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La Unión Europea muestra signos involutivos

Hay muchos temas en la Europa actual, heredera de grandes tradiciones, de los cuales cualquier ciudadano del mundo debiera andar preocupado o, por lo menos, meditando sobre sus consecuencias.

Allá, en la moderna tradición democrática alemana que se desarrolló a partir del liderato noble de un Konrad Adenauer y su Wirtschaftswunder (milagro económico) , o a partir de la acción concertada de los padres de la Unión Europea, Alcide de Gasperi, Robert Schuman, Jean Monnet y Paul-Henri Spaak, se cristalizó el sueño virtuoso y anhelos de unión post bélica de las naciones que salieron muy lastimadas de la segunda guerra mundial.

Comenzó todo afincándose en la unión virtual de dos grandes negocios: el carbón y el acero (Comunidad Europea del Carbón y del Acero –CECA-) y luego devino en otras uniones de índole política, aduanera y de defensa militar mutua –OTAN- dando lugar a lo que hoy conocemos como la Unión Europea cuya tradición cristiana sirvió de aglutinante subliminal.

Es lógico suponer que tantas tradiciones, idiomas y sistemas políticos diferentes debían enriquecer esa nueva dimensión geopolítica y ciertamente así fue, manteniendo cada una de esas naciones sus distintivas características culturales que resultaban de sus propias historias.

Estos gigantes visionarios tenían un denominador común: un acendrado espíritu cristiano con vida personal de carácter modesto, casi monacal, facilitándose así el lenguaje común que se requería para esta gran empresa con la cual se perseguía reconducir los nacionalismos exacerbados y los métodos de hacer política opacos y criticables que impedían las deseables aproximaciones, llegando casi todos a bañar con ese espíritu modesto el basamento de su acción.

En ese gran barco cabían todos, incluyendo a Charles de Gaulle y su decantada “grandeur de la France”, toda una teoría nacionalista que le sirvió de base a su Quinta República.

Robert Schuman, en su único libro publicado, “Pour l’Europe”, llego a escribir páginas que recogen esas convicciones comunes que les llevaron a trabajar en la misma senda bajo esos principios, pudiendo citar entre otros el siguiente párrafo:

... “La democracia debe su existencia al cristianismo. Nació el día en que el hombre fue llamado a realizar en la vida de todos los días la dignidad de la persona en su libertad individual, en el respeto de los derechos de cada uno y en la práctica del amor fraternal para con todos. Nunca, antes de Cristo, se habían formulado semejantes conceptos.

Estamos hoy viendo algún resquebrajamiento en esa Unión y al origen de esas grietas se encuentra el relajamiento de esos principios. La inmigración masiva viene a ser el combustible que ha inflamado los chauvinismos y la prostitución de esos sencillos y sanos basamentos.

El gran evento reciente que convulsiona su estabilidad vino a ser el denominado Brexit mediante el cual el Reino Unido se separa de la Unión en un proceso que todavía no acaba de configurarse y mucho menos se adivinan las consecuencias a largo plazo.

Por Italia aparece ahora un extraño y mediocre personaje autoritario que cerró de golpe hace unos meses la inmigración desde Africa y se aleja de los lineamientos financieros de la Unión, Matteo Salvini, quien hoy es Ministro de Interior, heredero de la Lega Nord que campeaba a principios de esta década en el norte, dirigida por Umberto Bossi, un personaje de vodevil; por Francia tenemos a la Marine Le Pen, harto conocida por sus pronunciamientos ultranacionalistas apoyada en su Frente Nacional; igualmente, en Holanda tenemos un Geert Wilders con Partido por la Libertad, del mismo corte político de los anteriores, nacionalista y populista a ultranza; por Austria tenemos un Sebastian Kurz, que desde su posición de Canciller y presidente del Partido Popular Austríaco anti islámico ya ha cerrado en un año siete mezquitas y según sus palabras, es solo el comienzo, orientando su línea política por un acendrado nacionalismo. Hay otros más pero con citar a estos ya se puede comprender el alcance de esas grietas.

Como que ello no fuese suficiente, los cambios políticos en Alemania indican que en el futuro inmediato habrá poca estabilidad política, verificándose una deriva hacia lamentables tonos ultranacionalistas y, simultáneamente, en el amplio horizonte europeo despuntan algunos grises y tragicómicos personajes, payasos con ínfulas de políticos cual es el caso del catalán, huido en Bélgica, Carles Puigdemont y su republiquita catalana, caricatura de sus ambiciones mesiánicas por querer re crear, como un castillo en el aire, una nación que nunca existió y que debe su identidad regional a una coyuntura histórica como condado del reino de Aragón, hace ya siglos y de ahí el mote de “Ciudad Condal” que se le atribuye a Barcelona.

Puro espíritu de división revoltosa sin finalidad práctica alguna y nada más: un estropicio. Todo ello es lamentable pues la región de Cataluña es una cantera de gentes de buena voluntad, trabajadores, de gran cultura, y que se han destacado en las ciencias y en los deportes, siendo su actual flanco débil la política chauvinista propugnada sin embozos en cortos y pobres horizontes, ensalzada con un aderezo anacrónico: el anti franquismo, cultivado y fomentado por cabezas enfermizas, como que no hubiesen transcurrido más de cincuenta años de aquellos tiempos aciagos. Cataluña no se merece estos despropósitos que han hecho que la industria y los negocios emigren a otras regiones de España para evitar el descalabro de sus patrimonios.

Hay otras ansias independentistas dentro de la España moderna que conocemos que para su vigencia están impulsando, junto a una miríada de agrupaciones de izquierda trasnochadas, al Partido Socialista Obrero Español que está en el poder por una coyuntura de carambola fruto de una moción de censura que logró unir una frágil mayoría parlamentaria que desplazó al Partido Popular que dirigía ese País en razón de los votos populares mayoritarios. Sus primeras acciones de gobierno están plagadas de incoherencias, errores y de maniobras políticas que estimulan el odio entre la “izquierda” y la “ultraderecha”, como define su presidente, Pedro Sánchez, a los partidos que no son de su orientación.

Remenear las miasmas resultantes de los mismos odios pugnaces y contraposiciones dialécticas que dieron origen a la guerra civil española parece ser un gran dislate de consecuencias imprevisibles; parecería que no estuviesen satisfechos con aquella gran tragedia humana y quisiesen re evocar los traumas de la confrontación de la ultraizquierda con el franquismo que, lamentablemente, hubo de escenificarse en tiempos remotos totalmente diferentes a los aires actuales.

Parece que el modelo de gobierno plural que auspiciaron los padres de la Unión ha sido desgastado por ambiciones de advenedizos sin escrúpulos, curiosamente nacidos al amparo de la democracia, cargados de ignorancia y egos inflamados que se hacen pasar por estadistas. Los últimos eventos están a indicar que el panorama se está desestabilizando en toda Europa. Mala cosa para el futuro de millones de personas, dentro y fuera de Europa.

Desearía volver a ver en Europa el constructivo entusiasmo de los años sesenta del siglo pasado, consecuencia y reacción natural a los cataclismos de la absurda confrontación ideológica de las décadas anteriores que se tradujeron en horrorosas confrontaciones bélicas por todo el viejo continente.

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