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Las pequeñas cosas (y 2)

Las grandes empresas suelen conseguirlo de manera sutil al condicionar los gustos del consumidor por medio de la publicidad, pero llevarlo a cabo negando al consumidor la posibilidad de adquirir el producto que desea y derivar su demanda hacia lo que a ellos les conviene parece excesivo y abusivo.

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Las pequeñas cosas (y 2)

Este pasado viernes salí en la mañana hacia el Cibao. A la altura de Sabana del Puerto sentí un desequilibrio en el desplazamiento del vehículo. Bajé la velocidad. Avisté una estación de combustibles recién estrenada. Entré. Paré. Bajé. Revisé las gomas. Observé que una de ellas, la izquierda trasera, lucía desinflada. Pregunté si tenían gomero. Contestaron que no. Indagué si tenían aire para llenar la goma. La repuesta fue negativa.

¿Es tolerable que las estaciones de combustible se permitan no tener disponibles servicios públicos fundamentales para los conductores como es el de un sistema de aire a presión en condiciones óptimas, cuando estos establecimientos lucen abarrotados de toda clase de artículos propios de centros comerciales? ¿Son supermercados, bares, restaurantes o centros de servicios a los conductores? ¿Debería alguna autoridad velar porque estos servicios esenciales estén presentes en las gasolineras como parte del paquete que las hace tan rentables?

Asegurarse de que estas pequeñas cosas funcionen bien es lo que puede hacer grande a la nación.

Preocupado e inseguro continué el viaje. A los pocos kilómetros alcancé a ver una estación cercana al cruce de la carretera que lleva a San Francisco de Macorís. Entré. Paré. Por fortuna, allí había aire y gomero. Sentí un gran alivio. No tenían pinta de expertos, pero no había opción alguna mejor que esa. Los actuantes de gomeros desmontaron la goma. La metieron en una pileta de agua. Identificaron el escape. Introdujeron un estileste por el hueco con un taco de cuero enganchado a la punta. El taco quedó incrustado dentro de la goma, pero seguía botando aire. Trajeron otro taco, lo pusieron. Dieron por concluido el trabajo.

Resuelto el problema continué el viaje hacia un campo situado entre Macorís y La Vega. Estuve allí varias horas. Luego me dirigí hacia Santiago y en el camino el indicador dio la alerta de que una goma estaba perdiendo aire. Mi dicha había durado poco. Paré en una gasolinera cercana. Era la misma goma. Estaba menguada. La llené de aire y seguí mi ruta.

Al llegar a Santiago pregunté por sitios de reparación de gomas. Me indicaron un lugar situado en la calle Rafael Vidal. Me dirigí allí. Desmontaron la goma y dictaminaron que los tacos habían sido puestos incorrectamente y procedieron a colocar un parcho por dentro de la goma. Esa noche del viernes pude dormir tranquilo, confiado.

Al día siguiente, sábado, fui a Moca. Pasado el mediodía salí de la reunión que tenía y tomé el camino de regreso a Santiago. Al pasar por Santa Rosa el indicador volvió a emitir la alerta de pérdida de aire en los neumáticos. Cerca había una estación. Llené de aire al mismo terco neumático. Llegué a Santiago, y luego de efectuar algunas diligencias, a eso de las 6.00 p.m., me propuse reparar la goma pinchada. Pregunté. Me indicaron un lugar. Lo encontré. Desmontaron la goma y me mostraron que el parcho que le habían puesto al neumático el día anterior lo insertaron en el sitio que no correspondía. El escape estaba cerca, en el lateral de la goma.

Me quedé meditando: si esto ocurre con una simple goma pinchada ¿acaso parte de la población está perdiendo el apego a hacer las cosas bien hechas? ¿Hasta qué punto se ha deteriorado la ética de trabajo a consecuencia del “dao”, la corrupción y los malos ejemplos? ¿Cuánta dedicación y esfuerzo hará falta para resolver las pequeñas cosas que conforman la grandeza de una nación?

Cansado por la desdicha, pero feliz porque se cumpliera aquello de que a la tercera va la vencida, paré en un establecimiento de comidas. Pedí una cerveza. No fue una sorpresa enterarme de que allí solo expendían las marcas que imponen las empresas comercializadoras de acuerdo con su estrategia global. Hastiado me levanté y me fui. Deseché la comida y la cerveza.

Decepcionado me quedé rezongando: no es pequeña c osa que otros impongan al cliente lo que deba consumir. Las grandes empresas suelen conseguirlo de manera sutil al condicionar los gustos del consumidor por medio de la publicidad, pero llevarlo a cabo negando al consumidor la posibilidad de adquirir el producto que desea y derivar su demanda hacia lo que a ellos les conviene parece excesivo y abusivo.

Profundizar la ética de trabajo y fomentar el respeto a los derechos de los ciudadanos forma parte de las pequeñas cosas que pueden hacer grande a este país. Hay un fuerte rezago. Esa brecha abierta tiene que empezar a cerrarse.

TEMAS -

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.