espejos del otro. Son infantes con poder, no adultos con responsabilidades y mucho menos líderes. Y así sucede también con las dictaduras de Occidente y de Oriente, sienten que Dios está de su lado, inician la cruzada de eliminar el mal de la faz de la tierra, purificar el mundo, salvar al pueblo irredento y vencer junto al “pueblo bueno que está conmigo” al “pueblo malo que está con el otro”, aunque para ello tengan que sembrar la destrucción y la muerte en todo lo que se interponga en su camino, incluyendo ese pueblo que dicen querer salvar.

No se trata de “psicologizar” los acontecimientos políticos ni resolver los grandes problemas de la humanidad intentando comprender la forma de pensar del otro, pero las grandes causas de nuestro tiempo, como la paz misma, no pueden avanzar con verdades a medias, ya sean estas de naturaleza política, sociológica o antropológica. Así también evitaremos politizar los hechos psicológicos, sociológicos y antropológicos de nuestros “líderes” en particular, y de la raza humana en general.

La famosa expresión, la política es demasiado seria para dejársela exclusivamente a los políticos tiene este fundamento y es que la política no sólo puede entenderse desde las ciencias políticas.

Nelson Espinal Báez. Associate MIT-Harvard Public Disputes Program. Universidad de Harvard.

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