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Tabaco
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La sublevación de los vegueros de La Habana

El cultivo del tabaco se había venido desarrollando en Cuba durante todo el siglo XVII. Su gran aceptación en los mercados europeos lo convirtieron, finalizando esa centuria y en las primeras décadas del siglo XVIII, en uno de los más lucrativos renglones exportables de la Isla. Al ser un producto de larga duración, poco peso y volumen, que además podía comercializarse por vías legales o de contrabando, los campesinos presionaron para que se les permitiera cultivarlo también en los predios más cercanos a La Habana, donde hasta entonces se había priorizado a los cultivos de subsistencia.

Desde los alejados territorios de Bejucal y Santiago de Las Vegas, hasta los inmediatos de Guanabacoa y Jesús del Monte, muchos terrenos se poblaron de la aromática hoja constituyéndose en sostén y fuente de crecimiento económico de numerosas familias.

Como parte de las reformas encaminadas por Felipe V, éste promulga, el 11 de abril de 1717, el Real Decreto estableciendo el estanco del tabaco en Cuba. Creada la Factoría como institución monopólica encargada de la compra y comercialización del tabaco en la Isla, así como del establecimiento de precios, cantidades y otros requisitos. Se prohibió todo comercio que no fuera con ésta, y comenzó la regulación a los vegueros para que trajesen sus productos a los compradores designados.

La aplicación de la medida provocó malestar entre los productores, pero la arbitrariedad con que de inmediato la empeoraron los funcionarios encargados, obligando a vender a precios inferiores a los establecidos, conllevó a sucesivas denuncias y protestas. El 21 de agosto de 1717, un aproximado de quinientos vegueros de diferentes lugares extramuros de La Habana, se reunieron en la loma de Jesús del Monte. Armados de machetes marcharon hacia la capital, cerraron sus caminos, y entraron enarbolando la consigna de “¡Viva Felipe V, muera el mal gobierno! ¡Que nos gobierne el cabo subalterno!” Las tropas que protegían la ciudad fueron obligadas a permanecer en sus cuarteles, y los sublevados impidieron que se les suministrara comida y otros auxilios.

La incapacidad del Capitán General Vicente Rojas para controlar esta situación, trajo como consecuencia su dimisión y el traspaso del mando al Segundo Cabo. Los funcionarios de la Factoría embarcaron junto al destituido representante de España, y los vegueros volvieron tranquilos a sus predios al haber impedido, por el momento, la aplicación del estanco, y con la promesa de que se discutiría con el rey la abolición del Decreto que lo establecía. Era la primera vez, en más de dos siglos, que una revuelta popular obligaba a salir del país a un gobernador. La monarquía respondió a este hecho enviando como nuevo Capitán General a Don Gregorio Guaso Calderón, un hombre de reconocida dureza en los manejos de situaciones similares, acompañado de mil soldados. Con esta manifestación de fuerza se restablecieron las medidas del estanco.

En 1720, los agentes de la Factoría no compraron todo el tabaco cosechado por los vegueros, y se corrió la voz de que había sido deliberadamente, buscando obligar más tarde a su venta forzosa ante el peligro de merma de la calidad de la hoja. De esta forma comprarían la producción por debajo del precio indicado, alegando la presunta mala calidad, para luego registrar dicha compra a los precios normales, con lo cual obtendrían una suculenta ganancia para sus propios bolsillos. Enterados los vegueros, decidieron reeditar los episodios que tres años antes les habían devuelto sus derechos. En número aproximado a mil productores se dieron cita en las elevaciones de Jesús del Monte, dispuestos a tomar la ciudad como habían hecho en 1717. Ante la respuesta militar del gobernador, mandando sitiar la zona del conflicto, los sublevados se ponen bajo la protección de la iglesia cercana, lo cual obligó al obispo Gerónimo Valdés a amenazar al Capitán General con la excomunión si sus tropas violaban el carácter sagrado del templo. Gracias a la mediación del obispo y del sacerdote originario de Santiago de los Caballeros, Pedro Agustín Morell de Santa Cruz —quien luego desempeñará un importantísimo papel en la historia de Cuba, siendo reconocido como el padre de la historiografía en la Isla— se evitó un derramamiento de sangre. Estos ilustres mediadores garantizaron que se permitiría la venta libre del producto no adquirido por la Factoría, así como una compensación por las pérdidas en el valor del producto consistente en que los dueños de las tierras no cobrarían a los vegueros la renta anual.

En los años posteriores surgieron nuevos conflictos derivados del estanco. Entre ellos el sistema de pago por vales en lugar de dinero, lo cual trajo grandes pérdidas y sinsabores para los vegueros, quienes, decididos a vender su tabaco en dinero efectivo y según la tarifa oficial, acordaron no ofertar el producto hasta que su falta obligara a subir el precio a un nivel justo. Este acuerdo fue violado por algunos productores, lo que provocó que en represalia los sublevados les destruyeran sus cosechas y amenazaran con tomar la ciudad y destruir los almacenes de la Factoría. Más de novecientos vegueros armados de machetes volvieron a reunirse con este objetivo. Enterado el Capitán General, envió una tropa de doscientos soldados a frenar a los insurrectos. Emboscados en el camino por el que debían pasar los sublevados, los soldados hicieron fuego a discreción sembrando el camino de muertos y heridos. Once fueron hechos prisioneros, juzgados, condenados y fusilados al amanecer del 23 de febrero de 1723. Los cadáveres fueron colgados en los caminos que conducían a los principales vegueríos de La Habana, como escarmiento ante futuras rebeliones.

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