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Lo de Danilo es una resaca

Lo que sí creo es que en este sofisma del expresidente yace el dolor por la presunta ingratitud de la sociedad que decidió ponerle fin a sus gobiernos.

En San Cristóbal, el presidente del PLD, Danilo Medina, proclamó que su partido, dado por muerto, estaba de parranda. Una semana después, en La Vega, dijo que la razón por la que el PLD perdió las pasadas elecciones fue porque la gente se cansó de la prosperidad. Las reacciones a este último desatino todavía abruman. No obstante, me ocupo en rumiar el tema solo por una razón inadvertida: creo que Medina, un porfiado mitómano, se decidió por la verdad. Eso, aunque tardío, es meritorio. Sospecho que tal resolución resulta de la introspección depresiva que provoca la soledad.

Admitir la parranda como comportamiento político es un acto responsable. Esa afirmación fue corroborada por la alucinada confesión en La Vega. Las dos declaraciones forman parte de una misma unidad discursiva y responden al cuadro de una típica resaca.

Y es que la resaca no solo provoca dolor de cabeza, sequedad en la boca, náuseas o irritabilidad; también altera el estado emocional causando sensaciones confusas de culpa y ansiedad (hangxiety). El alcohol es un depresor del sistema nervioso y en personas rígidas, retraídas y tímidas —como el expresidente— el efecto emocional es trastornador. Y se nota: a pesar de su desafiante discurso, Medina luce ajado, oscurecido y con una cara patéticamente depresiva. Obvio, se trata de una angustiante resaca moral.

El discurso verbal desmiente al corporal. El desencuentro expresivo es grosero. Con mirada ausente, el líder opositor hace arrojos para darle vehemencia al discurso, sin lograrlo, porque la sombra de la culpa lo afrenta severamente.

Danilo es un hombre devastado y su semblante no miente. Pero sus declaraciones son veraces: la parranda es una condición impecablemente descriptiva de lo que ellos (y no nosotros) vivieron. Fue un festejo promiscuo de dispendio, excesos e incontinencia. El festín dominó la prudencia, la razón ética y estandarizó el tigueraje.

Medina fue personal y políticamente licencioso. El poder lo enajenó. Consintió la corrupción hasta de su familia; gente que usó su nombre para deshacer y aprovecharse compulsivamente sin ser desmentida. Acumularon fortunas obscenas sin más mérito que el apellido ni mayor reparo que su apetito. De clase media saltaron a la burguesía anónima sin otra acreditación que el peso de los Medina Sánchez. Pero la anestesia fue tan penetrante que aún demora su efecto para que algunos cobren conciencia de que del poder solo les queda el dinero o quizás la soberbia para seguir blandiendo una honestidad de facha.

En los gobiernos del PLD se instaló un “sistema de perversión” que alcanzó las formas más diversas de descomposición: crearon regímenes autónomos de pensiones, mantuvieron pagos de caja B (nominillas), masificaron el testaferrato, viciaron las licitaciones públicas, especularon con las cuotas de importaciones, negociaron con los permisos, licencias y concesiones públicas, jugaron con las subcontrataciones, aumentaron a cifras impensadas las comisiones de reverso cobradas a contratistas, mantuvieron a exfuncionarios en nómina a través de asesorías eufemísticas, eludieron con múltiples prácticas los sistemas de contrataciones públicas; en fin, diseñaron métodos nunca ensayados para la defraudación pública, como los que conocerá el país en los próximos cuatro meses.

No sé qué llevó al expresidente Medina a relacionar la prosperidad social con la decisión de un cambio político. Lo lógico es suponer que en un estado de bonanza las tendencias sociales se hacen más conservadoras y la preferencia se orienta a mantener el statu quo por un sentido natural de seguridad o estabilidad. No al revés. Por más teorías exploradas no he dado con una opinión o estudio sociológico que se acerque o calce la conclusión del expresidente.

Sabemos que Medina no es un hombre de lecturas ni aficiones académicas. Es un político pragmático que logró curtir su discurso en las fraguas partidarias. De ahí que su empirismo le haya privado de referentes o soportes de otros niveles. Supongo que lo más parecido a lo que quiso decir o proponer fue que las sociedades regidas por Estados de bienestar, como los escandinavos, son más propensas al aburrimiento o tedio por la satisfacción de sus expectativas básicas, mostrando, en algunos casos, indiferencia a procesos políticos. Ese racionamiento se ha manejado en algunos estudios sociológicos de patrones culturales, pero de ahí a aplicarlo como razón de la derrota electoral de un partido en un país mayoritariamente pobre es absurdo. De manera que sigo sin razones a la conclusión del expresidente. Les dejo ese trabajo a los sociólogos que comprometieron su objetividad académica a favor de sus gobiernos. Tarea pendiente.

Lo que sí creo es que en este sofisma del expresidente yace el dolor por la presunta ingratitud de la sociedad que decidió ponerle fin a sus gobiernos. Este aparente resabio pone en perspectiva su desordenado cuadro interior. Parece que en la estructura psíquica del exgobernante no cabe la mínima reflexión autocrítica para aceptar que sus gobiernos fallaron; que su propia corrupción (y no la prosperidad de nadie) los desalojó del poder.

A Danilo Medina no le ha bastado que una buena parte de sus hermanos y cuñados guarden prisión ni que los reclamos sociales que lo confinaron al silencio durante su segunda gestión se hicieron para exigir las explicaciones que se guardó en los casos de Odebrecht y otros tantos.

Obvio, esta retórica bufona del líder del PLD no es más que un esfuerzo para forrar sus miedos. Es una atormentada aprensión que lo ha empujado a lanzar a “sus muchachos” a las calles para activar un prematuro proselitismo que ha movido la reacción de la Junta Central Electoral. Parece que el silencio y la soledad lo tienen en ascuas. No resiste la espera de lo que puede o no pasar. La ansiedad de la resaca moral lo enloquece. Debemos entender su situación y dejar pasar sus alucinaciones, esas que le hacen creer haber dejado a un país aburrido de prosperidad. A Medina le hacen falta unas vacaciones. Él sabrá dónde.

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Abogado, académico, ensayista, novelista y editor.