×
Compartir
Secciones
Última Hora
Podcasts
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Crucigrama
Herramientas
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Versión Impresa
Redes Sociales

Mesopotamia: designios divinos, codicia imperial (2)

“No se pueden obtener resultados diferentes, haciendo lo mismo que se ha hecho siempre”. Albert Einstein.

Después de un sucinto enfoque acerca de La Mesopotamia y las guerras generadas miles de años aC. por tribus que se disputaban los territorios y sus recursos naturales, concluí mi primera entrega el lunes antepasado, refiriéndome a cómo “los designios divinos” tienen influencia, en estos tiempos, en la crisis que afecta a los países que integran la Península Arábiga, así como entre los Estados que sin ser parte de ella participan desde entonces en una disputa que es religiosa, étnica, político-estratégica, ideológica, social y cultural.

Cinco generaciones habían pasado después del Diluvio, tiempo en el que, según las Sagradas Escrituras, el mundo se había apartado de Dios, pues “la Tierra fue dividida y las naciones separadas y dispersadas en Babel”.

Romanos (3:1-2), revela que Dios quería un guía sano en el que pudiera confiar el resurgimiento de un mundo diferente: ese hombre fue el primer patriarca bíblico, Abraham, cuyo nacimiento se ubica en los años 1813 aC, quien venía con una descendencia de Noé de la décima generación.

Refería el pasado lunes 14 de diciembre en mi columna, que Dios hizo un pacto con Abraham para que “dejara su tierra y parentena”, de manera que tomara el camino en busca de la tierra que le mostraría. Le había pedido que se fuese con su esposa Sara, entonces llamada Sarai.

El mandato de Dios se cumpliría en parte porque Abraham, en su viaje a Canaán, se hizo acompañar de su padre Taré y su sobrino Lot, hijo de su hermano, a quienes no debió llevar. Indudablemente que Abraham emprendió un camino que para cualquier mortal solo significaba incertidumbre y sacrificio, pero de acuerdo con la interpretación de la mayoría de los teólogos cristianos o no cristianos, su fe era más fuerte que el entendimiento de la lógica humana.

En su camino hacia la tierra prometida, el primer patriarca bíblico pernoctó en dos lugares: el primero, en la ciudad de Siquem (cuyo significado bíblico es hombro), y la segunda parada fue en More, que quiere decir maestro, lugar este último donde Abraham construyó el primero de los altares, en tanto Dios le prometió: “A tu descendencia daré esta tierra”, (Génesis 12: 7).

Entre todas las promesas hechas por Dios al descendiente de Noé, hay dos particulares sobre las que debemos poner atención al momento de conocer el origen de los conflictos de los pueblos de La Mesopotamia y Siria: una tiene que ver con la posesión del territorio y otra con la procreación de Abraham con su esposa Sara y su heredad, pues su mujer tenía una condición imposible: era estéril y tenía 75 años.

El Pacto de la tierra

En Génesis (13:14-17), Dios le dice: “Y Jehová dijo a Abram, después que Lot se apartó de él: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás, mira al norte y al sur, al oriente y al occidente. Toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada”. Levántate y recorre la tierra a lo largo y a lo ancho, porque a ti te la daré”.

La primera guerra que registra la Biblia tuvo su origen en la posesión de la tierra, que marcó para siempre La Mesopotamia hasta nuestros días. En esa primera conflagración se vieron involucrados nueve reyes: los de Sodoma, Gomorra, Adma, Zeboim, y Bela contra sus iguales de Elam, Goim, Sinar y Elasar, quienes escogieron el valle del Sidim, contiguo al mar salado, para dirimir sus diferencias.

Y en qué consistía ese desacuerdo entre los reyes de las tierras de Sinar (Babilonia) y de Elam (Persia), que se aventuraron a invadir aquellos territorios dados a la raza escogida?

La Biblia en su primer libro, Génesis, (14: 10-16), entre otras aseveraciones, refiere lo siguiente:

“El valle del Sidim estaba lleno de pozos de asfalto; y cuando huyeron el rey de Sodoma y el de Gomorra, caye- ron allí; los demás huyeron al monte. Los vencedores tomaron toda la riqueza de Sodoma y de Gomorra, y todas sus provisiones, y se fueron. Tomaron también a Lot, hijo del hermano de Abraham, que habitaba en Sodoma, y sus bienes, y se fueron”.

El primer patriarca tuvo que armar un ejército con trescientos dieciocho siervos, numéricamente en desventaja, y caerle en la noche a quienes habían capturado a su sobrino Lot, a los que persiguió hasta Damasco, hoy Siria, liberó a su pariente y recuperó los bienes hurtados.

Pero Abraham no se lanza con los trescientos dieciocho siervos a pelear solo por la captura de su sobrino Lot, a quien quería y tenía la obligación de proteger, sino obedeciendo al mandato de Dios que planteaba: “Yo soy Jehová, que te saqué de Ur de los caldeos, para darte a heredar esta tierra”, a lo que Abraham respondió: “¿en qué conoceré que la he de heredar?”. Dios y Abraham sellaron el pacto caminando entre los cadáveres de los animales partidos por la mitad que Jehová le pidió a éste que tenía que sacrificar .

De acuerdo con el libro de Génesis (15: 13-16), Dios diría a que sus descendientes vivirían en la tierra ajena (Egipto) donde serían esclavos y oprimidos por cuatrocientos años, advirtiendo también que juzgaría al pueblo que los sometería (las siete plagas de Egipto). Luego le dijo que en la cuarta generación sus descendientes regresarían a la tierra prometida. Moisés pertenece a ella y fue él que los guió para salir. En la próxima entrega me referiré a la descendencia de Abraham con su esposa Sara y con la sierva Agar, de donde parte toda la disputa por la heredad. rafaelnuro@gmail.com, @rafaelnunezr.

TEMAS -