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Los prejuicios en la economía

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Los prejuicios en la economía

«Hasta ahora hemos asumido que el cientista social realmente lucha por encontrar la verdad, y solo la verdad; pero el historicista señalará que la situación que hemos descrito pone de manifiesto las dificultades de nuestro supuesto. Porque las predilecciones y los intereses tienen tal influencia sobre el contenido científico de las teorías y las predicciones, que debe ser altamente dudoso si el sesgo puede ser determinado y evitado. [...] Debemos tener la expectativa de encontrar tantas tendencias en las ciencias sociales como pueden ser encontradas en la vida social, tanto puntos de vista como los intereses existentes». Karl Popper, The poverty of Historicism, 2007

Es probable que en las disciplinas sociales haya una mayor proclividad a encontrar prejuicios que distorsionan el proceso de descubrimiento de la verdad científica. Una verdad que como bien plantea Popper será siempre provisional. Pero no se debe pensar que los prejuicios no existen en el ámbito de las ciencias físicas. Por ejemplo, durante más de trece siglos predominó la “verdad científica” de que el sol giraba alrededor de la tierra -la teoría geocéntrica de Ptolomeo. No fue sino hasta el siglo XVI cuando Copérnico y su teoría heliocéntrica desmontó esa supuesta verdad, basada en un prejuicio religioso; de manera que sería innecesariamente exagerado creer que los prejuicios son exclusivos de quienes practican las disciplinas sociales.

Fue Keynes quien más elegantemente planteó el problema de los prejuicios en la economía, al considerar que “hombres pragmáticos, quienes se creen estar exentos de cualquier influencia intelectual, son usualmente los esclavos de algún economista muerto”. Y, ciertamente, el mismo Keynes es uno de los economistas muertos que más prejuicios ha generado en el ejercicio de la economía. En realidad, todos los grandes economistas tienden a despertar, dentro de sus seguidores, actitudes prejuiciadas hacia el abordaje de los distintos problemas que surgen de los procesos económicos. El único antídoto es una buena argumentación teórica, acompañada –cuando es posible- de la experiencia o de la historia.

Un caso típico de este tipo de argumentación fue el debate, a principios del siglo XX, sobre el funcionamiento eficiente de una economía centralmente planificada, que enfrentó a economistas como Von Mises y Hayek, por un lado, y a Oscar Lange y Abba Lerner, por el otro. Ese debate ocurrió justamente cuando la Unión Soviética estaba mostrando grandes avances en el proceso de industrialización al transferir masivamente recursos desde la agricultura hacia la industria. Ese éxito relativo fortaleció la idea de que una sociedad centralmente planificada podía hacer una asignación eficiente de los recursos, tal pensaba Oscar Lange, uno de los principales expertos en planificación de la época.

Sin embargo, tanto Mises como Hayek, consideraban que, si el mecanismo de precios en la economía fuera eliminado, la sociedad perdería el instrumento por excelencia para la correcta asignación de los recursos escasos. En otras palabras, planteaban la imposibilidad del cálculo en una economía centralmente planificada o socialista. En este sentido, la burocracia, independientemente de los instrumentos computacionales, matemáticos o econométricos disponibles, no podría sustituir el mecanismo de mercado basado en los precios relativos. Por tanto, una economía centralmente planificada estaba condenada al fracaso. ¿Estaban Mises y Hayek prejuiciados contra el socialismo? No parece ser el caso. Primero, porque sus argumentaciones resistían, desde el punto de vista teórico, un análisis de consistencia interna. Y segundo –quizás lo más importante-, la experiencia histórica les dio la razón. Ellos anticiparon el derrumbe del sistema socialista, tal como ocurrió unos 60 años con posterioridad al famoso debate.

En este contexto, ¿puede considerarse prejuiciada una actitud crítica hacia el populismo? Dado lo que ha ocurrido en América Latina con el populismo del siglo XXI –no hay necesidad de ir más lejos hacia atrás- se puede concluir que ha sido extraordinario el daño que las economías de nuestra región han sufrido como consecuencia de los gobiernos populistas. Eso no es tan difícil de ver, y solo un prejuicio ciego puede ignorar esa realidad tan lamentable como recurrente. En ocasiones ese populismo devastador es una forma disfrazada de querer implementar un régimen socialista con otro nombre; por ejemplo, República Bolivariana de Venezuela.

El populismo del siglo XXI tiene múltiples disfraces, y uno de ellos es el lenguaje grandilocuente para referirse a sus promesas o ejecutorias. “Revolución ciudadana”, “revolución cultural”, “revolución educativa”, son algunos de ellos. Y ahora llega López Obrador con la promesa de hacer una transformación en México “solo comparable con su independencia”. ¿Se necesita estar prejuiciado para anticipar que un gobierno populista podría hacerle un gran daño al futuro económico de México, o de cualquier otro país?

Como bien ha planteado Schumpeter, “es esencial para mi propósito enfatizar que en sí mismo el desempeño científico no nos requiere desnudarnos de nuestros juicios de valor o renunciar a la vocación de defender algún interés en particular. [...] el defensor de algún interés pudiera hacer un trabajo analítico honesto, y el motivo de demostrar un punto por el interés al que le debe alianza no prueba en sí mismo nada a favor o en contra de ese trabajo analítico”. De lo que Schumpeter nos advierte, en el fondo, es evitar la antigua tradición de matar al mensajero cuando el mensaje no era del agrado del receptor. Lo recomendable es descodificar el mensaje para evaluar su estructura lógica y su correspondencia empírica. Solo así se pudiera llegar a la conclusión sobre lo prejuiciado o no de una propuesta. Pero ese es un trabajo que a veces el cerebro no quiere o no puede hacer...

Pedrosilver31@gmail.com

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