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La política y la condición humana

¿Podrán ellos darse cuenta de que, si han abrazado como válido el discurso del contrario, sin ningún sonrojo evidente, es muy fácil aceptar aquella parte del contrario que es realmente el discurso nuestro?

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 La política y la condición humana

Hannah Arendt inicia su libro La condición humana relatando un hecho que en el presente no es nada especial, el lanzamiento de un satélite artificial: “En 1957 se lanzó al espacio un objeto fabricado por el hombre, y durante varias semanas circundó la Tierra, según las mismas leyes de gravitación que hacen girar y mantienen en movimiento a los cuerpos celestes: Sol, Luna, Estrellas”.

Lo que más le sorprendió fue que la reacción frente a ese hecho, que mostraba la capacidad de la ciencia y la tecnología, no fue de orgullo o de temor sino el sentimiento de un deseo cumplido: escapar de la prisión terrena, la alegría de sentirse liberados de tal prisión.

En el fondo el ser humano anhela cambiar las circunstancias de su entorno por una realidad construida para su beneficio y prosperidad. En este empeño es importante la postura que cada ser humano asume al tratar de entender y transformar la realidad que percibe.

La política, que es una herramienta de transformar la realidad, un medio para alcanzar fines, ha sido vista como redención o simplemente como articulación de intereses. Quienes abrazan la primera postura, le llaman idealistas; los que prefieren la segunda, realistas. Ninguno de los dos se equivoca en sus aproximaciones. Pero ambos quedan cortos, parcializados. La frustración de los idealistas es producida por excluir en sus análisis la comprensión objetiva de los realistas. La política se nutre de realidad, decía Juan Bosch.

Por su parte, el abuso de los realistas viene por excluir las posibilidades de cambio y transformación que son aspectos esenciales de un quehacer político transformador e importantes de la mentalidad idealista en su aproximación o comprensión de la realidad. Lo que falta es asumir parte del discurso contrario para complementar y hacer ambas posturas inclusivas y viables.

Realismo e idealismo no son opuestos, sino complementarios. El realismo nos indica qué hacer cada mañana, el idealismo nos recuerda el horizonte al que nos dirigimos cada día.

El realismo es entrar en contacto con la gente, con los hechos. Significa no mentirse ni vivir en un estado de autoengaño. Significa pensar, además de sentir; ser objetivo, además de subjetivo; ser racional, además de intuitivo.

Por su parte, un idealista es el que pone su corazón al servicio de una causa. Es aquel que cree que lo esencial puede ser alcanzado. Es el que no conoce la palabra imposible y siempre piensa en el bien de la humanidad. Para este, el conocimiento solo es útil cuando tiene una función social.

Estos conceptos y visiones nos dan luz sobre lo que ahora ocurre en el ámbito de la educación.

El Ministerio de Educación, que tiene el poder y suele ser el llamado a hacer la política como un medio de articulación de intereses, sin embargo, asume el discurso y levanta la antorcha de redimir la educación, de sacarla de su trance politiquero. Ello es de admiración y aplauso. Mientras el sindicato de profesores ADP, por otra parte, se olvida de la redención, de auspiciar el cambio, y asume el discurso y levanta la antorcha de la articulación de intereses. Esto es desconcertante, pero nada humano nos es ajeno. Ambos sectores han abrazado una postura que es sustentada por la parte menor de su percepción de la realidad, y que constituye el centro de la mentalidad opuesta.

¿Podrán ellos darse cuenta de que, si han abrazado como válido el discurso del contrario, sin ningún sonrojo evidente, es muy fácil aceptar aquella parte del contrario que es realmente el discurso nuestro? Porque lo que está en juego no es la postura con la cual vemos el mundo, sino la posibilidad de implementar una acción de la que resulte un mundo mejor para todos.

Al ministro Navarro y al presidente de la ADP señor Hidalgo, les comparto una expresión que siempre utilizo: “Un buen negociador no es el que se sale con la suya, sino con la nuestra.”

Nelson Espinal Báez, Associate MIT- Harvard Public Disputes Program, Universidad de Harvard.

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