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Populismo
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Lula y el populismo latinoamericano

«Lava Jato ha mostrado una masiva corrupción en los negocios y en la política, no solamente en Brasil, sino también a través de gran parte de Latinoamérica. Sus revelaciones han significado un costo para para la política democrática. Pero han levantado la esperanza de que, al castigar a los poderosos, poniéndole fin a la impunidad por el robo del dinero público y forzando reformas en las finanzas de las campañas resultará en una limpieza y fortalecimiento de las democracias y las economías de la región. (...) Los fiscales encontraron que durante los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) las compañías de construcción sistemáticamente sobrevaloraron los contratos públicos, con dinero yendo a los bolsillos funcionarios públicos y a las coaliciones de aliados, y al cofre del partido. Ellos reclaman [los fiscales] que Lula no solamente conocía todo, sino que interfirió para arreglar contratos específicos». The Economist, abril 5, 2018

Como todo gran líder político, Lula tiene que sobrellevar el hecho de que despierta pasiones encendidas y antagónicas entre quienes le apoyan y quienes le rechazan. Y esto ha quedado muy claro en el proceso que lo ha llevado a la cárcel por las imputaciones de corrupción que hasta ahora se han sostenido en las distintas instancias que han sido conocidas. Adicionalmente, Lula está enfrentando otros ocho procesos que podrían significar otras condenas por corrupción. Obviamente, hay quienes ven en esto toda una trama política para impedir que Lula, el candidato que lidera las encuestas, vuelva a la presidencia tras las elecciones del próximo octubre. De esto conoce muy bien la clase política brasileña, como fue el caso de Dilma Rousseff, quien perdió la presidencia por violaciones a las leyes fiscales, no sin antes tratar de maniobrar con una fallida designación de Lula como ministro para evitar la persecución judicial.

Situados en ese contexto, la opinión pública está tan dividida como las propias decisiones de los jueces que han tenido la obligación de impartir. Lo que es innegable es que durante los gobiernos de Lula y Dilma se implementó un esquema de corrupción que al menos documentalmente no había tenido precedentes en América Latina. Lula, en particular, sirvió de emisario o lobista internacional de una compañía –Odebrecht- que ha admitido judicialmente las prácticas corruptas que le llevaron a granjearse contratos importantes en la región con la complicidad de funcionarios locales; de los cuales, ya hay condenados un buen grupo en distintos países de la vecindad. Pero la corrupción no deja una ruta crítica de sus huellas y, a veces, son pequeños detalles –como un apartamento- los que sirven como la punta del iceberg.

Lula encaja muy bien en la tradición populista de América Latina, entre los que se destacan Salvador Allende, Juan Domingo Perón, Alan García (en los 80s), Carlos Andrés Pérez, y más recientemente Hugo Chávez. De acuerdo con Kaufman y Stallings (1991) el populismo el uso de la política económica para alcanzar objetivos políticos. Estos autores entienden que dentro de esos objetivos políticos está la obtención de apoyo de los grupos sindicales y de la clase media baja; asimismo, está el objetivo de lograr el respaldo de los negocios orientados al mercado doméstico. Normalmente, estos objetivos se acompañan de una rivalidad con la oligarquía rural, las empresas extranjeras y las grandes empresas industriales.

Sin embargo, el gran aliado del populismo es un discurso que apela a las emociones y genera un apoyo prácticamente incondicional que, en muchas ocasiones, sirve de escudo para el provecho y enriquecimiento de los grupos en el ejercicio del poder político. Se puede argumentar que Lula no solo tuvo un discurso populista, sino que también sacó a cerca de treinta millones de la pobreza –habría que ver cuántos millones se dejaron dentro de la pobreza por culpa de la corrupción. Se olvida que esto fue posible gracias a la situación –boom- de los mercados internacionales de los alimentos que permitió a un grupo de países sudamericanos extraer un excedente de los mercados internacionales en perjuicio de países como la República Dominicana. Esto ocurrió durante el mandato de Lula, al igual que los precios del petróleo le permitieron a Chávez lucir bien con su ‘revolución bolivariana’. Agotado el boom de los alimentos junto con la caída de los precios del petróleo se revelaron las debilidades del modelo populista. Y tanto Brasil como Venezuela entraron en crisis.

Son experiencias que han sido bien tipificadas por Dornbusch y Edwards (1991), cuando plantearon que el ciclo populista pasa por cuatro etapas: primero, un éxito de las políticas al impactar positivamente el crecimiento, los salarios y el empleo; en la segunda fase, la economía entra en cuellos de botella por la expansión de la demanda doméstica y la limitación en la generación de divisas; en un tercer momento se verifica una escasez generalizada, salida de capitales, deterioro fiscal y el gobierno entra en una situación desesperada. Es ahí cuando entra la fase cuatro, esto es, la aplicación de políticas de estabilización que resultan tan dolorosas para la mayoría de la población.

Pero el populismo vive su momento sin importar las consecuencias futuras. Y si no hay un boom en las exportaciones –tradicionales o no- se las ingenia a través del endeudamiento y de la presión tributaria. Ambas cosas ocurrieron en Brasil. Con la salvedad de que Lula vivió la fase del encanto populista y hoy es recordado como un benefactor de los pobres brasileños. Sin embargo, los problemas que Brasil enfrenta hoy son, en gran parte, una herencia del modelo económico y moral dejado por Lula. Un tercer mandato podría acabar con su reputación. En este sentido, la cárcel es una forma de preservar su legado... A no ser que otras condenas por corrupción terminen arruinándolo todo...

Pedrosilver31@gmail.com

@pedrosilver31

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