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Las reformas y el crecimiento económico

En la práctica, tales propuestas sirvieron de inspiración a un gran número de diseñadores de políticas económicas alrededor del mundo, en contextos muy disímiles y con resultados muy variados.

«Cuando nuevas reformas son anunciadas con mucha fanfarria como las del Consenso de Washington, hay presión para evaluar dichas reformas tan rápido como sea posible. Esto puede llevar, lo que este ensayo documenta, a un pesimismo prematuro acerca de la reforma antes de que el proceso de reforma esté aun completo y antes de que el crecimiento posterior a la reforma esté disponible. Resultados posteriores pudieran mostrar que este pesimismo es equivocado, pero llegado a este punto hay mucho menos interés en evaluar las reformas. Esto pudiera explicar por qué es tan difícil hacer las reformas y porqué las correcciones a resultados de políticas extremadamente malas son retrasadas». William Easterly, In search of reforms for growth, NBER, septiembre 2019

En sentido general, el Consenso de Washington ofreció un recetario de reformas para enfrentar un período económico caracterizado por estancamiento o caída del producto interno bruto de las economías subdesarrolladas, juntamente con altas tasas de inflación, relacionadas con altos niveles de indisciplina monetaria y fiscal, que se tradujeron en una crisis de la deuda en la región latinoamericana. Básicamente, esos fueron los años 80 y parte de los 90 para nuestra región. Y como el lector ya se lo puede imaginar, nos referimos a la ‘década perdida’.

Desde el punto de vista teórico, es difícil no estar de acuerdo con la mayoría de las propuestas que se incluyeron en el mencionado Consenso. Entre ellas, la disciplina presupuestaria de los gobiernos, la reorientación del gasto gubernamental hacia las áreas de la educación y la salud, reforma fiscal caracterizada por ampliación de las bases impositivas con impuestos moderados, tipo de cambio competitivo, apertura a las inversiones extranjeras y seguridad de los derechos de propiedad. Otras reformas –de un carácter mucho más controversial– incluían la desregulación financiera y de los mercados, el comercio libre entre las naciones y la privatización de las empresas públicas.

En la práctica, tales propuestas sirvieron de inspiración a un gran número de diseñadores de políticas económicas alrededor del mundo, en contextos muy disímiles y con resultados muy variados. En una reciente publicación hecha por Easterly – documento citado más arriba – reconoce que en las primeras evaluaciones del Consenso de Washington las críticas tenían fundamentos apropiados para considerar que dicho Consenso no logró los propósitos que originalmente se les atribuyeron. Él mismo – considerado por algunos como el mejor economista del desarrollo – estuvo de acuerdo con tales críticas. Al final de la década de los 90 no se veían en América Latina avances significativos en la lucha contra la pobreza y el ingreso per cápita se mantenía prácticamente estancado. En otras palabras, los datos disponibles parecían confirmar las críticas que se hacían contra el Consenso de Washington en los inicios del presente siglo.

Sin embargo, cuando se incluyen nuevos datos que extienden la serie hasta el 2015, de acuerdo con Easterly surgen nuevos hechos estilizados que configuran una imagen menos pesimista del Consenso de Washington. Son tres los nuevos hechos estilizados que destaca el citado economista. Primero, después de los finales de los 90 ha habido un notable progreso en los resultados de las reformas. Y considera que este es el principal aporte de su ensayo. Segundo, existe una fuerte correlación en los resultados de las políticas y los resultados del crecimiento económico. Y tercero, en este nuevo milenio se ha recuperado el crecimiento en África y América Latina, lo que mayormente es explicado por las políticas aplicadas. «Aun si el movimiento de reforma estaba muy lejos de ser un completo giro hacia ‘políticas de libre mercado’, al menos parece que ha logrado la eliminación de las más extremas políticas que distorsionaban a los mercados», enfatiza Easterly.

Durante la década de los 90 se realizaron, en el caso dominicano, importantes reformas económicas e institucionales –de probable vinculación con el Consenso de Washington– que tuvieron un impacto muy positivo en el desempeño de la economía, superando, de esa forma, una década previa que estuvo plagada de graves crisis económicas. Desde el 1992 hasta el año 2000, la economía dominicana creció a una tasa promedio cercana al 7%. Es destacable que este alto crecimiento ocurrió mientras los niveles de endeudamiento público se reducían en unos US$ 300 millones durante ese mismo período.

Este desempeño contrasta notoriamente con lo que ha ocurrido a lo largo del presente siglo. Si bien es cierto que en los últimos catorce años se ha verificado un período de crecimiento similar al de los 90, también es cierto que dicho crecimiento ha estado acompañado de altos niveles de endeudamiento público, tal como lo evidencian los casi US$ 30 mil millones que se han agregado a la deuda del sector público no financiero desde el 2005.

De la comparación de estos dos períodos – 1992-2000 y 2005-2019 – se pueden destacar varias lecciones. Entre ellas, durante el primer período era mucho más difícil para el gobierno lograr endeudarse, dada la correlación de fuerzas en el Congreso Nacional; mientras que en el segundo período el congreso ha actuado como una extensión del Poder Ejecutivo. La comparación muestra, además, que no es imprescindible el endeudamiento masivo para lograr las metas de crecimiento económico. Y es, precisamente, esta última lección la que nos lleva a considerar la disyuntiva que frecuentemente enfrentan los gobiernos: crecer con endeudamiento o crecer con reformas. No es necesario recalcar que –también frecuentemente– los gobiernos optan por la opción del endeudamiento, pues en el corto plazo representa el menor costo político, como ha sido el caso del gobierno dominicano...

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