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La Declaración Universal de los Derechos Humanos, una conquista de los Estados latinoamericanos

El otoño y la ciudad de la luz, desde hace 70 años, nos recuerdan el 10 de diciembre como uno de los días más importantes para la humanidad. Desde entonces, los derechos humanos (DDHH) dejan de ser una prerrogativa que otorga el Estado a su voluntad, a unos cuantos, para convertirse en derechos inherentes a todo ser humano sin discriminación y cuyo único rol, del Estado, es reconocer y garantizar el disfrute de esos derechos a todas y todos.

Sin más, a partir de 1948, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó, en el palacio Chaillot de París, la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH), los Estados perdieron soberanía para definir, regular, proteger y garantizar los derechos humanos. La Declaración más universal de protección de derechos debe, en parte, su existencia al rol activo de los Estados latinoamericanos que desde el origen de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) aunaron esfuerzos para que las potencias establecieran los DDHH como uno de los principios rectores de la nueva organización.

El siglo XX colocaba contra la pared a todo aquel que respiraba; dos grandes conflictos bélicos nos revelaban que el ser humano, y solo él, es capaz de destruirse. En el 1919, tras cuatro años de guerra, el mundo pensó que la paz reinaría; pero no fue así, fracasaría ese intento de comunidad internacional y de paz perpetua. Aproximadamente, veinte años después estallaría el conflicto bélico que nos demostraría que el ser humano es capaz de crear mecanismos que atentan contra la vida humana y todo cuanto nos rodea.

A causa de estos acontecimientos, el periodo posguerra buscaba garantizar la paz, la seguridad y los derechos humanos. Roosevelt y Churchill, en agosto de 1941, mediante la Carta del Atlántico, acordaron dar al mundo “una paz que proporcione a todas las naciones los medios de vivir con seguridad dentro de sus propias fronteras, y que garantice a todos los seres humanos una vida libre de temor y de necesidad”. Esta alianza y la suma de aliados (Unión Soviética y China), dejaron como resultado un único paso a seguir: firmar la Declaración de las Naciones Unidas.

Con posterioridad, a esta alianza, se sumaban 22 Estados, entre los cuales figura República Dominicana. La Declaración (1942), estableció que “Los gobiernos signatarios se reunían: [...] convencidos que la victoria sobre sus enemigos es esencial para defender la vida, la libertad, la independencia [...]”. La misma timidez con la que se habían referido a los DDHH en la Carta del Atlántico y la Declaración ONU, estaría presente durante la conferencia de Dumbarton Oaks (1944). Los derechos humanos no eran el interés primordial de los vencedores y sus principales aliados.

Como afirma Mary Ann Glendon, cuando las potencias debatieron los alcances y propósitos de la ONU “[..] sólo una cosa estaba clara al iniciar la conferencia de San Francisco (1945): las grandes potencias no iban a tomar la iniciativa de hacer que los derechos humanos fueran una pieza central de sus acuerdos [...]”.

El contingente latinoamericano se componía de 20 países, el bloque más grande, por lo que estaban en posición de ejercer presión para que en San Francisco se hablara de DDHH. Efectivamente, Latinoamérica ejerce presión: Panamá planteó que una declaración de derechos humanos fuera parte integral de la Carta ONU; mientras que Brasil, México y República Dominicana se inclinaron, indica Carrillo Salcedo, porque la promoción y respeto de los derechos y las libertades fundamentales fuera uno de los propósitos de la ONU.

Tras largos debates, los Estados acordaron establecer en la Carta un preámbulo y seis artículos con pinceladas de protección de DDHH, así como el compromiso de, posteriormente, adoptar una declaración exclusiva en la materia. Otra conquista importante, en el marco de la Carta, es la firme expresión de que los DDHH pertenecen a todos “sin distinción de raza, sexo, idioma o religión”, amenazando así el status quo que existía. La propuesta surgió de Brasil, Egipto, India, Panamá, Uruguay, México, República Dominicana, Cuba y Venezuela.

Cabe destacar que Latinoamérica no solo reveló entereza en el contenido de la Carta, sino que también lo hicieron en los debates suscitados para aprobar la DUDH. En este sentido, Charles Habib Malik reconoció que la aportación de estos países fue uno de los principales factores para evitar los extremos individualista o colectivista, convirtiéndose así en el principal modelo de derechos humanos en el mundo. Ni un documento de estilo estadounidense ni soviético hubiera podido lograr un consenso entre los países de ONU.

En ese orden, Malik destaca el rol de Hernán Santa Cruz (Chile), por tener presente la gran visión humanista del mundo latinoamericano; a Cisneros (Cuba) y Carrera de Andrade (Ecuador), quienes contribuyeron con su amplio bagaje de erudición e idealismo; Aréchaga (Uruguay) por el entusiasmo, por la lógica jurídica; y reconoció a Minerva Bernardino (Rep. Dom.) por haber propuesto la equidad entre hombres y mujeres en el preámbulo de la DUDH.

Por consiguiente, si bien debemos afirmar que la DUDH representa “una victoria de la humanidad entera”; no menos cierto es que es una conquista de los Estados latinoamericanos. A América Latina no le tembló el pulso para imponer, frente a las potencias, la protección de los derechos humanos y comprometerlos a crear un documento de la índole de la Declaración Universal. Esta conquista demuestra que unidos somos fuerza, una fuerza invencible en foros internacionales.

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