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Corrupción
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Lula da Silva, el condenado

“En este país [Brasil], él fue un libro de cuentos en ascenso: Luiz Inácio Lula da Silva, el hijo de trabajadores campesinos, pasó de un niño limpiabotas y un jefe sindical a la presidencia de la nación más grande de Suramérica. (...) Pero el señor da Silva estuvo también implicado en un escándalo de corrupción durante su presidencia, en el que legisladores fueron condenados por recibir dinero en intercambio por votos. El señor da Silva negó cualquier conocimiento del esquema y no fue acusado.” The Wall Street Journal, julio 12, 2017

Muchos pensaron que Lula da Silva estaba por encima del bien y del mal, y que su figura era demasiado grande como para sentarlo en el banquillo de los acusados. Como presidente pudo escapar del peso de la ley, pero como ciudadano común y corriente se le ha hecho difícil hacer prevalecer su condición de predestinado. Tiene a su favor un gran carisma, que le permite hacer discursos de barricadas y convencer a sus seguidores de que es inocente y que volverá a la presidencia en 2018, lo cual, también, es posible. Para Lula y sus simpatizantes se trata de una persecución política -como de costumbre- orquestada por el imperialismo norteamericano en complicidad con la derecha brasileña. Si nos parece familiar esta argumentación es porque lo es. Solo falta agregar que a esta conjura se le unió el Juez Moro y su interés personal de destruir a Lula.

Pero, resulta que la investigación no fue iniciada por el Juez Moro; en cambio, un grupo de fiscales, encargados de investigar el esquema de corrupción que se montó en los gobiernos de Lula y Rousseff para defraudar a Petrobras, al profundizar las pesquisas llegaron al pez mayor. Esos resultados fueron entregados a Moro para que completara el proceso. Es oportuno destacar que ese mismo juez ha condenado a derechistas y a izquierdistas por igual. Es el mismo sistema de justicia que destituyó a Dilma Rousseff, está procesando a Lula y tiene al presidente Temer caminando en el filo de la navaja, a punto de perder la presidencia. Esto muestra, además, el grado de descomposición moral del sistema político de Brasil, nada diferente a lo que ocurre en el resto de Latinoamérica, como se ha probado con las ramificaciones del escándalo de Odebrecht.

Lula ha sido condenado a casi diez años de prisión por uno de los cinco casos de corrupción que se les siguen hasta el momento. El testigo principal ha sido el mismo que ha acusado a Temer de recibir sobornos. Si tiene credibilidad para servir de testigo contra Temer, por qué no tendría la misma credibilidad para testificar contra Lula. Este caso, sin embargo, podría palidecer ante la magnitud de otros casos que hay pendientes contra el ex presidente y líder sindical. Tal es el caso de corrupción de la empresa JBS que, en un santiamén -durante el gobierno de Lula-, se convirtió en la mayor empresa empacadora de carne del mundo, gracias a los generosos financiamientos que lograba con la mediación sobornada del gobierno brasileño. Esa empresa, que acusa a Lula y a Temer de recibir sobornos, llegó recientemente a un acuerdo con la justicia brasileña para pagar más de USD 3,000 millones -cifra muy superior a la pagada por Odebrecht- en forma de multas. Dicha firma admitió haber pagado casi USD 200 millones en sobornos a líderes políticos.

Como se puede apreciar, el esquema de Odebrecht no fue un caso aislado de los gobiernos de Lula y Rousseff. Era un modus operandi de esos gobiernos, como confirma el citado caso de la empresa JBS. En su conjunto, todos estos casos jugarán un rol decisivo en la valoración que, desde el punto de vista histórico, tendrá el legado de Lula da Silva. Hasta ahora, el desempeño social de su gobierno le ha dado espacio para mantener un nivel de aceptación entre los electores que lo sitúa como el principal candidato para las elecciones del año venidero. Todo dependerá de si la sentencia ya emitida -y las que podrían venir en los próximos meses- es confirmada por el tribunal de apelación.

Sin embargo, en la medida que pasa el tiempo y se analiza con mayor objetividad el desempeño económico de la gestión de Lula, es cada vez más claro que en su gobierno se sentaron las bases para la crisis que todavía padece la economía brasileña. De acuerdo con The Economist, para el 2013 las empresas en Brasil enfrentaban «el código tributario más gravoso del mundo, los impuestos a la nómina agregan 58% a los salarios y el gobierno ha logrado poner las prioridades del gasto patas arriba.” Asimismo, planteaba dicha revista, que el gobierno brasileño apenas gastaba en infraestructura 1.5% del PIB, muy por debajo del 3.8% del promedio mundial.

Como hemos destacado en otras ocasiones, las políticas de Lula y Dilma llevaron a la presión tributaria por encima del 35%, sin que pudieran evitar que los niveles de endeudamiento sobrepasaran el 70% del PIB -una interesante lección para nuestro país. Pero, Lula tuvo la suerte -junto a Chávez, Correa y Kirchner- de que su gobierno coincidió con el boom del precio de las materias primas y del petróleo que permitieron ejecutar un amplio programa de política social que luego fue difícil o imposible de sostener cuando llegó la esperada crisis. Los pobres que salieron de la pobreza, y que ahora retornan a ella, solo entienden que en los tiempos de Lula estaban mejor.

A medida que pasa el tiempo, no obstante, la figura de Lula se va desdibujando, crecientemente deteriorada por la corrupción que patrocinó desde el poder y los efectos posteriores de sus políticas de populismo económico... Sus socios latinoamericanos deben pensarlo mejor.

@pedrosilver31

Pedrosilver31@gmail.com

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