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Los políticos y la literatura

Pero la diferencia entre lo que hace un gran escritor como Vargas Llosa y un historiador o un periodista consiste en que el primero no le debe fidelidad a la “verdad histórica”.

Cuando se publicó, en Santo Domingo La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa, en abril de 2000, Carlos Andrés Pérez, expresidente de Venezuela hacía poco se había asilado en República Dominicana, aprovechó el lanzamiento de la hoy famosa novela para ilustrar un episodio político de República Dominicana como un recurso político, sobre todo si la ficción le puede servir para los fines que se propone.

Sin embargo, la literatura y, en particular la ficción, se convierte en una navaja de doble filo para los políticos por la sencilla razón de que la ficción, por más verosímil que pueda parecer la obra, siempre pertenecerá al mundo de lo imaginario. Por lo general el género que más les sirve a los dirigentes políticos, cuando les conviene, es la llamada novela histórica. Y la obra de Vargas Llosa, a pesar de lo reciente de la muerte de Trujillo, podría entrar en la categoría de histórica.

La fiesta del chivo, para seguir con el ejemplo de Carlos Andrés Pérez, parece tan real y apegada a la historia de la muerte de Trujillo que nos parece estar leyendo un reportaje de uno de los grandes periodistas del New York Times o, más real aún, Trujillo, la muerte del dictador de Bernard Diederich. Pero la diferencia entre lo que hace un gran escritor como Vargas Llosa y un historiador o un periodista consiste en que el primero no le debe fidelidad a la “verdad histórica”. El historiador y el reportero tratan, con métodos diferentes naturalmente, de acercarse a la verdad, que es una.

En abril de 2000, cuando se puso a circular La fiesta del chivo hubo protestas por una serie de acontecimientos que aparecen en el relato que no tenían nada que ver con las diferentes historias que se tienen sobre la dictadura y la muerte del tirano. Vargas Llosa no tenía para qué defenderse de los ataques a su obra porque él no pretendía, ni ha pretendido nunca, hacer una obra fiel a la realidad dominicana de la Era de Trujillo. Se trata de una novela y toda novela es ficción.

En La fiesta del chivo nos parece estar leyendo una historia real porque los personajes tienen nombres que todos conocemos. Antonio de la Maza, Salvador Estrella Sadhalá, Amado García Guerrero, por ejemplo, participaron en el grupo de acción que puso fin a la vida y, unos meses después, a la dictadura de Trujillo. Sin embargo, no es cierto que en el régimen de Trujillo hubiera un alto funcionario que se llamara Henry Chirinos, como tampoco es cierto que Cerebrito Cabral le entregara su hija al “jefe”. Nada de esto es cierto en la realidad dominicana.

Ahora bien, el ingenio de la literatura permite crear un universo tan real como el que nos rodea. El novelista utiliza el mundo real para crear su universo imaginario. Utiliza lo que se llama efectos de lo real y crea la ficción. Una suerte de espejismo que busca engañar al lector y hacerle creer que todo cuanto se relata ha sucedido realmente.

Chirinos, personaje grotesco, alcohólico, pusilánime, cínico, se asemeja más a Enrique Chirinos, el político peruano, que a uno de los nuestros, pero no se puede descartar que en la dictadura de Trujillo hubiera uno o varios funcionarios con las características de este personaje ficticio. Igualmente se puede decir de Cerebrito Cabral, pues fueron muchos los funcionarios que entregaron sus hijas al “jefe”.

Son numerosos los episodios y personajes de la novela de Vargas Llosa en que pensamos que estamos leyendo un hecho real y resulta todo lo contrario. Pero sucede también que estamos leyendo un acontecimiento como ficticio y se trata paradójicamente de un hecho real. Esa es la buena novela histórica, la que logra que no se pueda discernir entre el hecho histórico y la ficción.

En la literatura dominicana tenemos otra novela que desde el siglo XIX ha venido ocupando el lugar de la verdadera historia: Enriquillo, leyenda histórica de Manuel de Jesús Galván. El universo que el ilustre escritor dominicano creó en torno al cacique taíno sigue siendo tomado todavía, con éxito, como la verdadera historia de Enriquillo, hasta su nombre indígena, una creación de Galván a partir del nombre de Guaroa es tomado como real.

Las obras de Alexandre Dumas son el mejor ejemplo del espejismo que puede crear la novela histórica. Hay quienes detestan, como Dumas quería que lo vieran, al Cardenal de Richelieu. Pero Los tres mosqueteros no es la historia de Francia. Todo eso es ficción y ningún político, a menos que quiera hacer valer una ironía o una burla, utilizaría nunca una novela como referencia histórica.

Cuando los periódicos dominicanos resaltaron que el expresidente venezolano Carlos Andrés Pérez consideraba “que el fenómeno de Trujillo no se ha examinado a fondo en el país”, razón por la cual La fiesta del chivo, del escritor peruano Mario Vargas Llosa, le pareció interesante. Resaltó el ambiente que se vivía en el país durante la tiranía y, sobre todo, que Joaquín Balaguer era en aquel entonces “el presidente de la República.”

Esa opinión de un político de su experiencia podría ser tomada como una ironía frente a la historia dominicana post dictadura y sobre todo si tomamos en cuenta la vigencia y actualidad de Trujillo con la fallida candidatura presidencial de un nieto del tirano.

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Diplomático. Escritor; ensayista. Academia Dominicana de la Lengua, de número. Premio Feria del Libro 2019.