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La poesía modernista dominicana de entre siglos (XIX y XX)

Con todo, nuestra poesía modernista fue muy escasa si se compara con la exuberancia hispanoamericana de aquellos años. La renovación del lenguaje, la variedad métrica y la acentuación del ritmo significaron una vuelta al barroco que no se patentizó entre nosotros.

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La poesía modernista dominicana                         de entre siglos (XIX y XX)
Max Henríquez Ureña

En su ya clásico ensayo, “Breve Historia del Modernismo” (México, FCE, 1962), Max Henríquez Ureña expresa: “Las dos últimas décadas del siglo XIX señalaron el advenimiento de una revolución literaria que abarcó en su órbita a todos los pueblos de habla española en el Nuevo Mundo y que, posteriormente, se extendió a España. El nombre que se aplicó a ese movimiento fue el de modernismo, que, a pesar de su muy discutible propiedad, ha subsistido en la historia literaria.”

Como se puede observar, aquí se establece un límite. Para Don Max esta corriente sólo cubre las dos últimas décadas del siglo XIX. Otros ensayistas opinan diferente y no existe un consenso claro al respecto. Pero se puede comprobar fácilmente que se prolongó hasta los años 20 del siglo pasado. De todo modo, valoramos el criterio del ilustre maestro por tratarse de una de las más altas autoridades en la materia.

En “Panorama Histórico de la Literatura Dominicana” (CPD, PT, RD 1965, p.386) el mismo autor insinúa que las primeras poesías modernistas escritas en Santo Domingo son: “Flores de otoño” (1901) de Pedro Henríquez Ureña; “Mi vaso verde” (1903) de Altagracia Saviñón y “Virgínea” (1907) de Valentín Giró. Estas publicaciones le sirven de base para declarar que el modernismo se inicia después de 1900 de manera tardía, tímida y efímera.

Sin embargo, un acucioso estudio de Manuel Mora Serrano (2018) revela que el primer poema modernista dominicano en verso es “Azul” (La Vega, 1896) de Bienvenido Salvador Nouel, reconocido bardo criollista, y que el segundo es “Juvenilia XXVIII o Cándido lirio” (1898) de Federico Henríquez y Carvajal. Con esos dos poemas y seis en prosa de Tulio M. Cestero (Pálida, Miosotis, Lied, Andaluza, 1894; Vernal, Utopía, 1896) se demuestra la influencia dariana antes de 1900.

En ese sentido veamos en síntesis lo que refiere Federico García Godoy: “Nadie desconoce su obra de innovación o remozamiento de formas métricas (...). “Cerca de treinta años, como quien nada dice, han pasado desde que leí más versos de Rubén Darío (...) en la Revista Científica de Santo Domingo”. (“Páginas Efímeras”, imprenta La Cuna de América ,1912, p.43). Esto indica que los escritores dominicanos hacía tiempo que estaban al día con la revolución del vate nicaragüense.

Con todo, nuestra poesía modernista fue muy escasa si se compara con la exuberancia hispanoamericana de aquellos años. La renovación del lenguaje, la variedad métrica y la acentuación del ritmo significaron una vuelta al barroco que no se patentizó entre nosotros. En la última década decimonónica no tuvimos poemarios acordes con esa tendencia, sino algunas piezas dispersas en revistas cuyas colecciones están incompletas. Por eso resulta bastante arriesgado enarbolar primicias.

Si Pedro y Max Henríquez Ureña excluyeron de sus enfoques a Federico Henríquez y Carvajal y a Bienvenido S. Nouel fue porque ni uno ni otro compartieron sus presupuestos estéticos con el movimiento, y fueron más afines con el romanticismo y el criollismo. No se trató de mezquindades o de menospreciar documentos disponibles. La llamada turba letrada trabajó con lo que pudo y chirrió contra la forma tosca de Moreno Jimenes labrar sus composiciones juveniles.

En fin, es probable que los poemas de Tulio M. Cestero publicados en Letras y Ciencias (1894-96), “Del amor” (1901), “El jardín de los sueños” (1904) y “Sangre de primavera” (1908), constituyan toda su obra poética. Ésta permanece totalmente olvidada y se le conoce más bien como novelista. Si agregamos “Azul”, “Juvenilia XXVIII”, “Flores de otoño”, “Mi vaso verde”, “Virgínea”, y obviamos los “alardes modernistas” de Osvaldo Bazíl; tendríamos que sostener, por más que busquemos, que el modernismo pasó sin pena ni gloria por el cielo estrellado del Parnaso Nacional.

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