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Guerra Fría
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La tarifa óptima y el probable resurgimiento de una guerra fría

«América [Estados Unidos] ha comenzado a ver a China como un rival estratégico – un malévolo actor y un rompedor de reglas. La administración de Trump la acusa de interferir en la cultura y la política de América, de robar propiedad intelectual y de un injusto intercambio comercial, y de buscar liderazgo no solo en Asia, sino también dominio global. Condena el récord doméstico de China sobre derechos humanos y su agresiva expansión en el exterior». The Economist, octubre 18, 2018

De acuerdo con la teoría de la tarifa óptima, un país suficientemente grande puede imponer una tarifa arancelaria que mejore el bienestar de la economía doméstica. El razonamiento es que la tarifa o arancel provoca un cambio en los precios relativos que reduce la demanda de los bienes importados e incrementa la demanda de los bienes producidos localmente. Ceteris paribus –como presumen los economistas– el país que impone la tarifa mejora su posición de bienestar a expensas del resto del mundo, ya sea un país o un grupo de países.

En este orden, la tarifa óptima se define como aquella que maximiza el bienestar de un país; por lo que una tarifa diferente generaría un bienestar inferior al que se lograría con libre comercio. Pero en la práctica algunos obstáculos hacen casi insalvable la aplicación de una tarifa óptima. Uno de esos obstáculos tiene que ver con la determinación o cálculo de dicha tarifa. Nadie dispone de toda la información requerida para hacer ese cálculo con precisión. Y normalmente la tarifa aplicada es el resultado final de una lucha grupal de intereses. Por eso, la estructura tarifaria se define mayormente en el terreno de la economía política.

El mayor problema, sin embargo, no es la determinación de la tarifa óptima; no, el mayor problema es que el país afectado –igual de grande– tome una postura de retaliación y responda con su propia tarifa óptima. Este juego de ‘toma y daca’ – tit for tat – es lo que lleva a una guerra comercial de suma cero en el mejor de los casos, tal como se está observando en las tácticas comerciales con las que China y Estados Unidos se están agrediendo mutuamente. Y la intensidad de este enfrentamiento puede estar indicando que la guerra comercial podría conducir a una nueva guerra fría, con matices diferentes.

Yuwa Hedrick-Wong, de la revista Forbes, argumenta que la disputa entre China y Estados Unidos va más allá del déficit comercial. «Es una lucha cabeza contra cabeza entre una superpotencia dominante y un retador en ascenso, alimentada por una profunda convicción entre el equipo de política económica de la Casa Blanca de que el problema con China no es solo el déficit comercial, sino la misma estructura económica de China, la cual pone en desventaja a los extranjeros no únicamente en el comercio, sino también en la inversión y en la operación en China, y distorsiona la competencia de los negocios en favor de las compañías chinas». Esta ‘profunda convicción’ parece reflejarse en la actitud que la administración de Trump ha asumido con otros socios comerciales –Canadá, Unión Europea, México–, con los que ha utilizado similar táctica comercial pero no los ha acusado de tener una ‘estructura económica’ similar a la de China. En este sentido, se debe tener presente que el slogan de la campaña de Trump –Make America great again–, y que repite continuamente como presidente, es una alusión, bastante directa, a una época en la que Estados Unidos polarizaba el dominio global con la Unión Soviética.

Con el paso del tiempo se pudo comprobar que la Unión Soviética era un gigante con los pies de barro y que con los primeros vientos de libertad se desmoronó todo su imperio, incluyendo su desmembramiento en más de una docena de naciones. En el caso de China, la historia puede ser diferente. La economía rusa nunca tuvo la robustez que tiene hoy la economía china y el desafío inmediato para Estados Unidos era político, no económico; aunque debe reconocerse que hay nexo entre ambos.

En la actualidad, la economía china tiene un tamaño similar –en algunas mediciones, superior– a la de Estados Unidos, con el agravante de que China puede competir exitosamente contra Estados Unidos en terceros mercados. De manera que si USA quiere mantener su liderazgo global o ‘ser grande otra vez’ tiene que resolver el tema chino. Y esto es lo que hace aún más peligroso el enfrentamiento entre estas dos superpotencias, dado que la guerra comercial puede dar paso a la guerra política, o a la guerra fría, e incluso militar.

Si esto parece exagerado es oportuno traer a colación lo que la profesora Caitlan Talmadge, de Georgetown University, ha planteado en la prestigiosa revista Foreign Affairs en su edición correspondiente a noviembre/diciembre de este año. «Una guerra entre los dos países [China y Estados Unidos] continúa siendo improbable, pero la perspectiva de una confrontación militar –resultante, por ejemplo, de una campaña china contra Taiwán– no parece tan improbable como una vez lo fue».

Y quizás por eso, la administración de Trump ha estado especialmente sensible ante el establecimiento de relaciones diplomáticas con China, por parte de países que como el nuestro han sido, tradicionalmente, aliados de Estados Unidos. Esto es de particular importancia para la República Dominicana, en el contexto de ponderar con detenimiento los pasos que se están dando en la profundización de su incipiente relación con China – independientemente, del ejercicio soberano en materia de política exterior. En fin, todo lo que gira alrededor de Taiwán es de enorme importancia estratégica para los Estados Unidos. Después de todo, como país pequeño no quisiéramos quedar atrapados en el lado equivocado en una confrontación entre esos dos gigantes.

Pedrosilver31@gmail.com

@pedrosilver31

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