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Los campos de arroz y la navidad

Es en esa época de estío cuando el arrozal proyecta ondas de calor que reverberan en el espacio, como si estuvieran recorriendo un gran estanque.

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Los campos de arroz y la navidad

El arroz es alimento básico. De duro, durísimo labrar. En la época de preparación de la siembra estos campos evocan la imagen de tierra pesada, enlodada; sin sombra y uso desproporcionado de agua.

En esa etapa de preparación los arrozales proyectan sonidos de bueyes cansados, enfangados; de cadenas chirriantes, tractores, sembradoras, niveladoras ruidosas. Y sugieren la existencia de cadenas humanas en trabajo casi forzado por la brutalidad que comporta la labor.

Siempre he tenido la sensación de que producir ese cereal es como si hubiera que agredir con saña y alevosía el vientre sublime de la tierra, en ruego por la supervivencia; como si la energía humana se consumiera en el afán de sembrar y cosechar ese grano pequeño y renunciara a buscar la placidez de la naturaleza serena.

¡Cómo cambia la perspectiva de las cosas, según la estación del año y el humor de la gente!

Cuando el sol ataca en el verano, sus rayos directos y abrasivos pulen y enferman las pieles sensibles, arrugan el entrecejo, provocan gotas de sudor grueso, convierten en extenuante la faena al aire libre.

Es en esa época de estío cuando el arrozal proyecta ondas de calor que reverberan en el espacio, como si estuvieran recorriendo un gran estanque. El altísimo grado de intensidad solar lastima las retinas, al tiempo que trasvierte transfusiones de elixir de vida, ya que el sol es soplo de esencia divina al tiempo que amenaza de tinieblas eternas.

Es en esos meses de calor intenso cuando trepida el verde de los arrozales y surge con fuerza la enhiesta espiga, cuya concreción o cosecha permite saciar el hambre, colmar la avaricia, promover el empleo, avivar el consumo.

Nadie duda de los efectos económicos dinámicos de la producción de arroz, pero tampoco de los sociales, entre los que se encuentra la utilización en alto porcentaje de una mano de obra extranjera e irregular, ni de las graves consecuencias ecológicas que se derivan del inmenso desmonte que ha hecho posible la ocupación de tanta tierra hurtada a los humedales.

Pero, ¡qué bello es el verde intenso de los arrozales en su desarrollo pleno y el amarillo tenue de sus espigas, tendiendo a marrón, en la medida en que van secando!

En cambio, ahora, en la transición del otoño al invierno, los rayos se sienten suaves, acariciantes.

Con la navidad al girar de la puerta, la magia parece apoderarse de nuestras tierras, siembras y parajes. La brisa fresca tiende a convertir el estado psicológico de cada cual de malhumorado en apacible, de amenazante en dialogante; induce a cambiar el ceño ciudadano.

Así, yo, que nunca he tenido predilección por los trigales, salvo el que anunciaba el poeta Domínguez Charro poniendo su mente en el cuerpo hermoso de la mujer amada, cedo ante la belleza del arrozal en la estación otoñal o de invierno.

Ahí, en ese lapso de tiempo empieza el ciclo de siembra. Todo es tierno. Se observa el contraste entre la tierra en preparación y la nivelada. El semillero, expectante, irradia un verde insinuante. Y los campos recién sembrados lucen lozanos, mostrando sus crines de singular belleza en el ondular provocado por la brisa.

Es en esta época en que el arrozal ofrece sus mejores perspectivas. Confluye el colorido lujurioso de sus hojas ya formadas, con el reflejo del espejo que se observa en la superficie del agua, que da forma a un paisaje alucinante, formado por el juego caprichoso de la combinación de rayos solares, nubes y cultivos.

Bien es cierto que el cultivo pudiera desaparecer un día, y aunque muchos crean lo contrario, no pasaría nada. Miento, pasaría mucho. Los campos abandonarían la monotonía del monocultivo, regresaría la sombra a la extensa llanura; los arroyos tendrían agua.

Y, ¿qué hacer con tanta gente que vive de esa actividad? Pues, reorganizar los cultivos. Sembrar lo que mejor se da en cada terruño. Producir con eficacia, en uso de tecnología apropiada. Diversificar. Exportar. Hay un futuro inmenso en espera del despertar.

Lo cierto es que no solo el trigal ni el arrozal son propicios a sugerir imágenes poéticas. Cada cual pudiera optar por quedarse, si así lo quisiera, con la evocación de la espiga florida y preñada de la mujer de ensueño, mecida en el arrozal, columpiada en el nidal. O con cualquier otra.

Lo importante ahora en que el solsticio de invierno se asoma, y se sienten en el cuerpo toques de ternura que ablandan el alma encallecida, es aferrarse a algo que ayude a sustentar los sueños que comienzan a enhebrarse, precisamente en este momento en que deseamos a todos ¡feliz navidad!

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