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La muerte de la niña de Chiringo

Sin un propósito claro, difundido y defendido, lejos de estimular el trabajo duro, la disciplina, el compromiso y la solidaridad, el 4% ha estimulado la codicia. Y la codicia ha generado tal nivel de descontento que los paros no paran.

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La muerte de la niña de Chiringo

Elianny Núñez, una niña de siete años, asistía al Centro Educativo Chiringo, en el Municipio de Villa Rivas. Según informa su familia, su padre acostumbraba acompañarla en el viaje de ida y vuelta al plantel. Según declara el director, él fue instruido por el sindicato para que despachara a mediodía, de suerte que los maestros tuvieran la oportunidad de ir a cobrar al banco. Los alumnos fueron despachados después del almuerzo. Y de regreso a su casa, en una curva, una ambulancia arrolló a Elianny y la niña murió.

Las circunstancias en que se produjo esa muerte, su invisibilidad y la reacción del MINERD y la ADP ilustran algunos de los problemas de la educación dominicana.

Vea usted, la escuela tiene dos tareas misionales. Desarrollar y transmitir conocimientos, habilidades, destrezas, actitudes, valores y creencias propensas al progreso humano. Y proteger a sus estudiantes de los riesgos de las calles y los hogares, durante las horas del día y los días del año oficialmente establecidos. Pero en la cultura educativa dominicana, el cumplimiento del horario y el calendario y la protección de los estudiantes es una cuestión esencial e innegociable en los centros privados a donde asisten los que pueden pagar, y una cuestión secundaria en la escuela pública.

Cuando las evaluaciones internacionales señalaron que los estudiantes dominicanos no estaban aprendiendo, funcionarios del Ministerio alegaron que eso se debía a que la escuela pública solo impartía la mitad de las horas de docencia establecidas en el currículo. Pero tan pronto el Presidente Medina anunció la jornada escolar de ocho horas, en vez de prestar atención a la enseñanza de los contenidos de lengua española, matemática, social y ciencias y artes establecidos en el currículo, y en los cuales los niveles de aprendizajes son vergonzosos, funcionarios del Ministerio decidieron dedicar el tiempo adicional a actividades extracurriculares a ser impartidas por talleristas. Cuando el Consejo Nacional de Educación finalmente legisló sobre el particular, ya la deformación había echado raíces.

En cierta medida, la asignación del 4% dio al Gobierno la fuerza moral para exigir los esfuerzos adicionales y los cambios de conducta que la educación pública necesita. Pero en lugar de establecer la protección y los aprendizajes de los estudiantes como el propósito de este gran esfuerzo, se optó por distribuir sin demandar nada a nadie.

Sin un propósito claro, difundido y defendido, lejos de estimular el trabajo duro, la disciplina, el compromiso y la solidaridad, el 4% ha estimulado la codicia. Y la codicia ha generado tal nivel de descontento que los paros no paran. Peor aún, la presencia de tantos niños y adolescentes uniformados en las calles, en horas en las que deberían estar en la escuela, habla de una jornada de día completo que en muchos lugares ha sido convertida en la vieja jornada de medio día. Con almuerzo. Y mil pretextos para despachar temprano.

Ahora bien, parte de las actividades de la sociedad y de las familias se organizan bajo la premisa de que niños y adolescentes estarán seguros en la escuela. Y que el horario y el calendario oficial serán respetados.

Cuando se producen paros o despacho fuera del horario oficial, sin avisar a las familias, con suficiente tiempo para que éstas puedan hacer los arreglos de lugar, se producen intervalos donde la falta de guía y supervisión somete los muchachos, particularmente a los más pobres, a riesgos que el respeto al horario y el calendario está llamado a mitigar. Y en esos intervalos pueden ocurrir muchas cosas. Como el maleamiento y apandillamiento de algunos muchachos. O la muerte de Elianny. Una niña igualita a “la hija y la nieta de nosotros”. Accidentada a una hora en que debió estar en clases. Porque el sindicato quería que los maestros fueran temprano al cajero. Y dio órdenes de despachar después del almuerzo. En una escuela pública donde el horario y el calendario no se respetan. Y no pasa nada. Pues con “los hijos y nietos de nosotros” protegidos en los centros privados, a ningún alto funcionario del Estado o del sindicato se le ocurre jugársela en defensa del derecho a la educación y la protección de “los hijos y nietos de los otros”.

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